En la pequeña y remota aldea rumana de Negostina, la historia parece importar más que las fronteras. Nieva sin cesar al norte y al sur de la línea divisoria con la hoy invadida Ucrania, situada a apenas dos kilómetros. Ambas partes pertenecen al mismo territorio histórico, Bucovina (Bukovina, en ucranio), que fue troceado durante la II Guerra Mundial, cuando la URSS integró a la fuerza la parte norte, que luego recuperó Rumania gracias al avance de sus aliados nazis y volvió a manos soviéticas en 1944.
Por eso, a Clem Aglaia, de 78 años, la posibilidad de que soldados rusos se aposten a una distancia visible del trozo de terreno que cultiva con su nieto en Negostina (unos 800 habitantes) pesa mucho más que todos los discursos de hombres encorbatados que escucha en televisión sobre la importancia del Artículo Quinto de la OTAN, aquel que establece que un ataque contra un país miembro lo es contra todos. A diferencia de Ucrania, Rumania está en la Alianza Atlántica desde 2004 (y en la UE desde 2007).
“Tengo miedo, ni puedo dormir por la noche. Si oigo un ruido de un coche, pienso: ¡Ya está, viene un avión!”, asegura mientras se seca las lágrimas con un colorido delantal típico de la región. “Estoy preocupada porque vamos a morir, nos van a comer los gusanos si nos bombardean. Si Putin decide bombardearnos, toda la aldea desaparecerá […] No queremos guerra, no queremos morir ni que mueran nuestros hijos, nuestros nietos. Se estaba bien sin guerra, ¿qué quiere Putin de estas personas?”, lanza mientras mira hacia la frontera con Ucrania.
Nació en 1943, así que no recuerda la II Guerra Mundial, pero sí las historias de sus padres sobre los padecimientos que sufrieron. En sus palabras sí se nota, en cambio, el peso de la dictadura de Nicolae Ceausescu, en la que cualquier vecino podía ser un delator: teme que los periodistas seamos espías enviados por Putin.
En Negostina, suele salir pronto a colación una palabra en rumano: frica (miedo). “Los vecinos aquí tienen miedo de los rusos porque la guerra está cerca. Tienen mucho miedo de que vengan a por nosotros”, asegura Ionel Rosca, un jubilado de 70 años que prefiere los llanos de tierra negra y laderas con pinos del lugar al apartamento de la cercana ciudad de Suceava donde residen su mujer y su hija. Eso sí, matiza, “la gente agradece que hayan venido las tropas de la OTAN y tenemos esperanzas de que nos vayan a defender en caso de que suceda algo”, señala en referencia al refuerzo de la presencia de la Alianza en el marco de la crisis. El pasado martes llegaron a Rumania 500 militares franceses.
Lucian Petrasuc, de 51 años, vive aún en la casa en la que crecieron sus abuelos. Trabajaba en una maderera ―una industria históricamente pujante en la zona― que está a punto de cerrar por falta de pedidos. Al hablar de la guerra, aplica una lógica espacial: “La OTAN nos defendería y tiene tecnología moderna, pero de nada sirve enviar 2.000 o 3.000 personas porque, en caso de guerra, es a nosotros a quienes bombardearían. ¿No moriríamos nosotros? Nos envían tropas estadounidenses, francesas… miles de personas, pero en caso de guerra, los rusos no se enfrentan a los alemanes, sino a Polonia, Rumania…”. La gente en el pueblo, cuenta, ha empezado a pensar a dónde escaparían las mujeres y niños en caso de guerra. “¿Cómo no tener emociones? Nosotros estamos cerca de la frontera”, agrega.
En cualquier caso, una cosa es el miedo y otra, el pánico. El único cambio visible en el pueblo es que se ha acortado la jornada escolar para que los profesores puedan ayudar a los refugiados ucranios en el paso fronterizo. “De aquí no se ha ido nadie, todo lo contrario: ha venido gente de fuera porque quiere ayudar”, aclara el cura Daniel Petrisor en la iglesia ortodoxa rumana de Negostina en la que preside unas misas en las que ahora incluye “una petición de oración especial por la paz, en Ucrania y en todo el mundo”. Pertenece a la minúscula minoría étnica ucrania en Rumania (apenas unas decenas de miles de los 20 millones de habitantes) y utiliza su conocimiento de ambas lenguas para ayudar como traductor a los refugiados que cruzan por el cercano puesto de Siret, uno de los pasos fronterizos por los que un millón de ucranios han escapado de la guerra a los países vecinos, sobre todo Polonia. “Todos estamos preocupados porque, en el siglo en el que vivimos, no pensábamos en la guerra. Hace una semana, había paz a nuestro alrededor. Ahora todos estamos afectados, porque somos el primer Estado al lado [de Ucrania] y yo, personalmente, siendo de etnia ucrania, estoy preocupado y me duele con todo el alma, sobre todo porque hice estudios religiosos en Kiev”.
Oeste y este
Palabras como OTAN, Washington o Moscú suenan distinto en el oeste y el este de la UE. En Rumania, país con un notable sentimiento antirruso, la Alianza Atlántica es el país u organismo internacional que más confianza genera (60,6%), seguida de la UE (55,9%), Alemania (51,8%) y Estados Unidos (50%), según un sondeo del pasado enero del centro demoscópico Inscop. Rusia obtiene un 18% (un porcentaje similar al de encuestas anteriores previas a la escalada de tensión por Ucrania) y China, un 17,2%. Otra encuesta de Inscop apunta que un 70,3% de los rumanos cree que los aliados de la OTAN acudirían en ayuda de su país si fuese atacado por Rusia, frente a un 20,3% que cree que la cláusula de defensa mutua garantizada sería ignorada.
Rumania era además, de largo, el país europeo, de los siete analizados en un sondeo del think tank European Council on Foreign Relations (ECFR), en el que más gente (un 31%) veía a finales de enero “muy probable” una invasión rusa de Ucrania este año. El segundo era Polonia, con un 20%. Los ciudadanos de Italia (8%), Finlandia (9%) y Francia (11%) eran los más optimistas.
“Antes de la guerra, polacos y rumanos no fueron tomados en serio, se los veía como esos belicistas obsesionados con Rusia. Pero ellos tienen una perspectiva diferente, por historia y cercanía geográfica”, explica por teléfono Jana Puglierin, experta en seguridad y defensa europea y transatlántica del ECFR. Puglierin admite, no obstante, que “un ataque ruso contra territorio OTAN es muy improbable, por el Artículo Quinto y por la credibilidad que hay sobre que se respetaría. Quizás con [Donald] Trump [como presidente de Estados Unidos] hubiera sido diferente, pero [su sucesor, Joe] Biden ha sido muy claro sobre la línea roja que supondría cruzarlo. Y también lo ha sido el compromiso de la UE”.
No todos en la zona viven igual la situación. Desde el pueblo de Mihaileni se ve una loma que ya es territorio ucranio sin necesidad de forzar la mirada. Benone Levițchi ha pasado allí casi todos los 57 años de su vida. Cuenta que la entrada de su país en la OTAN hace casi dos décadas le alegró “mucho” porque suponía un “paraguas de seguridad” que estos días agradece. Comprende que sus vecinos vean llegar a los refugiados y teman “acabar así también”, pero él se muestra relajado. “No sé lo que estará en la cabeza de Putin […] pero tengo una cierta tranquilidad, porque los rusos se lo van a pensar dos veces antes de atacar un país de la OTAN […] Incluso si invadiesen Moldavia, me quedaría aquí. Solo me iría en el momento en el que viese que mi vida corre peligro”, resume.
Moldavia es justamente el otro país con el que Rumania limita al norte y tampoco pertenece a la OTAN. Este jueves ha presentado su candidatura a entrar en la UE, en el marco del acercamiento a Occidente que ha impulsado la guerra. “No ha considerado de momento unirse a la Alianza Atlántica, pero necesita algún tipo de garantía de seguridad. Su exministro de Defensa Viorel Cibotaru está pidiendo un acuerdo conjunto de defensa con Rumania”, explica Liliana Smiech, experta del think tank polaco Warsaw Institute.
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