El peligro de las noches tropicales: cómo aumenta la mortalidad dormir a más de 25º

Las noches tropicales, aquellas en las que resulta difícil hallar el consuelo del descanso porque los termómetros no bajan de 20º, eran en España un fenómeno esporádico y circunscrito a la costa. Sin embargo, en las últimas décadas han ido avanzando como una mancha de aceite y hoy en día son más frecuentes y más extensas. Además comienzan antes, en primavera, y se alargan hacia el otoño. Los datos son elocuentes: en las cuatro décadas que van de 1961 a 1990, la media fue de apenas cinco al año, una cifra que se duplicó de 1991 a 2020, con una media de 11, según los registros del sistema de observación europeo E-obs Copernicus recabados por el climatólogo Dominic Royé. Y, lo que es peor, también son más intensas, lo que ha llevado a acuñar otro término para aquellas en las que no se baja de 25º: noches tórridas.

Que es un fenómeno que “va claramente a más” también lo constata la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). La agencia no dispone, sin embargo, de un estudio ad hoc que cuantifique dicho incremento en todo el país, pero sí datos por ciudades, unas cifras que están en la línea de lo apuntado por Royé. Por ejemplo en Madrid, se han duplicado desde mediados del siglo pasado. “En 30 años, de los sesenta a los ochenta, se registraron 17 noches tropicales al año en el observatorio de El Retiro, mientras que de 1991 a 2020 son 35″, detalla el portavoz de la agencia, Rubén del Campo, para precisar que la primera noche tórrida no se produjo hasta 1987. “Desde entonces a 2020 se han documentado nada menos que 22, de las que 12 se han acumulado en la última década, por lo que hemos pasado 60 años sin ninguna y ahora vamos a una por verano”, se asombra el experto.

En Barcelona ocurre lo mismo que en la capital, aunque de forma más acusada a causa del efecto del Mediterráneo, que en verano está caliente y ayuda a que las noches sean cálidas. En el aeropuerto de El Prat, que a diferencia de El Retiro está en las afueras, de 1961 a 1990 hubo 20 noches tropicales al año y de 1991 a 2020, 60, por lo que se han triplicado. En cuanto a las noches tórridas, de 1924 a 2003 no hubo ni rastro de ellas, pero de ahí a 2020 llevan ya nada menos que 42, dos al año.

En Valencia, también con una considerable área metropolitana y el influjo mediterráneo, las noches tropicales se han cuadruplicado. “Aquí se ve muy bien el efecto combinado del cambio climático y de la isla de calor ―el incremento de la temperatura que sufren las grandes ciudades a causa de la actividad humana―, porque la estación estaba rodeada de huertas y ahora, de edificios”, comenta Del Campo. Han pasado de 20/30 en los años treinta y cuarenta del siglo XX a 80/90 en los últimos 20 años. Y aún peor, las tórridas se han multiplicado por 10 desde los ochenta: en el último decenio ha habido una media de 40. Algo similar ocurre en el resto de España: en el conjunto de las 10 capitales más pobladas, en las que vive una quinta parte de los habitantes del país, hay 10 veces más noches tórridas ahora que en los ochenta.

¿Y qué nos espera en un futuro próximo? Malas noticias. De aquí a 2050, las noches cálidas ―las proyecciones de cambio climático no hablan de noches tropicales sino cálidas, definidas como el 10% de las más calurosas del año― aumentarán entre un 15 y un 25% en el peor de los escenarios, por lo que de las 36 noches actuales se pasaría a 45 si no reducimos las emisiones de gases contaminantes. A finales de siglo, si seguimos contaminando al ritmo actual el incremento sería del 50%, es decir, 55 noches tórridas al año.

¿Qué consecuencias tiene sobre la salud? Del Campo recuerda un hecho que puede pasar desapercibido: 25º es la temperatura mínima, el momento más frío del día, que se alcanza al alba, lo que implica que a la hora de irse a la cama, entre las diez y las doce de la noche, hace mucho más, de 32º a 34º. En el caso de las noches tropicales, supone dormirse a más de 25º. Acostarse a tan altas temperaturas tiene efectos muy nocivos para la salud, subraya Royé, investigador y profesor en la Universidad de Santiago de Compostela, porque producen un “estrés térmico prolongado, al impedir que el cuerpo descanse y se recupere del estrés térmico sufrido por el día”.

Royé recuerda que el calor nocturno “puede provocar alteración y privación del sueño debido a los procesos necesarios de termorregulación”: para entrar en la fase de sueño profundo, el cuerpo necesita bajar el pulso, pero no puede hacerlo porque está trabajando para bajar su temperatura. Hasta ahora, era un aspecto poco estudiado, pero este climatólogo ha coordinado un estudio internacional que se acaba de publicar en la revista Epidemiology en el que se analiza su impacto en la mortalidad por causa específica ―respiratoria o cardiovascular― en el sur de Europa. La investigación recoge datos de 11 ciudades de España (Bilbao, Barcelona, Madrid y Sevilla), Portugal (Lisboa y Oporto), Francia (Marsella, Montpellier, Niza y Toulouse) e Italia (Roma) de 2001 a 2014. De ellas, el mayor exceso de calor nocturno se produce en Lisboa, donde es de hasta 14º por encima del umbral.

Barcelona y Niza son las urbes que con más frecuencia sufren este fenómeno, con la mitad de las noches por encima de los 20º desde el anochecer hasta el alba, pero sorprende que en Madrid la mitad de todas las noches se sobrepasan en algunas horas los 20º y que, aunque sus habitantes pasan menos tiempo a altas temperaturas, estas son igual de intensas que en Barcelona. En Sevilla, la mínima más alta suele ser es de 22º, en Madrid 20º, en Bilbao 19º y en Barcelona, 23º.

Conscientes de que no es lo mismo pasar un par de horas a más de 20º que toda la noche a 27º, el equipo de Royé ha analizado dos parámetros, la duración de la noche cálida, es decir, durante cuánto tiempo los termómetros están por encima de 20º, y el exceso, cuántos grados hace de más por encima de dicha cota. ¿Y qué es peor? Los investigadores concluyen que “la intensidad de las noches tropicales tiene un mayor impacto para la salud que su duración”. También han descubierto un aspecto revelador: que “el efecto nocturno sobre la mortalidad es independiente de las temperaturas diurnas”.

A mayor duración del calor nocturno, los peores efectos se observaron en Portugal, con un aumento de mortalidad del 29%. Sin embargo, “en España, Francia e Italia no parece tener consecuencias relevantes”, resume Royé. No obstante, los resultados específicos por ciudades sí muestran un incremento considerable en Madrid, del 12%. A mayor intensidad, de nuevo la peor parte se la lleva Portugal, con un 37% de media. En España, el incremento medio es del 16%, en Francia del 12% y en Italia del 25%. Por ciudades, en el caso de España el exceso de calor dispara las muertes un 26% en Madrid, un 14%, en Bilbao, un 13% en Sevilla y un 6% en Barcelona. En Oporto se registra el peor dato, con un 63%.

¿Qué ocurre en Portugal? Los investigadores apuntan a que la población local no está tan aclimatada a estas noches infernales como en el resto de los países estudiados al sufrirlas en menor medida. Además, el uso del aire acondicionado es mucho menor. “En España, el riesgo relativo de exceso de muertes por calor se redujo del 3,54% al 2,78% gracias a una mayor penetración en los hogares del aire acondicionado”, apunta el climatólogo, que espera que los resultados de este estudio ayuden a mejorar los sistemas de alerta así como a tomar medidas para combatir la pobreza energética.

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