El silencio quedará como el último de la larga lista de crímenes de Michel Fourniret. Con su muerte, el lunes, a los 79 años, el Ogro de las Ardenas, el asesino en serie más famoso de Francia, condenado a dos cadenas perpetuas por la violación y asesinato de ocho mujeres y que había confesado haber matado al menos a otras tres, se lleva sus secretos a la tumba. Y son demasiados. Como el lugar donde enterró a Estelle Mouzin, la pequeña de nueve años desaparecida en 2003, poco antes de la detención de Fourniret, y cuyos restos se buscan hasta hoy. O a cuántas mujeres y niñas más mató con la complicidad de su esposa, Monique Olivier, que también cumple cadena perpetua y que ahora es la única que podría arrojar algo de luz sobre los casos pendientes.
Los investigadores sospechan que los crímenes son mucho más terribles de lo que jamás confesó el asesino. La duda es si algún día se conocerán todos los actos de un hombre que, hasta el último momento, jugó al gato y el ratón con sus víctimas y con la justicia, criticada por no estar a la altura de un asesino como Fourniret. Hasta el lugar donde será enterrado, en fecha aún no revelada, el hombre que supuso un antes y un después en la historia negra de Francia, es un misterio.
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El Ogro de las Ardenas, denominado así por esta región fronteriza con Bélgica y Luxemburgo donde cometió la mayoría de sus crímenes -aunque atacó en todo el territorio francés-, “es el asesino que más ha marcado la historia criminal de Francia”, afirma el periodista Philippe Dufresne, que cubrió durante años el caso y acaba de publicar el libro Fourniret, verdades y mentiras, donde revisa el largo historial del antiguo delineante y las lagunas en su carrera criminal. “Hasta Fourniret, sabíamos que había asesinos en serie potenciales en Francia, pero todavía no habíamos visto uno que asumiera serlo abiertamente”, explica por teléfono. A su última víctima conocida, una niña de 13 años a la que intentó secuestrar en junio de 2003 en la ciudad fronteriza belga de Ciney y cuya denuncia puso fin a su carrera mortal, Fourniret le dijo antes de que lograra huir: “Soy peor que (Marc) Dutroux”, el pederasta y asesino belga que conmocionó a toda Europa a finales de la década de los años 1990.
Su orgullo de asesino en serie continuó tras las rejas. “Una vez desenmascarado, se dijo: ‘Lo asumo y voy a divertirme con todos’”, señala Dufresne. “Se ha pasado casi 18 años dando informaciones, verdaderas o falsas, con cuentagotas: mintió o dijo la verdad en función de su humor o de sus objetivos, pero con el objetivo principal de ser él el que imponía las reglas”. Porque para Fourniret, afirma el periodista, “el asesinato era casi algo secundario, lo verdaderamente importante era el poder. Y una vez que, encarcelado, ya no pudo matar, siguió ejerciendo ese poder torturando a los padres [de las víctimas] y también a los investigadores y jueces de instrucción, diciendo lo que le convenía”.
De ahí buena parte de la “cólera” que, según el abogado de los familiares de varias de las víctimas, Didier Seban, sienten estas con la muerte de Fourniret. Y contra un sistema judicial francés que “no permite identificar y perseguir a asesinos en serie, porque los crímenes se juzgan por separado en lugares distintos, sin que se hablen los jueces, cuando para identificar a un asesino en serie hay que ver su recorrido”, denuncia. “Hace años que pedimos que se creen jueces especializados a nivel nacional para seguir estos casos; el ministro de Justicia, Eric Dupond-Moretti, ha prometido que cambiará la ley”, señala por teléfono. Pero para las víctimas de Fourniret, tanto las conocidas como las aún por confirmar —según Seban, podrían ser al menos “otras 10 o 15 más”—, será demasiado tarde. El criminal que declaró que “necesitaba cazar vírgenes dos veces al año” ya no hablará.
La muestra más palpable del “juego de ajedrez”, como lo describe Dufresne, que Fourniret jugó durante años con jueces, investigadores y víctimas es que, apenas un par de semanas antes de su muerte —padecía Alzheimer y problemas cardiacos—, había concluido, de nuevo infructuosamente, el último intento de hallar los restos de Estelle Mouzin.
La pequeña desapareció a las afueras de París en enero de 2003, cinco meses antes de la detención de Fourniret. Aunque tras su arresto las sospechas recayeron sobre él, el Ogro de las Ardenas se dedicó durante 17 años a hacer declaraciones contradictorias sobre el caso. Solo en marzo de 2020 confesó por fin que era su asesino. El mes pasado, la justicia ordenó la búsqueda —infructuosa— del cadáver de la pequeña en un bosque de las Ardenas, siguiendo las instrucciones de su exmujer, Monique Olivier.
La que fuera la tercera esposa y cómplice de Fourniret se divorció de él en 2010 desde la cárcel donde cumple cadena perpetua. Ella fue desde el principio la inductora de las confesiones de su marido. Olivier conoció a Fourniret, nacido en 1942 en Sedan y padre de cinco hijos, cuando este cumplía su tercera pena de cárcel por agresión sexual contra una menor. Se casaron a su salida de prisión, en 1987. El reguero de muertes —su marido se “iba de caza”, lo llamaba la mujer— comenzó casi de inmediato y solo paró con su detención en 2003. Tras su arresto, Fourniret guardó silencio. Pero en 2004, durante uno de los interrogatorios regulares que le hacía la policía, su esposa empezó a hablar. Fue, recuerda Dufresne, el 22 de junio de 2004, el mismo día en que la justicia belga condenó a la mujer de Dutroux, Michelle Martin, a 30 años de cárcel. Fourniret estaba a punto de obtener la libertad provisional a falta de nuevas pruebas.
En mayo de 2008,el matrimonio fue condenado a cadena perpetua por el asesinato, entre 1987 y 2003, de siete chicas de entre 12 y 22 años en Francia y Bélgica, así como de intentar secuestrar y violar a otras tres. Diez años después, Fourniret recibió otra cadena perpetua por el asesinato de una mujer más. Antes de su muerte, fue imputado por otros cuatro asesinatos, tres de los cuales, incluido el de la pequeña Mouzin, reconoció ante la octava jueza de instrucción que se ha ocupado del caso.
Para entonces, el Alzheimer ya hacía estragos en la memoria de Fourniret. Tras su muerte, las miradas se dirigen a su exmujer, que podría tener la clave de muchos de los otros crímenes de los que es sospechoso. Los investigadores continúan comparando el ADN del asesino extraído de la furgoneta con la que cometió varios de sus crímenes y de un viejo colchón hallado en el domicilio de su hermana, con 21 casos sin resolver.
Dufresne no se hace muchas ilusiones. “Hay muchas dudas” con Olivier, apunta. “¿Lo sabe todo? Lo dudo. ¿Lo dirá todo? Seguro que no. ¿Querrá hablar sabiendo que ahora es la única que queda para responder ante la justicia y arriesgarse a una nueva pena?”, enumera. El abogado Sebin comparte las inquietudes, pero dice que no puede tirar la toalla: “Esto no es un caso cerrado y vamos a continuar”.
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