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El museo MAM de Río nombra una dirección artística bicéfala y diversa: una carioca y un español


¿A quién le viene a la cabeza la arquitectura cuando piensa en Río de Janeiro? La naturaleza exuberante suele eclipsar las construcciones de la conocida como ciudad maravillosa, pero gran parte de sus postales, como su paseo marítimo y el centro de Río, son fruto de lo que los expertos consideran lo mejor de la arquitectura brasileña. Fue allí donde, entre los años 1940 y 1960, el urbanista Lúcio Costa comenzó a trazar sus plantas y Oscar Niemeyer hizo sus primeros poemas en el cemento. En ese periodo, la arquitectura made in Brazil adquirió un papel relevante en la escena internacional. Hoy, más de medio siglo después, retoma ese empuje con la nominación de su segunda mayor ciudad como Capital Mundial de la Arquitectura, otorgado por la Unesco para 2020.

Quiso el destino que se cruzaran en Río los genios y la creatividad de nombres como Costa, Niemeyer, Le Corbusier, Roberto Burle Marx y Affonso Reidy para dar nuevas curvas al horizonte carioca, naturalmente decorado por los recortes entre montaña y mar. De ese encuentro, nacen algunos de los principales marcos de la arquitectura modernista en el país, como el palacio Gustavo Capanema, el parque Guinle, el parque del Flamengo o la casa de las Canoas —considerada el mejor modelo de vivienda de cristal en todo el mundo—.

En aquella época, la ciudad atrajo la atención de arquitectos modernistas europeos, cuyos países estaban volcados en la Segunda Guerra Mundial. En Río, ellos encontraron la posibilidad de hacer realidad sus proyectos. “Brasil vivía una fase financieramente próspera, e incontables construcciones se dieron primero por la iniciativa del Estado y después a través de particulares. Esa arquitectura es la cuna de la arquitectura moderna en el país”, explica Lauro Cavalcanti, arquitecto, antropólogo y experto en las obras de la ciudad maravillosa.

El más famoso de los extranjeros que trabajó sobre el territorio carioca fue el francés Le Corbusier, quien, coordinando el equipo de arquitectos brasileños, logró construir el palacio Capanema, considerado el primer rascacielos del mundo. La integración entre arquitectura y artes plásticas es uno de los rasgos más llamativos de la obra, marcada por el contraste entre dos bloques que se interceptan perpendicularmente. La planta baja del edificio funciona como una plaza pública, mientras la cara externa de su fachada está revestida de azulejos pintados por Cândido Portinari y en su interior se encuentran esculturas de Bruno Giorgi, Celso Antônio y Alfredo Ceschiatti, además de cuadros de Alberto Guignard y José Pancetti.

El Capanema se adapta al clima tropical de la región gracias a una combinación de técnicas y artificios que va desde la ventilación cruzada a las terrazas verdes. “Es un ejemplo de como la arquitectura moderna brasileña, a diferencia de la de aquellos países situados en latitudes más frías, como Francia y Alemania, comenzó hacia la periferia del capitalismo, hacia otros países [aún] más cálidos. De esa tendencia procede el uso de cortinas venecianas, los cobogós o la azulejería. Los arquitectos se unieron alrededor de la idea de construir una identidad nacional”, explica el también arquitecto Clévio Rabelo.

Más allá de la estética, la arquitectura modernista de Río construyó espacios que llevaron los cariocas a ocupar y vivir de otra manera la ciudad. El conjunto residencial Prefeito Mendes de Moraes, popularmente conocido como Pedregulho, fue concebido como un complejo habitacional para funcionarios, con departamentos, tiendas, un centro de salud, lavandería comunitaria, escuela primaria y guardería, así como una piscina y zonas deportivas. Extendida a lo largo de 260 metros, la construcción proyectada por Affonso Reidy evitó grandes modificaciones en el perfil natural del lugar y regaló a sus habitantes una vista a la famosa bahía de Guanabara.

Otro ejemplo es el Parque del Flamengo, un complejo de 1,2 kilómetros cuadrados construido sobre la Bahía, con una extensa área verde a lo largo de una playa artificial con 1.500 metros de extensión. Ese espacio alberga el Museo de Arte Moderno (MAM) y las autopistas que conectan el centro al sur de la ciudad, hogar de más de seis millones de personas.

Pero no solo de modernismo está hecha la arquitectura carioca, como recuerda Rabelo: “Río es la capital de la arquitectura porque cuenta con el mayor acervo arquitectónico de todos los períodos de la historia brasileña, desde el Brasil colonial”. Para Guilherme Wisnik, también arquitecto, las obras-primas de la arquitectura de Río son reflejo de un tiempo en que esta representaba un valor social en el país sudamericano. “Solo en los últimos años la sociedad civil ha retomado la idea de uso del espacio público. Y eso es muy importante, porque si las personas no lo conocen, no conservan el patrimonio. Solo los lugares de mucho uso, como el parque del Flamengo, están mejor preservados”, lamenta.

Rabelo considera que el título de Capital Mundial de la Arquitectura es también una oportunidad pensar cuestiones urbanísticas, como soluciones para la movilidad urbana y la desigualdad social, principales problemas de los cariocas. “Estaría muy bien que el título de la Unesco fuese capital de la arquitectura, futuro del urbanismo. Sería un desafío para pensar como la ciudad puede integrarse mejor con la naturaleza y, sobre todo, como construir una metrópoli más igualitaria”, cierra.


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