En septiembre de 2021, el Partido Laborista noruego ganó las elecciones parlamentarias y puso fin a ocho años en la oposición. Su victoria permitió que, por primera vez desde 2001, los socialdemócratas encabezaran al mismo tiempo los gobiernos de todos los países del norte de Europa (salvo el de Islandia), tras dos decenios en los que el panorama político de esta zona del continente estuvo dominado por los conservadores. Año y medio después, las tornas han cambiado profundamente en el bastión tradicional de la socialdemocracia europea. Suecia, Dinamarca y Finlandia han virado hacia la derecha tras las elecciones parlamentarias que se han celebrado en esos tres países en los últimos seis meses.
En Finlandia, la victoria este domingo de los conservadores y el ultraderechista Partido de los Finlandeses pondrá fin a los poco más de tres años de gobierno de la socialdemócrata Sanna Marin. A pesar de que, como en Suecia y en Dinamarca, los socialdemócratas finlandeses mejoraron sus resultados respecto a los anteriores comicios, la mandataria, que cuenta con unos índices de popularidad muy superiores a los de su partido, asumió su derrota y aseguró que su partido no formará parte de una “coalición que recorte en educación, sanidad, o prestaciones sociales a los más desfavorecidos”.
Muchos analistas coinciden en que la caída del poder adquisitivo en los tres países, principalmente por la crisis energética y la espiral inflacionaria derivadas de la guerra en Ucrania, ha sido clave para aupar a los partidos de derechas. El aumento de la deuda pública, el envejecimiento de la población y el hartazgo ante el deterioro de algunos servicios públicos en los últimos años tampoco han beneficiado a los socialdemócratas.
En Noruega, donde aún faltan dos años y medio para las próximas parlamentarias, los conservadores tachan los días del calendario a la espera de su regreso al poder. Los socialdemócratas, que vencieron en 2021 con seis puntos porcentuales de ventaja frente al Partido Conservador, han sufrido una caída estrepitosa en las encuestas que les deja en una situación tremendamente delicada, con menos de la mitad de estimación de votos (16%) que su rival tradicional (34%).
Viraje inédito en Estocolmo
En Suecia, los comicios de septiembre significaron un viraje político inédito en el país escandinavo. El Partido Socialdemócrata ganó las elecciones —como todas las que se han celebrado desde 1914—, pero el bloque de la derecha sumó más escaños que el de la izquierda, tras un escrutinio agónico que se alargó más de 72 horas. Además, la extrema derecha (Demócratas Suecos) superó por primera vez a los conservadores y se convirtió en la mayor fuerza parlamentaria de su bloque. La entonces primera ministra, la socialdemócrata Magdalena Andersson, admitió su derrota, a pesar de que su partido logró el 30% de los votos —más que en 2018—, y anunció su dimisión, al asumir que era a las fuerzas de la derecha a las que les correspondía tratar de formar Gobierno en primera instancia. En la recta final de la campaña electoral, Andersson endureció de manera notable su discurso en materia de inmigración, al hablar por primera vez de la “necesidad de poner fin a las sociedades paralelas” en un país en el que la cuarta parte de sus 10 millones de habitantes tiene raíces extranjeras.
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Tras varias semanas de negociaciones, el Partido Moderado (conservadores), los democristianos y los liberales de derechas alumbraron un Ejecutivo de coalición que cuenta con el decisivo apoyo parlamentario del partido ultraderechista Demócratas Suecos. Pese a no controlar ningún ministerio, esta fuerza mantiene una profunda influencia sobre el programa de gobierno. Demócratas Suecos, con un discurso frontal contra la inmigración y la transición ecológica, optó por no forzar su entrada formal en el Gobierno, que podría haber provocado el rechazo de los liberales, los socios más incómodos de la coalición. En un país en el que el Estado del bienestar fue un motivo de orgullo para la ciudadanía durante décadas, los primeros Presupuestos generales aprobados por el Gobierno del conservador Ulf Kristersson, que necesitaron el respaldo de la ultraderecha, comenzaron a marcar la nueva agenda: una profunda reducción de los impuestos a los carburantes, y un drástico recorte de la inversión en la lucha contra el cambio climático y la ayuda al desarrollo, además de un fuerte aumento de la inversión en Defensa.
Cambio de aliados en Copenhague
Dos meses después, Dinamarca celebró las elecciones anticipadas que había convocado la primera ministra, Mette Frederiksen, para evitar someterse a una moción de censura con la que le amenazaban unos de sus socios de coalición. La mandataria, que representa el ala menos progresista de la socialdemocracia europea, obtuvo un resultado mucho mejor del pronosticado en las encuestas —y en los sondeos a pie de urna— y el bloque de izquierdas logró in extremis una inesperada mayoría absoluta. Sin embargo, tras mes y medio de negociaciones, Frederiksen anunció una gran coalición de gobierno, encabezada por ella, junto a la principal fuerza de la oposición, el Partido Liberal, y los Moderados, una formación creada en junio pasado que no se había alineado con ninguno de los bloques tradicionales que funcionaron en el país escandinavo durante más de cuatro décadas. Los antiguos aliados de izquierda de Frederkisen criticaron enérgicamente el “violento giro derechista” de la mandataria y le reprocharon que pactara con su eterno rival (Partido Liberal) antes que volver a sumar fuerzas con el conjunto del bloque rojo.
Mette Frederiksen, tras su victoria electoral, el 2 de noviembre en Copenhague.RITZAU SCANPIX (via REUTERS)
Frederiksen ya había defendido durante la campaña que ante la delicada situación actual —crisis energética, inflación disparada y guerra en Ucrania—, Dinamarca debía dejar atrás el sistema tradicional de bloques y formar una “gran coalición” que incluyera a partidos de ambos lados. Con el nuevo Ejecutivo, Frederiksen se desprendió de sus antiguos socios más izquierdistas que habían criticado, aunque de manera tibia, algunas de las medidas más polémicas que ella había secundado: una ley que permite confiscar joyas y objetos de valor a los solicitantes de asilo para cubrir el coste de su acogida, un acuerdo con Kosovo para enviar allí a cumplir condena a presos extranjeros condenados en el país escandinavo, u otro con Ruanda que permite trasladar a su territorio a solicitantes de asilo mientras esperan a que se resuelva su caso. El gran resultado electoral de Frederiksen evidenció que los socialdemócratas se beneficiaron de su creciente y ya antigua aproximación a algunos parámetros de la agenda ultraderechista.
Menos presión fiscal en Helsinki
El vencedor de los comicios en Finlandia, el conservador Petteri Orpo, aboga por rebajar la presión fiscal y realizar un ajuste presupuestario de 6.000 millones de euros durante los próximos cuatro años mediante la reducción del gasto público. También argumenta que a ese objetivo de sanear las cuentas contribuirán las medidas para aumentar la productividad y la tasa de empleo. Orpo, sin embargo, no va a tener fácil la formación de una coalición de gobierno, a pesar de que tanto su formación como el ultraderechista Partido de los Finlandeses obtuvieron más del 20% de los sufragios. “Hay una cuestión clave para nosotros, y es que todos los partidos del próximo Gobierno se comprometan a reformar y arreglar nuestra economía”, dijo el líder conservador al poco de conocerse los resultados electorales.
Lo más probable es que el líder conservador trate de formar un Ejecutivo con la ultraderecha, aunque para ello necesitará sumar al menos a otra formación. La opción más sencilla parecía la de incluir al Partido del Centro, con el que ya formaron una coalición tripartita entre 2015 y 2017, pero la líder centrista, Annikka Saarikko, ha afirmado este lunes que su partido pasará a la oposición. En todo caso, las negociaciones entre las dos grandes fuerzas de la derecha no serán fáciles, dado que también mantienen grandes diferencias en asuntos como la inmigración y las políticas europeas y medioambientales. En caso de que Orpo tratara finalmente de alcanzar un acuerdo con los socialdemócratas —al estilo de una gran coalición alemana—, sería mucho más sencillo convencer a otras formaciones más pequeñas para sumar los 101 escaños necesarios. El comentarista político Jan Erola, que colabora con la televisión pública finlandesa desde hace más de 20 años, cree que “en caso de que Marin dimitiera, y se nombrara un líder con una retórica menos izquierdista, las opciones de una gran coalición serían mucho mayores”.
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