Malí se desliza por una pendiente de incierto final. El cada vez más debilitado presidente del país, Ibrahim Bubacar Keita (IBK), anunció este martes la formación de un Gobierno de unidad nacional para tratar de hacer frente a las múltiples crisis que le asedian: el líder opositor Sumaila Cissé está secuestrado desde hace tres meses; el centro y norte del país sufren constantes ataques terroristas —el último de los cuales costó la vida el domingo a 24 soldados— y crece en la calle un movimiento de protesta que pide su dimisión.
Al frente de las manifestaciones que recorren Bamako y que vivieron su clímax el pasado 5 de junio con una multitudinaria concentración se encuentra el poderoso e influyente imam Mahmud Dicko, un clérigo de formación wahabí que desde que abandonó su cargo de presidente del Alto Consejo Islámico el pasado año 2019 se ha lanzado a plantear un pulso al Gobierno para el que cuenta con decenas de miles de fieles seguidores y un discurso crítico que se alinea con la frustración de los malienses.
Las razones que alimentan el malestar son evidentes. El Gobierno controla a duras penas una tercera parte del país mientras en amplias extensiones del centro y norte distintos grupos yihadistas operan con impunidad. Este domingo, una patrulla del Ejército cayó en una emboscada a unos 25 kilómetros de Diabaly, en la región de Segú, y 24 soldados fueron asesinados. La debilidad del Estado ha derivado, además, en la creación de grupos de autodefensa comunitarios que llevan a cabo masacres contra civiles, sobre todo en la zona de Mopti.
El secuestro de Sumaila Cissé es la última muestra de la inseguridad que reina en el país. Raptado el 25 de marzo cuando hacía campaña cerca de su localidad natal en la región de Tombuctú, su familia y su partido político, la Unión por la República y la Democracia (URD) han expresado su inquietud por el hecho de que no se hayan producido avances. Distintos organismos del continente, liderados por el Parlamento Africano, han pedido al Gobierno maliense un mayor esfuerzo para conseguir su liberación.
La coalición opositora, rebautizada ahora con el nombre de Movimiento 5 de Junio, liderada por el citado imam Dicko e integrada también por el Frente para la Preservación de la Democracia, que reúne a múltiples partidos, y el movimiento Esperanza Mali Koura, ha expresado su hartazgo por toda esa inseguridad y por la intervención militar extranjera, sobre todo francesa y de Naciones Unidas. Asimismo, denuncia la corrupción y el mal gobierno del presidente Keita, que fue reelegido para un segundo mandato en 2018 y cuenta con una mayoría suficiente en el Parlamento.
“El ascenso del imam Dicko es el símbolo del fracaso de la élite política maliense”, asegura el investigador Bakary Sambe, director del Instituto Timbuktú. “Ha conseguido capitalizar todas las frustraciones por el deterioro de la situación en Malí y a la vez islamizar esa protesta. En su discurso actual no hay referencias religiosas, pero su fondo wahabí está ahí”. A juicio de Sambe, “es un antisistema, puede tener ambiciones pero no capacidad de gestión ni soluciones concretas para el país”.
“He escuchado el mensaje”, dijo Keita el domingo, pero el movimiento de protesta que reclama su dimisión no parece dar marcha atrás y rechazó la oferta de diálogo del presidente. Este martes, en un nuevo intento por frenar las manifestaciones, IBK lanzó una nueva proposición: “He decidido iniciar consultas para la formación de un Gobierno de unión nacional”, dijo durante una comparecencia pública en la que también prometió elevar los salarios de los profesores para tratar de frenar una huelga.
En este contexto, el Tribunal Constitucional lanzó una advertencia hacia quienes están difundiendo “declaraciones insurreccionales, subversivas y sediciosas llamando a la dimisión” del presidente, lo cual, expresó este organismo, desprecia “las disposiciones constitucionales”. Al mismo tiempo, el jefe del Estado Mayor de la Defensa, el general Abdulaye Culibaly, pidió a los soldados que se abstuvieran de participar en las manifestaciones y que mantuvieran una “vigilancia extrema”.
El imam conservador que desafía al poder
En 2009, el imam Mahmud Dicko, entonces presidente del Alto Consejo Islámico, fue capaz de movilizar a decenas de miles de seguidores y frenar la aprobación del código de la familia, una ley aprobada por el Parlamento que pretendía poner al día los derechos de la mujer. “No responde a los valores malienses”, dijo entonces. El Gobierno cedió a la presión. Fue su primera gran victoria. Este religioso de moral conservadora también se opuso en 2018 a la publicación de un manual escolar porque se hablaba de homosexualidad. A pesar de que rechaza el yihadismo violento o la aplicación estricta de la sharia, ha sido uno de los grandes impulsores del diálogo con dos de los terroristas más buscados del país, Iyad Ag Ghali y Amadú Koufa.
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