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El Partido Republicano se entrega al ‘show’ de Trump

El presidente Donald Trump, ante un tramo del muro en la frontera con México, el pasado junio.Evan Vucci / AP

Si el lema de campaña del demócrata Joe Biden era “una batalla por el alma del país”, lo que se abre este lunes con la Convención Republicana es una batalla por el alma del partido. Un partido que se entregó a los brazos de un presidente rebelde y que ahora necesita preparar la vida después de él. Aunque ganase en noviembre, el próximo sería su último mandato. Y este cónclave marca el inicio de la batalla por el futuro. Pero el rodillo de Donald Trump se dispone a aplastar cualquier arista en el discurso unipersonal dominante. Confirmando que, como ha revelado el ciclo de primarias, su huella en el partido será difícil de borrar.

La tradición marca que el candidato hace solo alguna aparición anecdótica en los primeros días, antes de su gran discurso en el cierre de la convención. Demasiado tiempo fuera de los focos para el gusto de Trump, que ha decidido que se dirigirá a la nación en prime time cada uno de los cuatro días de una convención diseñada por algunos de los productores del reality show que le lanzó al estrellato. El resto del elenco procede del entorno familiar del presidente o de su equipo de incondicionales. Ni siquiera se esperan notas disonantes entre los escasos ponentes ajenos a ese círculo que se tienen por potenciales sucesores, como la exembajadora ante la ONU Nikki Haley o el senador Tom Cotton.

Una señal más de que, aunque pierda en noviembre, no será fácil que la huella que ha dejado Trump en un partido modelado a su imagen y semejanza se vaya con él. Su figura, temen los críticos, marcará a la formación durante años. Prueba de ello ha sido el ciclo de primarias republicanas, en el que se ha impuesto una regla de oro: el candidato más trumpista gana.

Casi la mitad de los 241 republicanos que había en la Cámara de Representantes cuando Trump llegó a la Casa Blanca han abandonado ya la cámara o lo harán para 2021. Con ellos se van las voces con alguna posibilidad de ser críticas, que son sustituidas por acólitos como Marjorie Taylor Greene, que se acaba de asegurar un sitio en el Congreso, tras ganar las primarias de un distrito seguro republicano en Georgia. Además de su tendencia a los comentarios racistas, es defensora de la teoría conspiratoria QAnon, que básicamente sostiene que una élite progresista participa en una red internacional de pedofilia que estaría preparando un golpe de Estado, orquestado por Barack Obama, Hillary Clinton y George Soros, y que Trump intenta impedir. “Una futura estrella republicana”, ha dicho de Greene el presidente.

Distrito a distrito, se está tejiendo un Partido Republicano muy diferente al que nominó a Mitt Romney como candidato en 2012. El nombre del senador por Utah, el único que votó por el impeachment de Trump, se convirtió de hecho en un arma arrojadiza para atacar a rivales en las primarias.

En estos meses el partido ha comprobado que, más que la promesa de bajar impuestos o de cortar el gasto público, lo que marca la diferencia entre los votantes de las primarias republicanas es la adhesión a Trump. Un tuit del presidente apoyando a un candidato puede hacerle subir de 15 a 20 puntos en los sondeos. El 60% de los 600 anuncios televisivos de candidatos en este ciclo de primarias republicanas contenía referencias a Trump, según un análisis de Politico.

Eso puede hacer más difícil ganar las elecciones en distritos y Estados donde los votantes moderados son los que inclinan la balanza hacia un partido u otro. Pero consolidando la huella trumpista en los escaños republicanos seguros, se garantiza la supervivencia del estilo y las ideas del líder más allá del fin de su propia vida política. Los críticos temen, pues, que el futuro sea un partido radicalizado en fondo y forma, pero incapaz de ganar elecciones.

Peor de lo esperado

El desfile de republicanos en la Convención Demócrata de la semana pasada indica que la resistencia interna al presidente ha cambiado, al menos temporalmente, de bando. Horas antes de que Joe Biden aceptara la nominación demócrata el pasado jueves, y cuatro años después de que 50 ex altos cargos republicanos de la Seguridad Nacional advirtieran de que Trump sería “el presidente más temerario de la historia estadounidense”, los mismos 50 más otros 20 firmaron otra carta, diciendo que su presidencia ha sido aún peor de lo que esperaban y pidiendo a los votantes que apoyen al candidato demócrata. “Mientras algunos de nosotros tenemos posturas políticas diferentes a las de Joe Biden y su partido”, dice la carta, “ahora es imperativo que detengamos el asalto de Trump a los valores e instituciones de nuestra nación y restablezcamos los cimientos morales de nuestra democracia”.

El denominador común de los que han levantado la voz es el “ex”. El hecho de que no forman parte de la Administración ni son cargos electos del partido. Particularmente ensordecedor ha sido el silencio de los senadores, miembros de una Cámara que se vanagloria tradicionalmente de su respeto a las instituciones por encima incluso del color político. “Miro a los que eran mis colegas cuando era senadora y no entiendo qué les ha pasado”, explicaba la excandidata presidencial demócrata Hillary Clinton en una entrevista en la NBC. “Aparte de Mitt Romney y en algunas votaciones un par de otros, no ha habido ninguna disposición congruente de gente que debería levantarse en nombre de los hechos y en contra del caos que genera Trump, simplemente no parecen dispuestos. Entiendo el argumento político, creen que no es posible dentro del actual Partido Republicano, pero esa explicación no está altura”.

El cierre de filas es más llamativo cuando la crisis del coronavirus ha puesto el proyecto patas arriba. Hasta hace poco, el guion era lo suficientemente atractivo como para que los menos forofos del presidente estuvieran dispuestos a taparse la nariz durante cuatro años más. Continuar con nombramientos de magistrados conservadores para consolidar el sesgo conservador en la judicatura durante al menos una generación o seguir cabalgando la ola del crecimiento económico con la garantía de que no habrá más impuestos, eran metas por las que salía a cuenta tolerar los exabruptos tuiteros y el ridículo internacional. Pero el coronavirus introdujo un giro radical en el guion. La victoria se escapa, la economía ya no está nada bien y el país ha enterrado en medio año al doble de muertos que todos sus caídos en combate desde la Segunda Guerra Mundial, por culpa de una crisis sanitaria que desborda por todos lados a la Administración y expone dramáticamente los límites de una gestión basada en la egolatría.

Sin apoyo de Bush

Tampoco es excesivamente alentador para los republicanos biempensantes el hecho de que tantos de los personajes que llevaron a Trump a la Casa Blanca se hayan declarado culpables o hayan sido condenados en estos cuatro años por diversos delitos. La lista incluye a su exjefe de campaña Paul Manafort y su segundo, Rick Gates; su exabogado Michael Cohen; su exconsejero de Seguridad Nacional Michael Flynn; su exasesor Roger Stone. Y, esta semana pasada, la policía arrestaba a su ex estratega jefe y arquitecto de su campaña, Steve Bannon.

Hillary Clinton, Bill Clinton, Barack Obama y hasta Jimmy Carter. Todos los presidentes vivos y la última candidata presidencial demócrata tuvieron su discurso en la Convención del partido. Esta semana, en la republicana, no hablará ni el único expresidente republicano vivo, George W. Bush, ni tampoco, por su puesto, el último candidato, Romney.

Después de que Romney perdiera en 2012, el partido encargó un estudio interno para determinar por qué no había ganado más que una vez el voto popular en unas presidenciales desde 1988. Las conclusiones fueron que el partido necesitaba llegar más a la gente de color, a los jóvenes, a las mujeres. “Entonces emergió Donald Trump y el partido arrojó todas esas conclusiones por la ventana con un casi audible suspiro de alivio”, escribía en The New York Times el consultor político Stuart Stevens, que ha trabajado para cinco candidatos presidenciales republicanos. “Trump no secuestró al Partido Republicano. Es la conclusión lógica de lo que se ha convertido el partido durante los últimos 50 años, un producto natural de las semillas del acoso racial, el autoengaño y la furia que ahora lo dominan. Ponga a Donald Trump ante un espejo, y ese rostro naranja, hinchado y con el ceño fruncido es el Partido Republicano hoy”, concluía.


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