El ocaso de James

James Rodríguez durante la presentación con su nuevo club, el 23 de septiembre pasado.
James Rodríguez durante la presentación con su nuevo club, el 23 de septiembre pasado.– (AFP)

Hubo un tiempo en Colombia en el que el virtuosismo tenía nombre de almirante inglés. Una compañía de telefonía móvil lanzó en ese entonces una campaña publicitaria de cinco palabras, llena de sobreentendidos: “Ponle James a tu vida”.

No era necesario explicar mucho más. Ponerle James a tu vida significaba llenar la existencia de belleza, armonía, talento, éxito y otro tipo de adjetivos con los que los responsables del spot seguramente llenaron la pizarra de su oficina antes de lanzarlo.

Ahora, años después, un país entero se cuestiona por qué el futbolista más talentoso de su historia, el que representaba tantas cualidades virginales que ni era necesario nombrarlas, ha acabado jugando en Qatar a una edad en la que debería estar entre los nominados a ganar el Balón de Oro.

Colombia ha sido la cuna de esforzados ciclistas, hombres abnegados que se dejaban la vida en la montaña. Desde el principio, quedó claro que James Rodríguez (Cúcuta, 1991) pertenecía a otra estirpe, la de los elegidos. Su eclosión ocurrió en el Mundial de Brasil de 2014. El 10 de la selección de Colombia flotaba sobre el césped. El mundo descubrió a un jugador fabuloso. Tenía las condiciones técnicas, físicas y mentales que acompaña a los grandes futbolistas. Su carácter, según los informes que elaboraron los ojeadores, le acompañaba. Era obsesivo y crítico, poseía fuego interior. El temperamento propio de los deportistas inconformes.

El presidente del Real Madrid, el constructor Florentino Pérez, lo fichó al Mónaco por 80 millones de dólares en 2014. James tenía entonces 23 años. Su primer año fue muy bueno, bajo los mandos del italiano Carlo Ancelotti, siendo el centrocampista que más asistencias y goles consiguió esa temporada. En las siguientes bajó su rendimiento. Se cruzó con entrenadores que no le tenían fe, como Rafa Benitez o Zinedine Zidane. “Zidane no lo podía ni ver, lo odiaba, pero nunca explicó por qué”, cuenta un reportero que cubría el Madrid en esa época.

La de James es una historia llena de cabos sueltos. El hermetismo del jugador y su entorno no han ayudado a despejar las incógnitas. La única entrevista de los últimos años en la que destila cierta intimidad se la concedió a un humorista colombiano, Suso, que imita a un limpiabotas cejijunto al estilo de los personajes del Chavo del 8. Fuera de eso, nada, solo silencio. De sus años en Madrid se sabe que vivía en La Finca, una urbanización de millonarios, y que ese tiempo coincidió con su divorcio de la jugadora de voleibol Daniela Ospina.

Es entonces cuando en tertulias deportivas se achacó su bajo rendimiento a su vida privada. La noche madrileña, deslizan, había confundido a James, como en el pasado le ocurrió a Ronaldo o Raúl. Se le cuestionaba el esfuerzo en los entrenamientos. Las acusaciones parecían inverosímiles. James debutó como profesional en Colombia a los 14 años y a los 17 en la primera división argentina, donde jugar al fútbol se parece a combatir en una trinchera. Otra de las incógnitas tiene que ver con su posición en el club en esos días.

El entonces entrenador del Real Madrid, Zinedine Zidane, y James Rodríguez, durante un partido de Liga disputado en junio de 2020, en San Sebastián.
El entonces entrenador del Real Madrid, Zinedine Zidane, y James Rodríguez, durante un partido de Liga disputado en junio de 2020, en San Sebastián.Juan Herrero (EL PAÍS)

Los jugadores fichados por el propio Pérez se consideran fichajes estratégicos. Fue el caso de Benzema, Kroos o Bale. Suelen jugar siempre. Los derechos derivados de la condición presidencial les suele facilitar la vida. James, en cambio, no contó con ese halo de protección. Sus retratos de esos días no están nimbados. Otros jugadores con menos cualidades se afianzan y harán carreras más duraderas dentro del club. James, no.

El día de año nuevo de 2016 la policía lo persiguió por una carretera de Madrid. James huyó a toda velocidad en su coche. El desacato le costó 10.400 euros. Ese día, Sarah Castro, periodista deportiva, se había subido a un avión horas antes del incidente. Al llegar a destino tenía 40 llamadas perdidas en su móvil. Castro, actual directora de As Colombia, llevaba cubriendo la selección de su país desde 2013, es decir, poco antes de la eclosión de James. Conocía su trayectoria al detalle. El sanbenito de díscolo de James, algo que no había sido absoluto durante su carrera, crece con este incidente. “Cuando él no recibe la atención que él siente que merece, tal vez pierde el interés. Eso le pasaba entonces. Es alguien que necesita sentirse querido, valorado”, cuenta Castro por teléfono.

La atención que James recibe en su país es abrumadora. Cada uno de los pasos de su trayectoria ha generado un debate nacional, sin exagerar. Se habla de él en la sede del Gobierno, en los cafés y en los manicomios. Castro cree que la lupa sobre él es excesiva, como si las frustraciones del país y las de sus propios individuos, las miserias que arrastra cada uno, las acabáramos proyectando en James. “Hace tiempo que dejé de reflejar mis fracasos en los futbolistas. Queremos que lleven la vida que les hemos soñado. Y no. Él valoró cosas por encima de las deportivas. Y no necesariamente está mal”, continúa.

El de sus decisiones personales es otro terreno pantanoso, codificado. Los analistas recogen pequeños retazos de su biografía y los interpretan lo mejor que pueden, como las palabras crípticas de un Papa. Se sabe que, después del matrimonio con Ospina, con quien comparte una hija, tuvo un niño mediante un vientre de alquilar, quizá inspirado en la experiencia de Cristiano Ronaldo. Por entonces ya jugaba en el Bayern de Múnich, donde había sido cedido por el Madrid. Allí encontró la calidez y el respaldo que se había esfumado en Madrid.

El club alemán, después de dos años, quiso quedarse a James en propiedad, como lo expresó su director general, Karl-Heinz Rummenigge. Pero él no quiso, prefirió volver a Madrid. Allí se encontró de nuevo con Zidane. El malentendido, los equívocos entre ellos, no se habían solventado dos años después. El colombiano pasó casi un año en blanco. “En estos últimos tiempos no sé si su toma de decisiones ha sido acertada. A veces hay que tener paciencia para lograr ciertas cosas”, añade con sutileza Nicolás Samper, cronista deportivo.

De pronto, analiza, hubiera sido mejor quedarse en Alemania. El Bayern ha construido en los siguientes años un equipo temible, ya sin James. “Pero no teníamos una bola de cristal, claro”, dice. Como colombiano y como seguidor de fútbol, reconoce que ser James Rodríguez, alguien a quien se ha intentado deconstruir en la ficción publicitaria para que todo el mundo tenga un poquito de él, no debe ser sencillo. “Todo el mundo habla de tu vida, de tus decisiones. Es duro”, prosigue Samper.

El paso en falso que dio en su segunda etapa en Madrid prosiguió en Liverpool, después de fichar por el Everton. Acudió para jugar con Ancelotti, quien lo había mimado en Madrid y lo había llevado a Múnich, pero tras ser destituido llegó un hombre arisco como Rafa Benítez, poco dado a acariciar en el lomo a sus jugadores. James volvió a caer en picado, a su punto más bajo. Hace un mes, con pocas opciones a la vista, fichó por el Al-Rayyan de Qatar, un equipo menor de una liga menor, aunque plagada de dinero. En Colombia se ha tomado con un agravio personal, del que todo el mundo tiene una opinión.

Sus problemas con el seleccionador colombiano, Reinaldo Rueda, con quien el último verano tuvo sus más y sus menos por no haberle convocado a la Copa América que se disputó este verano, le han distanciado de sus paisanos. También de gente que lo conoce bien, como el argentino Jorge Barraza. Fue el autor de una biografía, James en la cima del mundo, que retrataba muy bien su irrupción en la élite. El periodista replicó en un artículo publicado en el periódico El Tiempo unas declaraciones de James en las que decía que no tenía nada que demostrar.

“Dicho con el máximo respeto y aprecio, James: siempre hay algo que demostrar. Cuanto más se sube, más compromiso hay; cuanto más cariño el público da, aumenta la obligación. Hay millones de colombianos que lo quieren y esperan de él no solo que brille, sino que juegue todos los encuentros, se entrene al máximo, lleve la vida de un atleta, esté disponible siempre, empatice con el técnico, se sacrifique. Y no solo fama y redes sociales: cancha, goles, presencia, entrega”, escribió.

¿Volverá ese James? Imposible saberlo. Barraza, por teléfono, cree saber en qué momento se torció el jugador, en el momento en el que comenzó a representarlo Jorge Mendes, cuando jugaba en el Oporto. “Eso le hizo un gran daño. Mendes te convierte en ultramillonario de manera automática, pero dejás de tener el amor a la pelota, sos un modelo. Tenés una forma de hablar, de presentarte, pero dejás de tener vestuario, fútbol en las venas”, se excita al otro lado del auricular.

De todos modos, hasta esta aventura exótica de James hace muchísimo ruido en Colombia. Sus compatriotas esperan que se ponga en forma y vuelva a jugar con su selección. Los medios digitales narran en directo los partidos del Al-Rayyan, que se disputan en estadios casi vacíos, en los que se escucha el eco de las gradas. Las televisoras analizan el partido a posteriori, en campos virtuales llenos de jugadores que en realidad a nadie le interesan. James anotó el otro día su primer gol y lo celebró sin mucho entusiasmo.

La marca personal del jugador, no cabe duda, se ha desinflado hasta el punto de que, en este momento, la idea de ponerle James a tu vida tiene algunas connotaciones contradictorias. La marca inmaculada que representaba hace unos años ha dejado de existir. El Marginal, una serie de Netflix, trata sobre una mafia que opera en el interior de una prisión. Los protagonistas son los Borges, dos hermanos argentinos. El cerebro maléfico de la banda, capaz de hacer empanadas y sancocho con los cadáveres de sus enemigos, es un colombiano que, oh sorpresa, se llama James. No parece casualidad.

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