El nuevo ministro de Economía del Reino Unido, Jeremy Hunt, sabe que se enfrenta a una carrera contrarreloj, prácticamente a una misión imposible: salvar el mandato de la primera ministra, Liz Truss, a la que la mayoría de diputados conservadores dan prácticamente por muerta políticamente. Hunt comenzaba este sábado, a las siete y media de la mañana (ocho y media, horario peninsular español) una ronda de entrevistas por distintas televisiones, con el objetivo de hacer lo que hasta ahora ni su jefa ni su predecesor en el cargo, Kwasi Kwarteng ―destituido este viernes de modo fulminante― habían sabido hacer. Ha admitido errores, ha explicado cómo se va a corregir el rumbo, y ha anunciado a los británicos que se avecinan tiempos difíciles en los que los impuestos subirán y algunos servicios públicos sufrirán recortes.
“Hubo errores. Fue un error, cuando estábamos dispuestos a tomar decisiones complicadas respecto a impuestos y a recortes en el gasto público, que suprimiéramos el tipo máximo del IRPF para las rentas más altas”, ha admitido Hunt en la BBC, como parte de su letanía de contrición. “Y fue un error actuar a ciegas y presentar estas medidas sin respaldarlas con un informe de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria (OBR, en sus siglas en inglés), que demostrara que las cuentas salían”, ha dicho el nuevo ministro.
Cuando el nuevo Gobierno presentó su histórica propuesta de rebaja de impuestos, valorada en casi 60.000 millones de euros, el pasado 23 de septiembre, el entonces ministro británico de Economía se negó a utilizar el procedimiento habitual para exponer lo que, a todos los efectos, era un “mini presupuesto”, por las implicaciones que tenía para la deuda pública. Junto al alivio fiscal, había puesto en marcha un plan de ayudas directas a los hogares y empresas, para hacer frente a las facturas del gas y la electricidad, por valor de casi 200.000 millones más. Kwarteng no quiso acompañar con un informe de la OBR las medidas, porque sabía que el organismo independiente pondría reparos a lo que iba a suponer un notable agujero en el presupuesto. Ante la inquietud de los mercados, y el desplome del valor de la libra esterlina y de los bonos del Tesoro, se vio obligado a prometer una presentación formal de su plan fiscal, acompañado del preceptivo informe, antes de lo previsto. Habló del 23 de noviembre. No convenció a nadie. Lo adelantó al 31 de octubre. Tampoco bastó. Para entonces, la confianza de los inversores en Truss y en su ministro estaba ya por los suelos.
Hunt ha intentado este sábado comenzar a recomponer las piezas de esa confianza, que la comparecencia de la primera ministra de este viernes no hizo más que empeorar. Nerviosa, esquiva, con unas respuestas como las de un robot, en las que se limitaba a repetir que su principal misión era recuperar la estabilidad económica del país ―la que ella había destrozado con sus medidas―, Truss transmitió a los diputados conservadores la sensación de que sus días al frente del Gobierno estaban contados, e inquietó aún más a los mercados. La libra volvió a caer, después de 24 horas en las que hubo cierta euforia ante el anunciado giro de timón de Truss, y también el valor de los bonos de deuda pública a 30 años.
“Los impuestos no van a bajar tanto como algunos ciudadanos hubieran querido. Algunos incluso van a subir”, ha avisado Hunt. “Pero a la vez que tomamos estas decisiones, ofrecemos un compromiso doble: ayudaremos a todas las empresas, hogares y personas vulnerables que están luchando por salir adelante en una situación muy dura. Y los tendremos siempre en la cabeza como nuestra prioridad, porque somos un Gobierno que practica el conservadurismo compasivo”, ha añadido.
De este modo, un político situado en las antípodas ideológicas de Truss va a intentar salvar el catastrófico mandato de la primera ministra. Aunque algunos sospechen que, de paso, Hunt se esté posicionando también ante un relevo que a todas luces parece inevitable. Con su fama de moderado, conciliador y centrista, el nuevo ministro persigue transmitir calma a los mercados ―se anticipan sesiones tormentosas a partir de este lunes―; imagen de seriedad y rigor a los ciudadanos; y posibilidades de salir del fango, con ese mensaje del “conservadurismo compasivo”, a sus compañeros diputados conservadores, que ven cómo las encuestas auguran un desastre electoral histórico.
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Ese ha sido el principal reproche de los tories a Truss. No solamente haber arruinado la reputación y el prestigio económico del Reino Unido en todo el mundo, con una gestión diletante y fanática, sino haber vuelto a transmitir a los ciudadanos la imagen de un partido obsceno, más preocupado por bajar los impuestos a los más ricos que por sacar del atolladero a la mayoría de la población.
El ministro Kwarteng, que solo se enteró de su fulminante destitución este viernes cuando salió del avión en el que regresaba a Londres desde Washington y comenzó a leer los titulares de prensa, ha intentado despedirse con elegancia de su hasta ahora amiga y aliada, Liz Truss. Pero a un círculo reducido de amigos, según han contado medios como The Times o el Daily Mail, les ha expresado ya su convicción de que la primera ministra “solo ha ganado unas pocas semanas” al echarle por la borda.
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