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El otro Pink Floyd presenta sus joyas secretas

Nick Mason, de Pink Folyd, con el grupo Saucerful of Secrets durante el ‘Rock In Roma’ en el Auditorium Parco della Musica en 2019.NurPhoto / NurPhoto via Getty Images

Conviene comenzar con una historia ejemplar. A finales de los sesenta, el jefe de ventas de EMI-Odeón visitó a uno de sus mejores clientes: “Para que nos dejéis de dar la lata, vamos a empezar a editar los elepés de Pink Floyd”. Hasta entonces solo habían publicado en España canciones de Pink Floyd a 45 r.p.m. Su trayectoria comercial había sido decepcionante y el hombre se puso profético: “Sacaremos los LP pero, aparte de los cuatro locos que vienen a tu tienda, no los va a comprar nadie. Este es un grupo muy raro”.

Sería fácil burlarse de aquel buen señor, pero lo cierto es que Pink Floyd tardó en despegar en nuestro país: gozaba de gran respeto entre la esforzada prensa musical, pero las ventas eran bajas. Además, la compañía barcelonesa mostró cierta torpeza, obviando sus dos primeros álbumes, los hoy celebrados The Piper at the Gates of Dawn y A Saucerful of Secrets, prefiriendo sacar, entre otros, las apresuradas bandas sonoras de dos películas del director Barbet Schroeder sobre las búsquedas hippies, More y La vallée, ambas imposibles de ver por la censura franquista.

El muro que divide a Pink Floyd

Lo que no podía imaginar el representante de EMI es que aquel “grupo raro” iba a dar un giro en 1973, hacía unos discos tirando a conceptuales, con producciones de alta gama, más dedicados a las canciones que a las exploraciones sonoras. Roger Waters, en su rol de macho alfa del cuarteto, dirigió el foco hacia sus traumas personales, la guerra, los males de la sociedad, y ese clásico, la atormentada vida de la estrella del rock. En pocos años, Pink Floyd se convirtió en el grupo más vendedor del rock. Carcomido por dentro, con unas cuentas desastrosas debido a una estafa financiera, pero situado en la cima del mundo.

En ese proceso, inevitablemente, se diluyeron los hallazgos del primer Pink Floyd. Su timonel original, Syd Barrett, era utilizado por Waters como paradigma de la locura y de la inhumanidad del negocio, pero sus canciones más opacas quedaron aparcadas; se desvaneció así su peculiar psicodelia inglesa, una rama más cercana a Lewis Carroll que a Timothy Leary. También perdieron relevancia las expediciones interestelares, magníficos ejemplos de ese subgénero conocido como space rock.

Hasta que, en 2018, Nick Mason (Birmingham, Inglaterra, 76 años) impulsó el grupo Saucerful of Secrets. Podía pasar por otra banda tributo más, pero Mason acumula toda la legitimidad histórica: es el único miembro de Pink Floyd que ha aparecido en todos los discos y directos del grupo, aparte de mantener un cierto equilibrio en la berrea que enfrentó a Roger Waters con David Gilmour y que dio de comer a tantos abogados.

Musicalmente, su batería —ampliada con toda una panoplia percusiva— resulta inconfundible. Mason ha decidido arroparse con gente de la generación posterior. El bajista Andy Pratt y el teclista Dom Beken ya estaban dentro o cerca del universo Pink Floyd. No así el guitarrista Lee Harris, antes con los Blockheads, o el hombre que haría de frontman, el guitarrista y cantante Gary Kemp, miembro fundador de —caramba— Spandau Ballet.

Mason, que parecía consagrado a los coches de lujo y de competición, descubrió de nuevo el placer de tocar. En el seno de Pink Floyd, banda transformada en espectáculo mastodóntico, no podía escaparse del guion: dependía de los músicos de refuerzo, de los sonidos pregrabados, de la apabullante narración visual. En Saucerful of Secrets se cuenta con un vistoso espectáculo de luces, pero subordinado a la música.

El resultado es Live at the Roundhouse (Sony Music), un doble CD más un generoso DVD, todo grabado en 2019. Aquí también funciona el sentido de la historia: el Roundhouse es un antiguo hangar ferroviario en el barrio londinense de Camden, que en los sesenta y los setenta fue escenario de abundantes eventos y conciertos underground. Y el repertorio de Saucerful of Secrets habría encajado perfectamente en los tiempos del pachulí. Material creado entre 1967 y 1972, con un predominio de piezas surgidas de la mente caleidoscópica de Syd Barrett, pero también con composiciones de Roger Waters y David Gilmour, incluso con la firma hoy imposible de Waters-Gilmour.

Pueden entender Saucerful of Secrets como un viaje lisérgico en la máquina del tiempo hasta los primeros años setenta, un viaje pilotado por músicos más profesionales que alucinados

Lo que ofrece Mason en Saucerful of Secrets no es exactamente un eco del primer Pink Floyd. Los músicos del siglo XXI disponen de mejor tecnología y mayores referencias estéticas: a grandes rasgos, se respetan los arreglos originales, pero se hace evidente que allí participan otros instrumentistas, otras voces. Las interpretaciones están concentradas y abarcan temas oscuros, incluyendo alguno que Pink Floyd nunca llegó a tocar en directo.

Pueden entender Saucerful of Secrets como un viaje lisérgico en la máquina del tiempo hasta los primeros años setenta, un viaje pilotado por músicos más profesionales que alucinados. Músicos que han venido para quedarse. Tras las giras de 2019, se vieron obligados a suspender todos los conciertos de 2020, que han desplazado a 2021. Están previstas paradas en Madrid y Barcelona.


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