El presidente electo de Irán, Ebrahim Raisí, ha descartado este lunes de forma tajante la posibilidad de reunirse con su homólogo estadounidense, Joe Biden, incluso si se reactiva el acuerdo nuclear (PIAC, siglas del Plan Integral de Acción Conjunta). En su primera comparecencia ante la prensa tras los comicios del pasado viernes, el hasta ahora jefe del Poder Judicial, también ha rechazado la posibilidad de ampliar ese pacto para incluir el programa de misiles de la República Islámica y su apoyo a las milicias de países vecinos, tal como pretende Washington. Aun así, el político ultraconservador ha dicho querer mejorar las relaciones con las monarquías árabes del golfo Pérsico.
Había curiosidad por conocer de forma directa la opinión de Raisí sobre las negociaciones nucleares que se llevan a cabo en Viena y la política exterior, en general. Su campaña se centró sobre todo en la crisis económica interna y en asociar al Gobierno saliente, y por ende a los moderados que estaban detrás, a la flagrante corrupción del país. A pesar de que los asuntos de seguridad nacional son competencia del líder supremo, el ayatolá Ali Jameneí, los presidentes tienen un cierto margen para marcar el tono y, sobre todo, hacer gestos que ayuden a tender puentes.
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Raisí no se ha salido del guion oficial. “Nuestra política exterior no empieza con el PIAC ni va a limitarse al PIAC”, ha declarado en referencia al nombre oficial del acuerdo firmado en 2015 entre Irán y las grandes potencias, que EE UU abandonó tres años después. “Si las conversaciones salvaguardan nuestros intereses nacionales, las apoyaremos, pero no vamos a permitir unas conversaciones de desgaste. Queremos resultados”, ha dicho antes de pedir lo que desde el inicio de la negociación es una exigencia iraní: que se levanten todas las sanciones y se establezca alguna forma de verificación.
Ni siquiera ha dejado la puerta entreabierta a un eventual gesto. Cuando un periodista le ha preguntado si, una vez logrado ese objetivo, estaría dispuesto a reunirse con el presidente de EE UU, Raisí ha respondido con un lacónico “no”. El antiamericanismo es uno de los pilares del régimen teocrático instaurado por el ayatolá Jomeini tras la revolución de 1979. Su sucesor, Jameneí, lo comparte a pies juntillas y solo la difícil situación económica a la que la política de máxima presión de Donald Trump ha condenado a Irán le ha llevado a aceptar la mediación europea con la Administración de Biden para intentar reactivar el acuerdo.
Pero eso es lo más lejos a lo que la máxima autoridad política y religiosa iraní está dispuesta a llegar. Raisí, un protegido de Jameneí y que comparte su recelo hacia Occidente, ha dejado claro que “los asuntos regionales y los misiles no son negociables”. Poco después de llegar a la Casa Blanca, Biden precisó que su voluntad de volver al PIAC buscaba extender tanto los plazos durante los que se limita la capacidad nuclear de Irán como el alcance del acuerdo para incluir esos dos asuntos, que están en la raíz del rechazo al pacto de los vecinos de Irán.
Los países árabes responsabilizan a Teherán de la inestabilidad en Líbano, Siria, Irak, Bahréin y Yemen por su apoyo a los grupos armados que marcan las políticas de esos países. Además, se sienten amenazados por el desarrollo de su programa de misiles balísticos. (Irán insiste en que es puramente defensivo ante el moderno arsenal que EE UU ha facilitado a sus aliados árabes). Aun así, Raisí ha manifestado que Irán quiere relacionarse con todos los países. “La prioridad de mi Gobierno es mejorar las relaciones con nuestros vecinos en la región”, ha dicho según la traducción de PressTV, que ha trasmitido la conferencia de prensa en directo.
Tampoco se ha inmutado ante la pregunta de si las sanciones de EE UU por su responsabilidad en la represión o las acusaciones de que firmó miles de sentencias de muerte de opositores, lanzadas por Amnistía Internacional y otros grupos de derechos humanos, van a afectar sus relaciones con otros dirigentes. “Como jurista, siempre he defendido los derechos de la gente”, ha respondido antes de añadir que Washington le había sancionado por su trabajo como juez. Es la primera vez que ha abordado el asunto en público.
Respecto a la política interior, ha reiterado sus promesas de campaña de luchar contra la corrupción y promover la producción nacional. “Tenemos que alcanzar la autosuficiencia en los productos básicos”, ha defendido, en lo que parece una vuelta a los principios económicos de los primeros años tras la revolución. Raisí ha asegurado que quiere ser “el presidente de todos los iraníes”, no solo de los que han votado por él sino incluso de quienes ni siquiera han votado. Pero ha atribuido la abstención a la pandemia, sin hacer en ningún caso una reflexión sobre la enorme fractura que divide al país. Al contrario, ha insistido en que la participación “épica” en las elecciones envía “un mensaje de unidad nacional”.
En la calle la percepción es diferente. “Raisí es mucho más cerrado que [el presidente saliente, Hasan] Rohaní”, confiaba el taxista de camino al aeropuerto horas antes de la conferencia de prensa. Durante la jornada electoral, había quien rememoraba el giro que supuso en 2005 el relevo del reformista Mohammad Jatamí por el ultra Mahmud Ahmadineyad. Entonces, el Museo de Arte Contemporáneo de Teherán osó mostrar el grueso de sus fondos (pintura occidental) por primera vez desde la Revolución Islámica de 1979. Como si de una premonición se tratara, en vísperas de la elección de Raisí inauguró una muestra dedicada a Andy Warhol, que durará hasta el 25 de julio, un par de semanas antes de que aquel tome posesión.
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