El Partido Democrático italiano lo tiene todo en contra. Los sondeos, la ley electoral, el desgaste tras tantos gobiernos técnicos en los que ha asumido la función de viga maestra. El candidato, Enrico Letta, se retiró de la política en 2015 para dar clases en París (después de que su propio partido hiciera caer su Gobierno) y tuvo que volver a toda prisa, hace un año, para asumir el liderazgo de una formación en apuros. Letta se propuso en el cierre de campaña como el único dique “frente a la peor derecha” y como defensor de la Constitución.
El jueves, los tenores de la coalición que une a toda la derecha comparecieron en la plaza del Popolo romana. El viernes, el Partido Democrático cerró su campaña en la misma plaza y, más o menos, quizá menos que más, ante un número parecido de asistentes. A poca distancia de allí, en la plaza de Santi Apostoli, terminaba la campaña el Movimiento 5 Estrellas de Giuseppe Conte. Del otro lado del río, en la plaza de Garibaldi, celebraba su mitin final el Tercer Polo de Matteo Renzi, el hombre que fue secretario general del Partido Democrático e hizo caer el Gobierno de Letta (2013-2015). Para cerrar el círculo, los comunistas que rechazaron integrarse en lo que ahora se llama PD (y hoy son entusiastas de Vladímir Putin) se reunían en la plaza de Santa María del Soccorso.
Los electores suelen castigar la división. La ley electoral italiana la penaliza con aún mayor severidad. Letta, decíamos, se enfrenta a una misión dificilísima.
En su discurso, el candidato habló de “remontada” (mala señal: según algunos sondeos, incluso el Movimiento 5 Estrellas pisa los talones al PD) y de “unidad” (presumiendo de lo que carecía). Enrico Letta es un hombre moderado, razonablemente honesto y con una larga trayectoria política desde sus inicios en la vieja Democracia Cristiana. Pero no va sobrado de carisma.
Quizá por ello, el mitin final de la izquierda procuró ser coral. Una larga serie de personalidades encadenaron discursos breves (“dos minutos, compañeros, máximo dos minutos”, insistía el presentador), punteados por mensajes de apoyo por parte de dirigentes extranjeros, como el del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. La ráfaga final le correspondió a Letta, quien, con un tono pausado, definió al PD como “el partido de Europa, de la Constitución nacida del antifascismo, de la sanidad pública para todos”, en contraposición a “una derecha negacionista [de la covid y del cambio climático] y retrógrada” que, según anunció la víspera la propia Georgia Meloni, quiere hacer una reforma constitucional que conduzca a una república presidencialista, del tipo francés.
El candidato de la muy moderada izquierda que encarna el PD no fue más allá y no habló de si la gran favorita, Georgia Meloni, era o no neofascista, posfascista o fascista a secas. Oradores anteriores habían hablado de ella, sin atacarla a fondo, y de Silvio Berlusconi, por la delirante parrafada a favor de Vladímir Putin que había lanzado la víspera.
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En conjunto, fue un acto tibio, por más que los asistentes vivieran unos segundos de entusiasmo entonando el Bella Ciao de los partisanos. Se percibía un cierto conformismo ante la posibilidad de una derrota, que los últimos sondeos (de publicación prohibida en Italia) tenderían a confirmar. “Quizá quedar en la oposición no sea una gran desgracia, quien forme gobierno va a enfrentarse a un invierno terrible por la carestía energética y tendrá que tomar medidas impopulares”, opinaban varios treintañeros de traje y corbata. “Temo que en el mejor de los casos perderemos y, en el peor, nos llevaremos un batacazo tremendo”, confesó Annamaria, una mujer de unos 70 años que de joven solía votar a los socialistas.
Los más militantes, por el contrario, hablaban como Letta de “remontada”, hablaban de la “ayuda” que les prestaba el rival Silvio Berlusconi con sus “idioteces” y aseguraban que, en el último momento, muchos que pensaban votar a 5 Estrellas o incluso a los centristas del Tercer Polo cambiarían de papeleta a favor del PD: “Somos los únicos que podemos frenar a Hermanos de Italia, representamos el único voto útil y la gente lo sabe”. Tal vez. En unas elecciones cabe lo imprevisto. Pero en un sistema electoral como el italiano las grandes sorpresas resultan improbables.
No es un secreto que en algunos rincones del PD se afilan ya los cuchillos para, en caso de desastre electoral, acabar por segunda vez con Letta. “Somos positivos, en esta campaña hemos sembrado para el futuro y hemos vuelto a colocar el trabajo en el centro de nuestro programa”, decía Letta desde el estrado. Sentado sobre un pilón de mármol, un hombre anciano sostenía un cartel: “Nacido bajo Mussolini, no quiero morir bajo Meloni. Que Dios nos ayude”.
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