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“El plan A se hunde y hay que atacar Bruselas”: los acusados del atentado yihadista de 2016 declaran en el juicio

EL PAÍS

El proceso por los atentados en Bruselas de 2016 ha comenzado esta semana una de sus fases críticas con el arranque, largamente postergado, de los interrogatorios a los acusados que se sientan en el banquillo desde diciembre. En sus primeras declaraciones, los principales sospechosos han rechazado un juicio que califican de “teatro” para “satisfacer” la sed de justicia de la “opinión pública”; igual, dicen, que el que ya los condenó hace un año en Francia a duras penas por los atentados previos del 13-N en París.

Aun así, la mayoría ha aceptado hablar, ofreciendo, entre justificaciones y algunas excusas, detalles de uno de los episodios más negros de la historia reciente de Bélgica. Y aportando, de paso, algo más de luz sobre un proceso de radicalización que vivieron —y siguen viviendo— miles de jóvenes en toda Europa.

En la terrible noche de los atentados en París del 13 de noviembre de 2015, que dejaron 130 muertos, Salah Abdeslam fue el único miembro del comando yihadista que no detonó su cinturón de explosivos. Cuatro meses más tarde, el 22 de marzo de 2016, era su amigo de la infancia en el barrio bruselense de Molenbeek, compañero de radicalización terrorista y copartícipe del 13-N, Mohamed Abrini, el hombre del sombrero, el que decidía darse media vuelta cuando le tocaba a él hacer estallar su bolsa de explosivos en el aeropuerto de Bruselas, en el primero de los dos ataques con bomba que esa mañana causaron 32 muertos y más de 300 heridos en la capital belga.

El hombre del sombrero confirmó ante los jueces que atentar en Bruselas no entraba en sus planes iniciales. La idea original era volver a atacar Francia, como reveló la policía belga días después de la matanza bruselense. Pero la detención, el 18 de marzo, de Abdeslam, desbarata ese programa y precipita los acontecimientos. “Como Salah fue arrestado, todo se sucede rápidamente. El plan A se hunde y hay que atacar aquí (Bruselas)”, dijo Abrini, desbaratando de paso la línea de defensa de su amigo Abdeslam, quien la víspera había denunciado la “injusticia” de ser procesado por los ataques en Bruselas cuando él no “participó”, ya que ya había sido detenido.

Las declaraciones de Abrini, que como Abdeslam fue condenado a cadena perpetua en París, por lo que arriesga poco en este nuevo juicio, ratifican que la célula terrorista pretendía seguir atacando y que ambos conocían los planes. En total, seis de los diez acusados en Bruselas —aunque el décimo, Usama Atar, presunto cerebro de los ataques, es juzgado en ausencia, ya que las autoridades belgas no han podido certificar su muerte, anunciada por el Estado Islámico en 2019— ya fueron condenados a duras penas de cárcel en Francia.

“¿Estaba usted al corriente de que iba a haber un atentado?”, le preguntó la presidenta del tribunal, Laurence Massart, a Abrini. “Sí. Se habían enviado los testamentos. Había fotos con la bandera del Estado Islámico. No hace falta un diploma para comprender que es el pack del yihadista que va a pasar a la acción”, respondió.

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Está previsto que los acusados sean interrogados durante dos semanas. Esta parte del proceso debería haberse producido mucho antes, en enero. Pero una demanda judicial de los acusados para que se suspendan los registros exhaustivos, con desnudo integral incluido, a los que eran sometidos cada día antes de abandonar la cárcel rumbo a la antigua sede de la OTAN, reacondicionada como tribunal para este proceso, obligó a la presidenta del tribunal a retrasar esta fase y comenzar con los testimonios de las víctimas.

Esa demanda, en la que un tribunal de apelación acabó dando la razón a los acusados, ha sido solo uno de los múltiples incidentes que han retrasado y ralentizado el megaproceso terrorista belga. Este comenzó el pasado diciembre después de varias semanas de aplazamiento por otra victoria de los acusados, que lograron que un juez ordenara la reforma de la cabina de seguridad acristalada donde se sientan, ya que la original les obligaba a permanecer durante horas en pequeñas células aisladas y con mucha dificultad para comunicarse con sus defensores en la sala.

“Veo a mujeres, niños. Les digo que no puedo hacerlo”

“Me señalan con el dedo y veo la fila (…) Veo a mujeres, a niños. Los veo de lejos. Me doy media vuelta directamente. Les digo que no puedo hacerlo”, relató el jueves un nervioso Abrini el momento en que decidió anunciar a los dos compañeros kamikazes con los que había llegado poco antes en taxi hasta el aeropuerto, Najim Laachraoui e Ibrahim El Bakraoui, que no se iba a inmolar con ellos. Poco antes, las cámaras de seguridad habían captado la imagen de los tres empujando cada uno un carrito donde portaban las bolsas con explosivos —Bakraoui, confirmó Abrini ante los jueces, portaba una segunda bomba de 20 kilos en una mochila— que debían explotar.

Es a raíz de esa imagen, que acabaría en todas las televisiones del mundo y en la que se ve a Abrini intentando esconder sus rasgos tras unas gafas de sol y un gorro, que se lo conoce hasta hoy como el hombre del sombrero. ¿Por qué lo llevaba?, quiso saber uno de los jueces en los interrogatorios cruzados con los que el tribunal busca aclarar el papel de cada acusado y sus declaraciones previas. “Porque intentaba ocultar mi cara”, replicó Abrini, insistiendo una vez más en que nunca tuvo intención de inmolarse, sino que su plan, desde que huyó de París, era regresar a Siria.

Pese a su presunto arrepentimiento de última hora —en el caso de Abdeslam, el tribunal francés no consideró probado que fuera una decisión propia y no un fallo técnico del explosivo—, tanto Abrini como Abdeslam son clave para conocer o confirmar detalles de los preparativos de los atentados. Y son, sobre todo, testigos excepcionales de la deriva yihadista que llevó en la década pasada a numerosos jóvenes como ellos —de origen inmigrante, pero crecidos y educados en urbes europeas— a unirse a las filas del Estado Islámico (ISIS) y estar dispuestos a perder la vida para sembrar la muerte y el terror en una Europa cuyos valores llegaron a odiar pese a haberlos compartido —y disfrutado ampliamente— hasta entonces.

La locuacidad de Abrini y Abdeslam, quien tras años de silencio en detención preventiva, también habló profusamente durante el juicio de París, contrasta con el silencio firme de otro de los acusados, Osama Krayem, el Sueco, el otro “arrepentido” de Bruselas que decidió no inmolarse en la segunda parte de los atentados del 22 de marzo, cometida en el metro de la capital belga. Desde el primer día del juicio, Krayem se ha negado a hablar y se ha ausentado del proceso. Su mutismo, lamentan abogados, víctimas y hasta jueces, dificultará conocer más detalles de esa segunda fase del plan terrorista.

Para el abogado de una de las asociaciones de víctimas, Adrien Masset, las declaraciones de los próximos días no cambiarán de todos modos el proceso. “Lo esencial ya se conoce. Esta es la ocasión para los acusados de refutar las acusaciones y pruebas. Pero hasta el momento, no he escuchado gran cosa que sirva de cortafuegos”, dijo en un receso del juicio, que se retomará la semana que viene, tras la pausa de Pascua.

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