En 1996 Keith Jarrett (Pensilvania, Estados Unidos, 75 años) pensó que quizá no podría volver a tocar el piano. La aparición de una extraña enfermedad, que más adelante se diagnosticaría como síndrome de fatiga crónica, puso ante él la pesadilla de cualquier músico que vive su arte con particular intensidad, que vive por y para tocar música: no poder hacerlo más.
Jarrett se retiró durante dos años y tuvo que aprender a vivir con la enfermedad, con cómo afectaba a su relación con el piano y con la improvisación: quizá habría que olvidar las hercúleas improvisaciones que dieron lugar a álbumes tan importantes como The Köln Concert o Solo Concerts: Bremen/Lausanne. Pero en 1998 Jarrett volvió a los escenarios, y durante veinte años más tocó incansablemente y produjo un buen puñado de álbumes de gran calidad. Aunque no era como antes, seguía comportándose como un pianista sobresaliente.
En los últimos tiempos la reducción de su actividad iba inevitablemente unida a rumores sobre su salud. En 2014 dijo adiós su legendario trío junto a Jack DeJohnette y Gary Peacock. En febrero de 2017, al final del que sería ya su último concierto, en el Carnegie Hall de Nueva York, se despidió emocionado de los asistentes diciendo: “Sois el primer público que me ha hecho llorar”. Poco después, su breve agenda fue cancelada sin más explicaciones que un genérico “por motivos de salud”.
El miércoles pasado, en una entrevista exclusiva para The New York Times, Jarrett puso fin a su silencio, explicando la dolorosa situación: el pianista sufrió un derrame cerebral a finales de febrero de 2018, y otro en mayo de ese mismo año. Y la más trágica consecuencia: con casi total seguridad, no volverá a tocar en público.
Así lo cuenta a The New York Times: “Quedé paralizado. Mi lado izquierdo aún lo está parcialmente. Ahora puedo intentar caminar con un bastón, pero tardé mucho en llegar a este punto, más de un año”. Esta situación choca frontalmente con su capacidad para tocar. A medida que iba recuperando parte de la movilidad hizo pequeños acercamientos al piano, sin éxito: “Intentaba imaginar que era Bach con una sola mano, pero era como juguetear”. Y añade en la entrevista: “Solo puedo tocar con mi mano derecha, y ni eso me convence”.
El deterioro no es solo físico: cuando recientemente intentó tocar algunas viejas melodías de be-bop en el estudio de su casa descubrió que había olvidado muchas por las secuelas de los derrames. “Cuando escucho piano tocado con dos manos es muy frustrante, de una forma física. Incluso escuchando Schubert, o algo interpretado con suavidad, porque sé que no podría hacer eso. Y no es esperable que vaya a recuperarme de ello. Lo más a lo que aspiro con mi mano izquierda es a recuperar la capacidad de sostener una taza con ella”.
El más importante improvisador vivo
Se trata de la pérdida para la música de uno de los más grandes del siglo XX, uno de los pocos que uno podía señalar como el más importante improvisador vivo del mundo: incluso sus detractores tienen complicado discutir semejante afirmación. Sin entrar en competiciones sobre quién es mejor o peor, y sabiendo que en el jazz siguen vivos colosos como Sonny Rollins o Wayne Shorter (este último en activo y en forma), la importancia de Jarrett radica, entre otras cosas, en que su música ha trascendido el ámbito del jazz, llegando a una gran audiencia heterogénea.
Escuchándolo en directo uno podía asistir a una auténtica epifanía, a una experiencia que iba más allá de un simple recital. Son muy conocidas las idiosincrasias y manías del pianista, desde sus audibles canturreos mientras toca (prolongando una tradición de intérpretes geniales, desde Glenn Gould a Bud Powell), a su concepto, casi litúrgico, de la experiencia en directo.
Todo ello formaba parte de la inmersión total en el proceso creativo: lo que surge de sus dedos es una comunión entre la inspiración de Jarrett y su relación con el espacio y la audiencia. Así lo atestigua una discografía tan abultada que en cualquier otro músico sería difícil de sostener: una veintena de discos publicados solo en formato de él con su piano, algunos de varias horas de duración, la mayoría de ellos basados en la improvisación pura, con poca o ninguna preparación previa, y prácticamente todos ellos de una calidad excelsa.
Testamento creativo
Jarrett, músico personal y encerrado en sus propios universos, siempre jugó en otra liga: la de quienes, incluso en sus momentos bajos, tienen una estatura creativa fuera de lo común. Su último concierto grabado, publicado el año pasado como Munich 2016, daba muestra de ese nivel, a pesar de las limitaciones que el tiempo y la enfermedad habían puesto en su camino. Aquel era el último concierto de su última gira europea, un álbum que automáticamente se convirtió en la segunda parte del testamento creativo del pianista.
La primera sería la grabación del primer concierto de aquella gira, que el sello ECM publica el próximo 30 de octubre con el título Budapest Concert. La coincidencia del anuncio del retiro de Jarrett con la salida de este álbum no es casual: el pianista afirma que es lo mejor que ha grabado nunca a piano solo, por encima de todos sus clásicos, y eso es decir mucho. Por lo pronto, es la despedida que ha elegido él.
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