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El prejuicio clasista que discrimina a las “chonis”


“Si nos deshiciéramos de todos los limpiadores, basureros, conductores de autobús, cajeros de supermercados y secretarias, por ejemplo, la sociedad se detendría en seco”. Esta frase del periodista Owen Jones, escrita hace exactamente una década, se lee con unos ojos muy distintos después de varios meses aplaudiendo a los llamados trabajadores esenciales. Ahora no hace falta que Jones convenza a su público como cuando expuso esa idea en su libro Chavs: la demonización de la clase obrera (Capitán Swing), porque la pandemia lo ha puesto de manifiesto en un experimento natural con la humanidad como ratón de laboratorio.

Sin embargo, la denuncia esencial de su discurso sigue vigente y ahora existen nuevas pruebas de que también sucede en España. En el Reino Unido eran chavs: colectivo estereotipado, demonizado, a quienes consciente e inconscientemente atribuimos defectos y vicios. “El término chav engloba actualmente cualquier rasgo negativo asociado a la gente de clase trabajadora: violencia, vagancia, embarazos en adolescentes, racismo, alcoholismo y demás”, escribe Jones. En España, la palabra que en más regiones podría englobar ese mismo prejuicio es la de chonis, según la psicóloga social Alexandra Vázquez, que acaba de publicar un estudio sobre los prejuicios que sufren en el British Journal of Social Psychology.

Vázquez y su compañero David Lois, ambos de la UNED, realizaron cinco estudios para analizar los recelos que despierta entre la población una choni, definida en el diccionario de la Academia como “mujer joven que pretende ser elegante e ir a la moda, aunque resulta vulgar”. Un grupo de estudiantes universitarios de toda España debía escoger un compañero para una tarea online entre distintos perfiles, y uno de ellos mostraba la foto de María, una chica de 33 años con maquillaje excesivo, pelo cardado y ropa con estampado de leopardo. El tópico de la choni. Esa imagen hacía que se redujera el interés por colaborar con ella. Pero no es un problema de aspecto: cuando a la chica de esa misma foto se la presentaba como Cayetana, hija de abogados y que vive en un barrio de clase alta, el prejuicio desaparecía por completo. “No es el mal gusto estético, sino las inferencias que la gente hace de un grupo social”, explica Vázquez.

“Si tú atribuyes su situación a la falta de competencia o de esfuerzo, es que se lo merecen. No te sientes tan obligado a arreglarlo”

Alexandra Vázquez, UNED

No es solo que los sujetos tuvieran menos ganas de colaborar de forma remota con María la choni. Es que le atribuían menor competencia y peor moralidad, algo que no sucedía con Cayetana. “Si es inmoral, supone una amenaza y prefiero no relacionarme con esa persona”, resume Vázquez. En los siguientes estudios se fue profundizando en este concepto. Compararon a María con una chica con aspecto de pija y de nuevo los sujetos mostraban un menor interés en relacionarse con ella. Las personas que destacaban en sus respuestas como más materialistas eran quienes peor puntuaban a la choni en todas las circunstancias, su prejuicio era más fuerte. Y cuando se planteaba el experimento sin foto, pero usando la palabra “choni” para definir a la joven, los resultados se replicaban: recibía evaluaciones más negativas.

“Esos agravios no son solo económicos, sino también morales y culturales; no tienen que ver únicamente con los salarios y los puestos de trabajo, sino que atañen asimismo a la estima social”, advierte Michael Sandel, de la Universidad de Harvard, en su reciente libro La tiranía del mérito (Debate). Vázquez lamenta que en su campo se hayan realizado muy pocos estudios para analizar cómo funcionan los prejuicios clasistas. “Si tú atribuyes su situación a la falta de competencia o de esfuerzo, es que se lo merecen. No te sientes tan obligado a arreglarlo”, señala la psicóloga social Alexandra Vázquez. “Pero si reconoces un problema estructural, tienes que hacer algo contra esa desigualdad”, concluye Vázquez.

“Esos agravios no son solo económicos, sino también morales y culturales; no tienen que ver únicamente con los salarios y los puestos de trabajo, sino que atañen asimismo a la estima social”

Michael Sandel, Universidad de Harvard

Los prejuicios hacia María solo se disolvían de una forma: cuando se informaba de que tenía buenas notas en todas las asignaturas de su expediente académico. “Cuando les decimos que la persona ha aprobado todo, no hay diferencias. La buena noticia es que podemos contrarrestar el estereotipo negativo que hay acerca de que son menos competentes”, señala la investigadora de la UNED. “Al menos”, resalta Vázquez, “sabemos que si tienen buenas notas no vamos a tratarlos de manera negativa”.

Para Vázquez esto es importante porque “normalmente, a los ricos se les otorga mucha competencia y a los pobres mayor sociabilidad”. Y añade: “En los países en los que hay más desigualdad este fenómeno es más marcado. Así se apuntala el orden social: los ricos tienen algo bueno, la competencia, y algo malo, más frialdad. Y los pobres al revés”. Las personas de esa clase alta muestran una confianza exagerada en sí mismos, tienen una percepción de autoeficacia que es un factor que termina prediciendo el éxito, explica la psicóloga. “Al final todo se convierte en una profecía autocumplida”, lamenta.

En otros países se ha analizado, con iguales resultados, este mismo fenómeno de las etiquetas estigmatizadoras hacia la gente de baja clase social. En Reino Unido, EE UU y Australia se han estudiado los prejuicios hacia los chavs, la basura blanca (white trash) y los bogans, respectivamente, en los que se observó cómo el estereotipo provoca una deshumanización hacia estos grupos sociales, en los que se les endosaban características y adjetivos propios de animales, como ratas, perros o monos. Esta deshumanización, similar a la baja moralidad que se asigna a las chonis, ayuda a achacarles la responsabilidad de su estatus social, según estos autores.

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