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El padre del pata negra


Hace unos 106.000 años, mientras el resto de Europa sobrevivía sepultada bajo la nieve y los glaciares, el suroeste de la península Ibérica, con un clima más benigno, era el refugio de los últimos neandertales y de la megafauna del continente, como el elefante prehistórico de “colmillo recto” (Palaeoloxodon antiquus). En una zona de dunas costeras, ya fosilizadas y situada en los límites de lo que hoy es Doñana, un gigantesco ejemplar de jabalí, que en aquella época podía llegar a pesar hasta 300 kilos, dejó su huella. Su estirpe estaba llamada a convertirse en uno de los más importantes tesoros gastronómicos del mundo: ese cerdo salvaje fue el ancestro del pata negra, la actual raza ibérica.

El estudio de las huellas fósilizadas de estos animales ha permitido clasificarlas a nivel mundial como un nuevo icnogénero e icnoespecie e identificar la especie productora. Su hallazgo ha sido liderado por los investigadores Carlos Neto, del Unesco Naturtejo Global Geopark y la Universidad de Lisboa; Fernando Muñiz, de la Universidad de Sevilla; Joaquín Rodríguez Vidal y Zain Belaústegui, de Huelva y Barcelona, respectivamente; junto con otros investigadores de los centros mencionados, de Coimbra y el Museo Nacional de Gibraltar. El trabajo ha sido portada en la revista internacional especializada en paleontología Palaios.

El acantilado del Asperillo, situado en el límite de Doñana y en el enclave costero de Matalascañas (Almonte, Huelva), se ha convertido en una mina para la investigación icnológica, la ciencia que estudia las huellas y señales que dejaron los organismos en épocas pasadas en los sedimentos y las rocas. Los temporales del pasado invierno dejaron al descubierto numerosas evidencias del paso de la fauna por esas arenas hace más de 100.000 años, un libro abierto sobre la vida en una zona paradisiaca que albergó animales enormes y aparentemente exóticos en relación con los ecosistemas actuales.

“Desde la pasada primavera se han realizado dos campañas de investigación y no dejan de surgir sorpresas. Habíamos identificado muchos tipos de huellas, de las que publicamos un adelanto en la revista Quaternary Science Reviews, y ahora estamos analizando al detalle cada una de ellas. Entre las encontradas, hemos identificado varias de jabalí, que hemos analizado con técnicas de modelación 3D y comparado con otras existentes, para concluir que se trata de un nuevo icnogénero e icnoespecie: Suidichnus galani. Sus características singulares, nunca descritas en el registro fósil, indican que podría tratarse de una evidencia del origen del cerdo ibérico”, explica Muñiz, geólogo, icnólogo y profesor del Área de Cristalografía y Mineralogía de la Universidad de Sevilla.

La forma trapezoidal del contorno de las huellas, con largas impresiones en forma de coma, evidencian el parentesco con la raza ibérica, aunque el ancestro del actual pata negra posiblemente fuera de mayores dimensiones, llegando a pesar más del triple que el jabalí común actual. Sus pezuñas dejaron huellas de un máximo de 125 milímetros de largo y 75 de ancho. “El notable gran tamaño” de al menos uno de los productores, según la investigación, se asocia con una “adaptación ecomorfológica de los jabalíes a la abundancia de recursos y a la presión de los depredadores durante el último periodo interglaciar”.

En este sentido, una de las hipótesis que señala el estudio, para explicar el aparente gigantesco tamaño del jabalí en Matalascañas, es que el periodo correspondiente a la edad de las huellas investigadas se caracterizaba por una “gran diversidad e intensidad de depredadores”. El jabalí salvaje, en el periodo previo a la extinción masiva de la megafauna, que habría ocurrido hasta el final del Pleistoceno, convivía con leopardos, leones, lobos, hienas y humanos neandertales, para los que era una presa habitual. La presencia de lobos coetáneos a esta especie de jabalí, anterior al de la raza ibérica, también ha sido evidenciada con el hallazgo de huellas fósiles en la zona estudiada por los investigadores.

Independientemente del tamaño, que se vio reducido ante el cambio de las condiciones ambientales, el parentesco con el actual cerdo ibérico es evidente, según el estudio. “El gran Sus scrofa scrofa (jabalí) identificado en Matalascañas se corresponde con las primeras evidencias conocidas por esta subespecie en Iberia”, concluye la investigación.

De Asia a Huelva

El jabalí es una de las especies con más amplia distribución geográfica (presente en todos los continentes excepto en la Antártida) por su capacidad de adaptación a las condiciones ambientales y sus hábitos alimentarios generalistas. Los ejemplares del suroeste peninsular comparten un mismo origen, según explica Carlos Neto De Carvalho, autor principal de la investigación, geólogo, paleontólogo y científico del Instituto Dom Luiz (Universidad de Lisboa) y del Geoparque de Naturtejo (Portugal): “Los orígenes evolutivos del Sus están en el este de Asia hace 4,2 millones de años, desde donde experimentó una amplia expansión por el continente asiático, Medio Oriente y norte de África. Llegó a Europa hace al menos 1,1 millones de años. La única especie actualmente existente, Sus scrofa o jabalí euroasiático, en su multitud de subespecies, prosperó gracias a una excelente adaptación a los cambios ambientales registrados en tan distintas geografías e incluye la variedad domesticada por el hombre Sus scrofa domesticus, el cerdo”.

“En el pico del último periodo glaciar, el Sus scrofa scrofa se ve restringido a las zonas más meridionales de Europa: sur de Francia y las penínsulas Ibérica, Itálica y Balcánica. Desde ahí, a partir de los últimos 10.000 años, va a recolonizar genéticamente las partes más septentrionales de Europa, adaptándose a condiciones ambientales distintas y dando origen a la variedad que hoy existe. En la península Ibérica conviven la subespecie más común, scrofa, y una más pequeña, baeticus, un ecotipo discutido por la comunidad científica que subsiste en sitios como Doñana”, aclara Neto de Carvalho.

Un gigante que mengua

“Las poblaciones iniciales de Sus scrofa eran muy corpulentas. Algunas huellas de jabalí de Matalascañas pertenecen a ejemplares enormes cuyas dimensiones solo tiene comparación actual con las subespecies que viven en los Urales o en Siberia. En el último periodo interglaciar, cuando se formó la paleosuperficie con las huellas de Huelva que ahora estudiamos, el clima era más húmedo y posibilitó una floresta próxima a humedales o cursos fluviales, con más disponibilidades alimentarias para los jabalíes. Sin embargo, en el último periodo máximo glaciar, hace entre 30.000 y 18.000 años, cuando la megafauna pleistocena se extingue por los rigores climáticos y la caza por parte de los homínidos, los jabalíes responden con una reducción de corpulencia y prosperan en los oasis climáticos del sur de Europa, adaptándose a una pérdida pronunciada de recursos, con la sustitución de áreas de floresta por estepas y pastizales”, explica el investigador.

De esa adaptación surgen los actuales jabalíes de la península Ibérica, cuyo peso oscila entre los 75 y los 85 kilogramos de los machos. En Doñana, los ejemplares de Sus scrofa baeticus rondan los 54 kg porque en esa zona, según explica Neto, viven en los matorrales y pinares del sur del parque nacional, donde la cantidad y diversidad de alimento disponible es menor. “Con todo, actualmente, la corpulencia del jabalí tiende a aumentar en regiones con menos densidad de población y presión de la caza”, añade.

Del jabalí al cerdo

El investigador portugués señala que la domesticación se produjo en los últimos 10.000 años, “cuando las comunidades humanas dispersan los cerdos por Europa y Asia como fuente de alimento de gran importancia de las comunidades sedentarias, que experimentan un crecimiento poblacional”.

“De este modo, podemos decir que los orígenes del cerdo y del famoso y delicioso jamón ibérico están en los jabalíes que dejaron sus huellas en Matalascañas, similares a otros rastros fósiles del Pleistoceno superior inicial encontrados en la península Ibérica y que son la base del linaje evolutivo de los cerdos actuales”, concluye Neto de Carvalho, quien advierte de la importancia del conocimiento de los “impactos bióticos originados durante los últimos grandes cambios climáticos y que aún nos afectan”.

El descubridor de la huella

La icnología tiene reglas particulares y las huellas o señales que dejó la fauna llevan su propio nombre, enraizado en el sistema clásico de clasificación biológica de Linneo (1735). De esta forma, el rastro hallado en Matalascañas ha sido bautizado como icnoespecie Suidichnus galani. Este apellido es el reconocimiento a José María Galán, guía del Parque Nacional de Doñana que trabaja en el Plan Nacional de Lucha contra el Tráfico Ilegal y el Furtivismo Internacional (Tifies). Este rastreador de las huellas de la historia fue el primero en advertir de la singularidad del vestigio hallado en las arenas de Huelva.

“Ana Mateo y Dolores Cobo, biólogas y trabajadoras del parque de Doñana, me hicieron llegar una foto por WhatsApp. Allí empezó todo”, recuerda Galán. Las especiales características de la huella no pasaron inadvertidas para este experimentado buscador de rastros, que entiende su arte como un medio para ser parte de la naturaleza. “Soy como las sondas espaciales enviando fotos y datos de lo que encuentro”, bromea.

La información de los rastros la compartió con Fernando Muñiz, quien comenzó de inmediato con Carlos de Neto de Carvalho y el resto del equipo el estudio icnológico.

Galán, autor también de las representaciones del animal que dejó su impronta en Huelva, explica que el cambio en la dinámica del litoral dejó al descubierto la frágil zona de dunas fósiles donde había quedado la firma de la fauna prehistórica. “La zona de estudio, que empezó siendo de unos 40 metros cuadrados, se ha multiplicado, lo que evidencia que tenemos que redescubrir nuestro patrimonio cada día y con urgencia”, comenta. La acción del viento, la lluvia, los visitantes de la zona y el mar ponen en riesgo la perdurabilidad de las huellas halladas en los materiales de la zona paleontológica.

“Los rastros aportan mucha información del animal, de su tamaño, de su comportamiento. Es algo atávico. Los niños lo hacen de forma natural. Es intrínseco al hombre vincular la marca al animal que la ha generado. Requiere imaginación y eso es solo propio del hombre. Un perro, si el rastro no tiene olor, pasa por la huella sin percibirla. El hombre, que tiene un ángulo de visión que facilita el rastreo, es capaz de reconstruir el animal que ha dejado la huella o la marca y qué hacía en ese momento”, explica.

Sus dotes de rastreador y artísticas han sido fundamentales en esta investigación, cuya labor ha sido reconocida con la dedicación del nombre de la icnoespecie.

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