Vivimos la mitad de nuestra vida soñándonos. Demasiado tiempo como para que nuestras ficciones, en las que se mezclan, libres de censura, realidad, temor y deseo, no se cuelen en nuestra vida despierta. Ese soñar despiertos o ese despertar en el sueño es lo que ofrece la selección de cuentos breves Poder del sueño, que Roger Caillois, el gran sociólogo del imaginario humano, preparó para el Club Français du Livre (1962) y que permanecía descatalogado en Francia e inédito en castellano hasta que Atalanta lo ha publicado en traducción de Mauro Armiño. En ellos quedan excluidos los sueños que se declaran como tales desde el inicio y sustraen la sorpresa al lector o que sirven como medio de comunicación de mensajes de entes divinos. Incluye textos de autores chinos, árabes, griegos, latinos y modernos como Nabokov, Somerset Maughan, Wells, Kipling, Cortázar o Luisa Mercedes Levinson.
Caillois (Francia, 1913- 1978) fue uno de los grandes divulgadores de Borges, el autor que popularizó el apólogo de Zhuangzi: “Antaño, cuenta Zhuangzi, fui una noche una mariposa que revoloteaba contenta con su destino. Luego me desperté siendo Zhuangzi. ¿Quién soy en realidad? ¿Una mariposa que sueña que es Zhuangzi? ¿O Zhuangzi que imagina que fue mariposa?”. En Occidente ha sido interpretado como ilustración de la sospecha de que somos el sueño de otro, una idea que se repite desde el principio de los tiempos hasta Calderón, Pirandello o Philip K. Dick, pero el escritor taoísta lo que quería expresar era el concepto de que “todos los seres en todos sus estados son uno en realidad”, lo que da la razón a este otro relato: “Veinticuatro intérpretes de sueños estaban afincados en Jerusalén. Me ocurrió que tuve un sueño y visité a todos los intérpretes. Cada uno me dio una interpretación distinta y todas se cumplieron en mí, de acuerdo con lo que está dicho: el sueño sigue la boca que lo interpreta”.
La posverdad era la mentira
Aunque hace 1.500 años no existía la realidad virtual que ofrece la tecnología del siglo XXI y a la posverdad se le llamaba mentira, el budista Liezi describe tres reinos. En el de Gumang no se distingue el día de la noche, sus habitantes duermen la mayor parte del tiempo y solo se despierten cada cincuenta días, por lo que tienen por verdadero lo que sueñan y por falso lo que ven en estado de vigilia. En el reino del Medio se equilibran lo oscuro y lo luminoso, la moral y la ley, de modo que lo que se hace durante el día se considera real; lo que se ve durante el sueño se considera engañoso. Por fin, en el tercer reino, Fuluo, el resplandor del sol y la luna brillan constantemente. El temperamento de sus habitantes -escribe Liezi- “es duro y cruel. Los fuertes oprimen a los débiles; en él se honra a los vencedores sin preocuparse de la justicia. No hacen más que moverse, sin descansar nunca, no hacen más que velar y no duermen jamás”.
El sueño es único e intransferible, pero no siempre. Hay amantes que se encuentran en el mismo sueño, otros que cumplen una acción que sueña otro y sueños que se encadenan de forma infinita, como el de Cao Xueqin, en el que un hombre se sueña una y otra vez en un lugar idéntico al de su casa, habitada por las mismas personas, pero con la diferencia de que nadie le reconoce y le comparan despectivamente con el dueño de la casa. Entra en un cuarto y allí ve al dueño, su doble exacto, también inquieto porque sueña que está en un lugar idéntico al de su casa, habitada por las mismas personas y que nadie le reconoce…
El poder de los sueños hace que todo sea verosímil, incluso devolver la vida a los muertos, el tabú imposible de superar si no es en la ficción, y si es en la pluma de Poe o Bierce no con efectos consoladores. Hay quien sucumbe a la tentación de abrir una puerta que no tenía que franquear o que ve cumplido en la vida real el asesinato de su perseguidor tal como lo había soñado…, pero la persecución prosigue cuando ambos son ya espectros.
El poder de los sueños hace que todo sea verosímil, incluso devolver la vida a los muertos, el tabú imposible de superar si no es en la ficción
Henry Kuttner y C. L. Moore proponen un divertido relato en el que él invierte los mundos de la realidad y del sueño y un soñador visita a su psiquiatra para que le cure las alucinaciones del mundo consciente con diálogos a lo Woody Allen. “Verá, cuando duermo, cuando sueño, la mente consciente queda inconsciente. Ahí es donde estamos aquí y ahora. Pero en el mundo real, en el mundo despierto, el otro mundo, creo que mi psiquiatra está intentando acceder a mi inconsciente, que para usted es mi mente despierta”. Y el psiquiatra del mundo de los sueños le dice que el otro, el del mundo real, no existe más que en su imaginación.
Luisa Mercedes Levinson crea un personaje que vive en los sueños de otros y necesita que los dormidos se releven para que ella siga existiendo. Los libros están tejidos con la misma materia que los sueños. De ahí el consejo de Calibán para destruir a Próspero: “Acuérdate sobre todo de cogerle los libros, porque sin ellos no es sino un tonto como yo, ni tiene genio alguno que le sirva”. Aunque corra el peligro, como escribe Borges en Everything and nothing, de quedar exhausto soñando que vive las vidas de todos los personajes de todos los libros que ha leído.
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