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El papa Francisco, en Lesbos: “Detengamos este naufragio de civilización”

El papa Francisco, en Lesbos: “Detengamos este naufragio de civilización”


La explanada de barracones y pequeños cubículos blancos bordea a lo lejos una de las idílicas bahías de la isla. El lugar, sin embargo, es espantoso visto de cerca. No hay electricidad ni agua todas las horas del día. Hace frío y de noche la humedad muele los huesos. Aquí se malvive de forma indefinida. Pero peor era Moria, el otro campo de refugiados, que ardió el 9 de octubre de 2020. O quedarse en Afganistán. O no digamos morir en el mar, como alguno de los 20.000 migrantes que en los últimos años trataron de cruzar en precarias embarcaciones las aguas que separan Turquía y esta isla griega. Jila Alizahi llegó aquí después de viajar a pie desde Kabul. Tiene 16 años y lleva casi tres en Lesbos atrapada. Media vida. Suficiente para poder resumir con esta secuencia creciente de calamidades sus días en Mavrvovouni, el lugar donde sobrevive con otras 2.200 personas.

En Mavrovouni casi nunca pasa nada. Ni se avanza ni se retrocede. El lugar forma parte del conjunto de campos de refugiados que se construyeron en Grecia con fondos europeos tras la crisis de 2015. “No sabemos nada de nuestros papeles. Tenemos que salir. Mi mujer está enferma y necesitamos un buen hospital”, lamenta Mohamen Amini, afgano de 36 años. Un lugar cada vez más invisible. Excepto este domingo, cuando apareció el Papa con la prensa de medio mundo y pidió detener “este naufragio de civilización”. No es habitual que un pontífice repita un destino. Y menos si se encuentra en una pequeña esquina de Europa. Pero esta es la principal obsesión de Francisco. “Estoy nuevamente aquí para encontrarme con ustedes; estoy aquí para decirles que estoy cerca de ustedes; estoy aquí para ver sus rostros, para mirarlos a los ojos: ojos cargados de miedo y de esperanza, ojos que han visto la violencia y la pobreza, ojos surcados por demasiadas lágrimas”, anunció rodeado de los habitantes del campo.

Lesbos, la tercera isla más grande de Grecia, se ha convertido en un símbolo de este pontificado. Muchos refugiados llevan atrapados aquí desde 2016. Niños, como la propia Jila, que no han podido ir a la escuela. Vidas varadas en una montaña de documentación en la mesa del algún tribunal europeo. Solicitudes de asilo rechazadas hasta cinco veces mientras siguen encerrados, como denunció este domingo al Papa la comunidad africana del campo. Las cinco islas del mar Egeo se convirtieron de este modo en enormes prisiones al aire libre a partir de 2015, en el apogeo de los desembarcos. Un año más tarde, Francisco visitó la isla. Tanto tiempo que algunos, como la mayoría afgana, han podido incluso ver desde la distancia el inimaginable regreso de los talibanes. “Han pasado cinco años desde la visita que realicé. Después de todo este tiempo constatamos que poco ha cambiado sobre la cuestión migratoria”, lamentó el Papa.

Algunas cosas no son exactamente iguales. El viejo campo de Moria (que fue el más grande de Europa), donde miles de familias vivían hacinadas en condiciones miserables, ardió en 2020. Un grupo de refugiados afganos quemó un contenedor como protesta por las condiciones en las que vivían y el fuego se extendió rápidamente por las chabolas donde dormían los migrantes. Las concertinas siguen ahí. Pero la nueva instalación es algo mejor y los refugiados viven de un modo sensiblemente más digno. Algo que reconoció, con matices, el Papa. “Reconozco el compromiso en la financiación y construcción de dignas estructuras de acogida y agradezco de corazón a la población local por todo el bien que ha hecho y los numerosos sacrificios que han aceptado. Pero debemos admitir amargamente que este país, como otros, está atravesando actualmente una situación difícil y que en Europa sigue habiendo personas que persisten en tratar el problema como un asunto que no les incumbe”.

La UE invirtió 276 millones de euros para construir cinco nuevos campos en las islas. Como el de Mavrovouni. Centros cerrados, sin libertad de movimientos. Con tornos y un algoritmo que controla las entradas y las salidas, permitidas hoy solo pocas horas al día o por motivos como visitar al médico. Ese era el problema. No es lo que se había acordado con la Unión Europea. Pero el plan consistió cada vez más en invisibilizar el problema, criticó el Papa. Desde 2016, la UE ha pagado 6.000 millones de euros a Turquía ―a solo 20 kilómetros de Mytiliene, capital de Lesbos― para que frenase los flujos migratorios que llegaban a las costas griegas. “Es triste escuchar que el uso de fondos comunes se propone como solución para construir muros. Los temores y las inseguridades son comprensibles. El cansancio y la frustración, agudizados por la crisis económica y pandémica, se perciben, pero no es levantando barreras como se resuelven los problemas, sino uniendo fuerzas para hacerse cargo de los demás según las posibilidades reales de cada uno y en el respeto de la legalidad, poniendo siempre en primer lugar el valor irrenunciable de la vida de todo hombre”.

El Papa subrayó así de nuevo las dos grandes prioridades de su agenda. Primero se refirió al cambio climático con cierto optimismo, tema en el que aseguró “algo parece que se está moviendo”. Pero respecto a la inmigración, el otro frente que abrió nada más llegar a la silla de Pedro en 2013, denunció que “todo parece terriblemente opaco”. “Están en juego personas, vidas humanas. Está en juego el futuro de todos, que solo será sereno si está integrado. Cuando se rechaza a los pobres, se rechaza la paz”, señaló.

El problema de la migración, dijo Francisco ante el grupo de refugiados que le escuchaba, está lejos de resolverse. Lo ha repetido durante todas las paradas de su viaje: “Hay que acoger”. “Cierres y nacionalismos —nos enseña la historia— llevan a consecuencias desastrosas […]. Es una ilusión pensar que basta con salvaguardarnos a nosotros mismos, defendiéndonos de los más débiles que llaman a la puerta. […] Frenemos este naufragio de civilización”.

El aumento de la inmigración a comienzos de la última década fue acompañado del florecimiento de los partidos de ultraderecha. Sucedió en Francia en 2005. También en Italia con la llegada masiva de embarcaciones a sus costas en 2013. Y finalmente esa política desembarcó también en España. El Papa les hizo responsables del odio. “Es fácil arrastrar a la opinión pública, fomentando el miedo al otro; ¿por qué, en cambio, con el mismo tono, no se habla de la explotación de los pobres, o de las guerras olvidadas y a menudo generosamente financiadas, o de los acuerdos económicos que se hacen a costa de la gente, o de las maniobras ocultas para traficar armas y hacer que prolifere su comercio? Hay que enfrentar las causas remotas, no a las pobres personas que pagan las consecuencias de ello, siendo además usadas como propaganda política”.

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