La historia de las mascarillas se repite. Al comienzo de la pandemia las autoridades sanitarias no recomendaban su uso, en parte porque no había capacidad de suministro a todos los ciudadanos. Casi un año después se siguen permitiendo cubrebocas no médicos, a pesar de que los expertos consultados aseguran que estos no son seguros, teniendo en cuenta lo que se sabe hoy de la transmisión del virus, y especialmente, con la circulación de variantes más contagiosas, como la británica. Pero si las teóricamente más eficaces para frenar contagios, las FFP2, fueran obligatorias para todos, probablemente no habría capacidad de producción suficiente, confirma a EL PAÍS la Asociación de Empresas de Equipos de Protección Individual (Asepal).
Hay países que ya están vetando las mascarillas no médicas por no ofrecer suficientes garantías. Francia comenzó desaconsejando el uso de las caseras, y ha publicado este jueves un decreto para imponer el uso de protecciones más altas en los espacios públicos. Para ello, se permite a partir de ahora la venta al público solo de mascarillas quirúrgicas, las FFP2 y las de tela industriales de categoría 1, que filtran al menos el 90% de las partículas de tres micras. En Alemania ya no se puede entrar en espacios cerrados (como supermercados u oficinas) con mascarillas de tela o higiénicas. Tampoco cubrirse con una bufanda o un pañuelo. Se exigirá las de tipo FFP2, KN95 —consideradas equipos de protección individual (EPI)— o la mascarilla quirúrgica, más barata que las anteriores pero también homologada y que tiene una capacidad de filtrado superior al 90%. Las mascarillas FFP2 ya son obligatorias en Baviera desde el lunes pasado.
Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia, introdujo el miércoles el debate en España. “Daría confianza que el Gobierno aclare si las FFP2 pueden ser obligatorias en determinados lugares o conductas sociales. A nosotros nos parece que sí”, afirmó en una comparecencia parlamentaria, en la que anunció que se lo plantearía al presidente, Pedro Sánchez, en la reunión que tendrán el viernes.
Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, ha avalado el uso de mascarillas quirúrgicas o las EPI (FFP2 o FFP3). “A mayor protección, mejor”, dijo en una comparecencia la semana pasada, al tiempo que defendió el uso de mascarillas de tela “que cumplan la especificación UNE”. Este tipo de protección se autorizó en España en abril, cuando impuso la obligatoriedad de los tapabocas, con el objetivo de que empresas no especializadas pudieran producir en masa y cubrir las necesidades de toda la población rápidamente.
Pero el uso de este tipo de mascarillas, así como las caseras, está cada vez más en cuestión. “No están sujetas a cumplir unos requisitos específicos desde el punto de vista de la salud”, argumenta Luis Gil, secretario general de Asepal. EL PAÍS ha consultado al Ministerio de Sanidad si tiene previstos cambios en las normas sobre mascarillas, a lo que ha respondido que si se hacen se anunciarán en su momento.
Las ideales: FFP2 y FFP3
José Jiménez, investigador del Departamento de Enfermedades Infecciosas del King’s College de Londres, cree que las mascarillas higiénicas (tela, papel) y sobre todo las caseras “no deberían estar permitidas”, ya que su eficacia depende mucho del material del que están hechas y de los filtros que contengan. “En un mundo ideal lo correcto sería que todo el mundo llevara mascarillas EPI (FFP2 y FFP3) porque son las más efectivas a la hora de evitar que nos infectemos y que podamos contagiar a otros. Sin embargo, son mascarillas caras que no todo el mundo puede permitirse, no siempre hay disponibles y su tiempo de uso es muy limitado. Por ello, aunque no sean perfectas, yo creo que el mínimo aceptable serían las mascarillas quirúrgicas que son las que acostumbran a usar los sanitarios y son más llevaderas y asequibles”.
Mientras que las quirúrgicas se pueden encontrar por 15 céntimos de euro, las tipo EPI no bajan de los dos euros. Teniendo en cuenta que su vida útil es de unas ocho horas mientras se utilizan, alguien que necesitara un uso intensivo tendría que gastar 60 euros al mes. Y a eso se suman los problemas de producción que alega la Asepal. “Una obligatoriedad de este tipo de mascarillas, que puede darse tanto en España como en toda Europa podría tener el riesgo de que volviéramos a encontrarnos problemas de desabastecimiento. Ahora mismo está normalizado para surtir a los profesionales, pero la oferta no está tan preparada como para una demanda global de toda la ciudadanía”, subraya Gil.
Ante este problema, José María Lagarón, investigador fundador del grupo Nuevos Materiales y Nanotecnología del Instituto de Agroquímica y Tecnología de los Alimentos (IATA-CSIC), propone que al menos se recomiende o se explique a la ciudadanía que lo ideal sería llevar mascarillas FFP2 en interiores. “Sabemos que el virus se contagia principalmente por el aire y en entornos cerrados se acumulan los aerosoles, de forma que la mejor protección son los EPI. En espacios abiertos las quirúrgicas pueden ser suficientes”, expone.
Seguras, si se ponen bien
Uno de los problemas que siempre argumentaron las autoridades sanitarias para no recomendar equipos de protección individual (EPI) a la población general es que la mayoría no sabría cómo ponérselo. Aunque este tipo de mascarilla (en las que se enmarcan las FFP) es la más alta, su eficacia reside en que esté perfectamente ajustada a la cara y forme con ella un espacio hermético, de forma que todo el aire que expira una persona sea filtrado por el cubrebocas. Luis Gil, secretario de Asepal, explica que tanto una barba como una mascarilla con holguras en la nariz o en la cara les hacen perder esta alta seguridad, ya que los patógenos que están flotando en el aire en aerosoles se pueden colar por estos huecos sin pasar por el sistema de seguridad de la mascarilla. Tampoco aporta una protección extra utilizar doble mascarilla si debajo se coloca la quirúrgica y encima la FFP. De hecho, esto es contraproducente, ya que genera holguras que no permiten este ajuste perfecto.
Con respecto a las quirúrgicas, Jiménez expone que el problema es que su diseño está pensado para evitar que quien la porta pueda transmitir enfermedades contagiosas a otros. “Sirven para proteger a los que tenemos a nuestro alrededor, por lo que la protección que otorgaría al que la lleva es muy limitada. Sin embargo, si todo el mundo llevara al menos mascarillas quirúrgicas y las utilizara correctamente el número de infecciones disminuiría considerablemente”, añade.
Lagarón apunta que este tipo de protección está diseñada para bacterias, no para virus como el SARS-CoV-2, causante de la covid-19. “Tradicionalmente, la usan los sanitarios en cirugías para no infectar a los pacientes a los que están operando [de ahí su nombre] con gotitas exhaladas de su boca. Con virus respiratorio como es el de esta pandemia no es que vayas con ella totalmente desprotegido, pero sabemos que en las quirúrgicas pueden penetrar entre el 35% y el 15% de las partículas potencialmente contagiosas. Ante cepa más virulenta, como puede ser la británica, es evidente que nos tenemos que tomar todavía más en serio la protección”, señala. Una EPI mal puesta, con las holguras antedichas puede reducir su efectividad a la mitad.
Con información de Silvia Ayuso y Elena G. Sevillano.
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