El primer contrato de los menores extranjeros



Mohamed, Othmane y Bandja, tres chavales de Costa de Marfil, Marruecos y Guinea que llegaron a España en patera cuando eran unos críos, en la fábrica de piezas de molinos de viendo de Haizea Wind, en Bilbao.Fernando Domingo-Aldama

Borja Zárraga es el director entusiasta de una compañía que, por lo que cuenta, va como un tiro. El grupo vasco Haizea Wind se dedica a la fabricación de molinos de viento que se exportan a los enormes parques eólicos del norte europeo. Ya les iba bien —facturan 200 millones de euros al año—, pero la apuesta de la UE por las energías renovables para salir de la crisis acaba de ofrecerles una oportunidad de expansión sin precedentes. Zárraga planea incrementar la plantilla y duplicar la capacidad de la fábrica, aunque hay un pero: no encuentra los trabajadores que precisa. “Si queremos crecer necesito profesionales muy específicos, formados y entrenados. Podemos buscarlos en otros sitios, pero nuestra apuesta es meter gente joven en la base con ganas de aprender, trabajar y profesionalizarse para que vayan subiendo”, explica el ejecutivo en la fábrica del puerto de Bilbao. “No importa de donde sean”.

En la sala de reuniones donde Zárraga proyecta el futuro de la empresa se encuentran Othmane, Bandja y Mohamed, tres chavales de 20 años de Marruecos, Guinea y Costa de Marfil, respectivamente, que llegaron a España en patera cuando eran unos críos. Hace unos meses ninguno de los tres tenía la esperanza de poder trabajar porque sus papeles no se lo permitían, pero ahora ellos y otros 10 jóvenes inmigrantes como ellos están a punto de incorporarse al engranaje de esta compañía de más de un millar de empleados. Formados en distintos cursos de FP, cobrarán 20.000 euros brutos al año como auxiliares de pintura y soldadura y serán uno más en el plan de carrera de la empresa. “Se habla mucho de los chavales que dan problemas, que claro que los hay, pero se habla poco de todos los que tienen un hambre por trabajar, por cumplir y por aprovechar la oportunidad, que es muy difícil encontrar en la gente joven hoy en día. Y es de admirar”, tercia Zárraga.

El pasado mes de octubre, el Consejo de Ministros aprobó un cambio del reglamento de la ley de Extranjería que eliminó muchas de las barreras que impedían vivir y trabajar legalmente a los menores y jóvenes extranjeros que han migrado solos a España. Unos 15.000 chavales entre 16 y 23 años encontraban todo tipo de trabas, sobre todo para poder trabajar. Entre los requisitos para conseguir una autorización de trabajo, más allá de la de residencia, la ley les exigía ofertas de contrato de un año a jornada completa o medios propios de vida imposibles de alcanzar (hasta 2.000 euros mensuales). Desde que el cambio entró en vigor, la segunda semana de noviembre, conseguir autorizaciones de residencia y trabajo es mucho más fácil y rápido y las oficinas de extranjería han recibido una avalancha de peticiones. Cientos de jóvenes han empezado ya a enderezar su futuro en el campo, en fábricas o restaurantes.

La Secretaría de Estado de Migraciones, impulsora de la reforma contra el criterio de Interior, mantiene que desde que la medida entró en vigor, el pasado 9 de noviembre, hasta la última semana de diciembre se han tramitado al menos 4.500 peticiones. De todas ellas, según fuentes de la Administración, cerca de 1.500 eran de menores y mayores de edad que no contaban con ninguna autorización, es decir, que estaban sin papeles. Migraciones no ha concretado el número de concesiones, pero aquellos que están acompañando los procesos administrativos destacan la rapidez con la que se están resolviendo los expedientes.

Mohammed Cissé ya tiene un contrato firmado con la empresa a la espera de que su permiso de residencia le autorice a trabajar.Fernando Domingo-Aldama

El contrato de Mohamed Cissé en Haizea Wind está ya preparado y firmado a la espera de que su permiso de residencia incluya la frase “autoriza a trabajar”. Tras el cambio del reglamento, solicitó la modificación de sus papeles, pero aún tendrá que esperar unas semanas hasta que se la tramiten. Está impaciente por poder enviar dinero por primera vez a su familia. “Joer, llevo haciendo prácticas desde 2019. Dos empresas me llegaron a ofrecer un contrato, pero me dijeron que no podían esperar a que intentase cambiar mis papeles. Podían tardar tres meses [en el mejor de los casos] y eso para una empresa es muchísimo”, cuenta. Mientras, la compañía le mantiene en prácticas y se ha comprometido a pagarle como a cualquier empleado contratado hasta que se incorpore.

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A casi 1.000 kilómetros de distancia de la fábrica de molinos, en Jerez de la Frontera, Hamza Guerrouje, de 19 años, acaba de empezar a trabajar en una empresa que exporta losas hidráulicas al Reino Unido. Guerrouje era uno de esos chavales que tenía todas las papeletas para echarse a perder. Llegó a Melilla en 2019 y, aunque le tramitaron la residencia, entre burocracias y pandemias, nunca llegó a finalizar el trámite y tener su tarjeta de extranjero. Cumplió los 18 años, se quedó en la calle y escapó de la ciudad autónoma en los bajos de un camión a bordo de un ferri. Acabó en Barcelona malviviendo entre parques y casas okupas con su autorización caducada. “No encontraba trabajo, ni dónde comer, ni dónde ducharme. Fue bastante sufrimiento”, cuenta por videollamada.

Sin saber cómo salir del agujero, Guerrouje se marchó en busca de Michel Bustillo, el fundador de la ONG Voluntarios por otro Mundo que lleva años volcada en buscar oportunidades a los menores extranjeros que se hacen adultos en la precariedad más absoluta. Se mudó a Jerez y su decisión y el cambio de reglamento viraron su suerte. También un partido de fútbol.

El pasado 16 de octubre, tres días antes de la aprobación de la nueva norma, Alex Aguirre, socio de la empresa de losas Maitland & Poate Familia acudía a un trofeo benéfico de fútbol que él mismo organizaba. Aguirre se fijó en que nadie quería ponerse de portero y que bajo los palos acabó un chaval que no solo aceptó el encargo, sino que se tiró al suelo con cada balón que intentaban colarle. “Me llamó la atención porque más allá de ponerse en un sitio donde nadie quería, lo hacía lo mejor que podía. Y cuando terminó, de buen humor, se puso a saludar a todo el mundo”, recuerda Aguirre. “Y eso es justo lo que necesitamos, gente que se implique y ponga todo de su parte. Y no creas que es fácil encontrarlo. Es complicado encontrar a gente para determinados trabajos”. El chico de la portería era Hamza Guerrouje y aquel día, sin saberlo, firmó su primer contrato.

El precipicio de la mayoría de edad

La situación de los menores extranjeros que migran solos se complica en cuanto cumplen la mayoría de edad. En España la edad media de emancipación juvenil es de 29,5 años, una de las más tardías de Europa, pero los jóvenes extranjeros están obligados a buscarse la vida en cuanto llegan a los 18 años, cuando les expulsan de los centros de acogida. Mantener o lograr sus papeles, en el caso de que no se los hayan tramitado, es aún una de las principales trabas, además de continuar formándose, alquilar una casa y sustentarse cuando, en la mayoría de los casos, no se les permite trabajar. Algunos programas públicos, como el de la diputación de Bizkaia, o la labor de varias ONG, como la de Voluntarios por Otro Mundo, en Jerez de la Frontera, logran acompañar esa etapa crítica de transición hacia la vida adulta. Othmane, Bandja y Mohamed son tres de los 250 jóvenes que desde 2018 han pasado por el programa de inserción juvenil de la Diputación Foral de Bizkaia, enfocado sobre todo en su inserción laboral. Con esta iniciativa, los jóvenes han podido formarse en hostelería, soldadura, informática o fontanería y se les han gestionado prácticas remuneradas. Con el cambio del reglamento, la mayoría de ellos podrá trabajar.


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