Oleg combatió en 1987 en Afganistán bajo la bandera de la URSS. Hoy es un coronel retirado del Ejército de Ucrania que encabeza uno de los puestos de mando de la resistencia civil levantados en uno de los barrios que bordean Kiev (2,8 millones de habitantes) ante un posible avance de las tropas rusas. Reniega de las fotos y, sobre todo, advierte de que no quiere que se haga público ningún dato que sirva para localizar la ubicación del lugar en el que se encuentran. En medio de barricadas levantadas con sacos terreros, bloques de hormigón y estructuras metálicas con pinchos, este grupo de hombres se turna las 24 horas del día para controlar el paso de vehículos y personas que consideren sospechosas. Pero la mayoría no portan armas a la vista.
El frío parece el enemigo más próximo mientras se escuchan detonaciones de fondo. Varios hombres se calientan las manos en una estufa improvisada dentro de un bidón, otros descargan cócteles molotov de un coche y algunos se preparan un café en una mesa dispuesta con algo que llevarse al cuerpo. Oleg echa de menos más cigarrillos, pero agradece la ayuda que reciben de los vecinos y de las mujeres que bajan a darles de comer.
“Por la noche se organizan patrullas por el barrio para detectar los grupos de ladrones que, por desgracia, se aprovechan de la situación de guerra en el país para robar cosas”, añade Oleg, uno de los más veteranos del lugar, mientras varios chavales escuchan sus palabras en un discreto segundo plano. “Yo sé cómo manejar las armas y puedo enseñar a los jóvenes sin experiencia militar”, comenta al recordar sus tiempos en el Ejército. Asegura que también se coordina de alguna manera con las Fuerzas Armadas, pero prefiere no dar detalles porque eso es “secreto militar”.
En un momento dado y casi sin darse cuenta de que tiene delante interlocutores españoles, el coronel retirado hace referencia, así, en castellano, al “¡No pasarán!” que tan célebre se hizo como consigna antifascista en la Guerra Civil española cuando la histórica dirigente comunista Dolores Ibarruri, Pasionaria, la tomó heredada de la I Guerra Mundial. A Serguéi, de 48 años, le hace gracia y aprovecha para comentar que tiene una hija viviendo en la provincia de Valencia. Varios de los presentes empiezan a repetir la expresión mientras algunos levantan el puño coreando la versión local. “¡Slava Ukraini!” (gloria a Ucrania).
Serguéi, que luce un rifle Mossberg colgado en bandolera, celebra haber regresado a su país “dos días antes de que comenzara la guerra” el pasado 24 de febrero con la invasión rusa de Ucrania. Se alegra porque cree que es un momento en el que tiene que estar defendiendo a su país aunque no sea soldado profesional ni haya tenido tiempo para entrenarse más allá de haber cumplido el servicio militar hace tres décadas. Los prolegómenos de la contienda le pillaron en Nigeria a este buzo profesional que trabaja desde hace 25 años en plataformas de gas mar adentro.
Frente a esa falta de preparación, Jesús Manuel López Triana, analista de Seguridad y Defensa, cree que “esos civiles cuentan con la ventaja de conocer el terreno. Los invasores pueden meterse en un callejón sin salida y ese dispositivo defensivo puede ayudar a vencer al enemigo”. De momento, los combates siguen sin acercarse al centro de Kiev, pero la capital está trufada de controles en las calles. López Triana entiende desde España que estos días son las Fuerzas Especiales del Ejército ucranio las que están combatiendo en primera línea fuera de la capital y la situación dista mucho de los combates urbanos que tuvieron lugar en Jerusalén en 1948 o en Alepo en la actual guerra en Siria.
Mientras tanto, el símbolo del corazón de Kiev, la plaza de la Independencia (conocida como Maidán, escenario de la revolución de 2014) se prepara para un posible intento de los rusos de llegar hasta allí con sus tanques. Un grupo de mujeres llena sacos de arena con los que se levantan barricadas que bloquean el acceso a las bocas de metro. Una de ellas es Raisa, una cocinera de 53 años que, sudorosa, afirma que está “vieja para escapar” de la ciudad. Es voluntaria junto a su esposo, Aleksander, un ingeniero de 62 años veterano del Ejército Rojo de la URSS. Ambos tienen cuatro hijos y tres nietos.
La mayoría de los carriles de la avenida principal que transcurre junto a la plaza están cortados con bloques de hormigón y estructuras metálicas. La repentina aparición de estas barreras por toda la ciudad se convierte en un verdadero peligro cuando cae la noche y los conductores acaban estampando sus coches contra ellas. Los restos de algunos vehículos, totalmente destrozados, acaban integrados en la propia barricada contra la que chocaron.
Desde el corazón del Maidán, Aleksander, el marido de Raisa, eleva la voz: “Por favor, denle a nuestro país armas, solo armas. Con eso basta. Su gente está gritando en las calles de España ‘No a la guerra, No a la guerra’ pero ayuden a nuestro país dándole armas, armas, armas”.
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