La Real Academia Española (RAE) dio un giro fundamental hace tres décadas en su política lingüista activa. Tiró de raíces y esencias globales y de ahí en adelante impulsó el panhispanismo como estrategia, filosofía y método de trabajo. No se trataba más que de volver a la senda que predicó el venezolano Andrés Bello, maestro de Simón Bolívar, tras las independencias en el siglo XIX: reivindicar el español como una identidad cultural común. Tan de México, Centroamérica y el cono sur del continente como de España o ahora, con fuerza, Estados Unidos. Por eso, cuando los encargados de velar por la siempre fina estrategia de la política lingüística, como la propia Academia o el Instituto Cervantes, escuchan discursos como los de Isabel Díaz Ayuso y su Oficina del Español, reaccionan.
La nueva iniciativa que dirige Toni Cantó les ha puesto en guardia. La RAE y el Cervantes se muestran dispuestos a colaborar con cualquier idea que sume. Pero advierten contra las visiones cerradas o economicistas que, según se deduce de unos primeros pasos, destila la Comunidad de Madrid. “Me preocupa que, por falta de experiencia, se utilice la lengua por razones políticas y con visiones imperialistas”, dice el poeta Luis García Montero, director del Cervantes. Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, afirma: “Representa un peligro muy serio que se intente destacar el español desde una óptica principalmente económica, cuando es el mayor patrimonio cultural compartido que tenemos de igual a igual con América”. Y añade: “No nos apelotonemos ni atropellemos”. Cantó, por su parte, ha declinado hacer declaraciones.
La RAE y el Cervantes llevan años poniendo conjuntamente en práctica junto a las 23 instituciones del idioma español que existen en el mundo la estrategia del panhispanismo. Las dos primeras y la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) coordinan los Congresos Internacionales del idioma que comenzaron en Zacatecas (México) en 1997. Y bajo el mandato en la Real Academia de Víctor García de la Concha (1998-2010) se consolidó de manera contundente el panhispanismo para el siglo XXI.
Nada más ser elegido se lanzó a aglutinar el consenso lingüístico con los demás países de habla hispana. Una labor que tejió, recuerda, “mediante 54 viajes por América”. Pero la idea necesitaba concreción. De ahí surgió el Diccionario panhispánico de dudas (2005). Con este, la regla se flexibilizaba al máximo para abarcar todas las variedades del español. Además, se pasaron a elaborar todas las publicaciones de la RAE —desde el Diccionario a la Ortografía o la Nueva Gramática— con el acuerdo de todas las academias.
Hoy esa coordinación es constante, fructífera y práctica. La tecnología lo ha facilitado, afirma Inés Fernández Ordóñez, filóloga, catedrática de Lengua Española y miembro de la RAE. “Con ello hemos mantenido una identidad común en las variedades. Que el español normativo abrace esas diferencias dota al idioma de una flexibilidad. Hoy disponemos de un corpus enorme que representa muy bien la potencia de la lengua y se ha enriquecido mucho con la observación constante de los datos lingüísticos en todos los países. Al panhispanismo le ha venido muy bien, en ese aspecto, la tecnología”.
Y la colaboración es constante, como sostiene Jorge Covarrubias, subdirector de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). “El impulso del panhispanismo se aceleró notablemente en las últimas tres o cuatro décadas. La situación ha mejorado de manera considerable para las academias fuera de España. Con voz y voto”, asegura.
“Las obras que desde 1713 eran exclusivamente de la RAE”, agrega Covarrubias, “ahora son producto consensuado de las 23 instituciones de la lengua en cuatro continentes. Me consta porque participo en la Comisión del DLE (Diccionario de la Lengua Española) y he colaborado en otras cuatro obras conjuntas: Gramática básica, Diccionario de Americanismos, Libro de estilo y Glosario de términos gramaticales”. Así es como, mediante esta forma de trabajo colectivo, queda patente para él que no existe un español superior a otro. “Y que los 500 millones de hispanohablantes formamos un coro que admite todas las variantes aunque tiende a preservar la unidad”.
Todo ello no hace sino dejar constancia de lo que para Muñoz Machado representa el panhispanismo: “Una ideología y un método de trabajo”. “El español no es solo la lengua de España. Creemos en eso”, agrega. García Montero lo apuntala con datos: “Nosotros [los españoles] solo representamos un 8% dentro de una comunidad con 493 millones de hablantes nativos, según el último informe anual del Cervantes”.
García Montero y Muñoz Machado coinciden en que el panhispanismo surgió como idea hace más de 200 años. “La RAE lo incorporó muy pronto, entonces como doctrina. Tuvo esa habilidad, acepta esa perspectiva y desde un primer momento descarta el purismo”, afirma García Montero. Y no fue fácil. “Tras la independencia política algunos líderes y países propusieron que también debían impulsar una independencia cultural, incluso adoptar el francés como lengua en alguna de las nuevas naciones”, comenta Muñoz Machado. Pero fue la filosofía de Andrés Bello la que impuso el idioma como valor continental común, recuerdan. Esa luz sigue hoy viva con un esfuerzo colectivo reactivado en el siglo XXI por quienes velan por las políticas lingüísticas. “No son los gobiernos, afortunadamente”, comenta Muñoz Machado. “Estos, por ahora, lo han dejado en manos de quienes entienden de la materia”.
La estrategia que han desarrollado la RAE, ASALE y el Cervantes tiene la palabra bajo control, pendientes de la continua evolución, imaginación y viveza del habla de la calle como base de una cultura común, y atentas a que, en el tiempo de los populismos y de la frivolidad, todo eso no salte por los aires.
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