Las primeras aves migratorias empezaron a aparecer en las costas del norte de Egipto los últimos días de agosto. Un gran número de cigüeñas blancas sobrevolando una reserva natural y una zona de lagos cerca de la ciudad balneario de Sharm El Sheij —en la península del Sinaí— fueron las encargadas de iniciar formalmente una procesión anual que convierte los cielos del país en corredores aéreos para millones de aves que viajan desde sus lugares de cría, en Europa y Asia, hacia los de invernada, más cálidos y situados en el África subsahariana.
Muchas de ellas, sin embargo, no llegarán a su destino. En la costa mediterránea de Egipto y, en menor medida, en los oasis y arboledas interiores, la caza de aves migratorias es una tradición milenaria de la que dependen miles de familias. Cuando la actividad se practicaba con métodos tradicionales puede que fuera sostenible, pero grupos ambientalistas locales e internacionales alertan de que ya no lo es. En 2015, un estudio de BirdLife, la organización líder en el mundo en conservación de aves, y Nature Conservation Egypt (NCE), la referente en el país, hizo saltar las alarmas al estimar que se capturaban al año alrededor de 12 millones de aves.
Aunque en realidad la cantidad no se conoce con precisión por falta de seguimiento —y el Gobierno egipcio asegura que apenas sobrepasa el millón—, se teme que esta caza pueda estar contribuyendo a la disminución de algunas especies, sumándose a factores como la degradación de sus hábitats y cambios en el clima. En la ruta entre Eurasia y África, NCE y BirdLife alertan que el 34% de pájaros cantores están en declive, y han documentado descensos preocupantes de la golondrina común, el cuco euroasiático y la tórtola europea.
“Hay muchas presiones diferentes, y se puede observar la disminución y el cambio en las poblaciones”, lamenta Sherif Baha El Din, uno de los ambientalistas más prestigiosos de Egipto. “El número no es tan importante: sabemos que hay un problema”, señala.
En el país de los faraones, el origen de la caza de aves migratorias se remonta, al menos, al Imperio Antiguo, hace más de 4.000 años. Entonces, esta práctica representaba una fuente de alimento básica, y también se realizaba con fines comerciales y como un deporte popular. Hoy continúa siendo una actividad social y económica central en las comunidades de costa, sobre todo para los sectores más humildes y aislados, que se transmite de generación en generación.
“La gente no distingue mucho entre caza de aves y pesca”, ilustra Jaled El Nouby, director general de NCE. “La mayoría son comunidades pescadoras que la mayor parte del año se dedican a la pesca y cuando llega el otoño lo ven como un ingreso adicional”, explica.
El principal blanco de entre las aves migratorias es la codorniz, pero también se persiguen palomas, aves cantoras y, en zonas de lagos, a patos y aves acuáticas, todas ellas de gran valor económico. Aun así, como las técnicas de caza son en gran medida indiscriminadas, otras especies, algunas amenazadas, quedan igualmente atrapadas, y la mayoría se acaban destinando a mercados locales o para el consumo propio.
Medidas en muchos ámbitos
Todos los actores implicados en su conservación coinciden en que la receta para encontrar un equilibrio no es sencilla. “Es una cuestión muy compleja que requiere adoptar medidas en muchos ámbitos diferentes, como la supervisión, la legislación, la aplicación de la ley, la acción judicial, la comunicación y la sensibilización”, nota Amy Fraenkel, secretaria ejecutiva de la Convención sobre las Especies Migratorias, un tratado ambiental de la ONU. “En algunos países [como Egipto] en los que la captura está vinculada a medios de subsistencia, también es importante fomentar ingresos alternativos”, apunta.
Pocos en Egipto son más conscientes de este rompecabezas que Ayman Hamada, el director del Departamento Central de Biodiversidad del ministerio de Medio Ambiente. Hamada explica que el país cuenta con leyes, reglamentos y decretos para proteger su fauna que cubren la caza de aves, y asegura que han intensificado sus esfuerzos en el último lustro destinando más recursos a estudiar el fenómeno, actualizando regulaciones y cooperando con organizaciones como NCE y particulares. Fraenkel agrega que El Cairo también participa activamente en acuerdos internacionales como el Plan Estratégico de Roma, que une a 25 países del Mediterráneo y aspira a reducir un 50% la caza ilegal para 2030.
“La razón principal de las normativas es dar a las personas que dependen de la caza como principal fuente de sustento e ingresos la oportunidad de cazar de forma razonable y sostenible”, apunta Hamada. El problema es llevarlo a la práctica.
“No hay gestión para la caza de aves. Hay regulaciones, algún esfuerzo, pero en realidad hay muy poco control. Y es que no es un trabajo fácil”, nota Baha El Din, también doctor en ecología. “Los esfuerzos se centran en esta llamada ‘caza sostenible’, que nadie sabe realmente qué significa porque nadie sabe lo que es un nivel sostenible de caza”, desliza.
El Nouby coincide. “La mayoría de países se proponen reducir en un 50% la caza ilegal de aves para 2030″, apunta, “pero para poder hacerlo es necesario conocer la escala, el tamaño y poder controlar nuestros progresos, [algo que] ningún país ha hecho”.
Sea cual sea ese umbral, Hamada cree que la única manera de alcanzarlo es colaborando con las comunidades de cazadores, que a instancias del Gobierno se han empezado a integrar en los últimos meses en un sindicato en el que él deposita grandes expectativas. “Una de las mejores formas de proteger el recurso [las aves] es trabajar con aquellos que lo gestionan, principalmente, los cazadores”, insiste, “porque lo consideran su principal medio de vida y quieren que esté allí para siempre”.
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