A sus 95 años de edad, y 70 de reinado, Isabel II disfruta del privilegio de ser dueña de sus actos y ajena a sus errores. Muchos de los que vieron el pasado martes cómo su hijo favorito, el príncipe Andrés, llevaba del brazo a la reina por el pasillo central de la Abadía de Westminster, pensaron que era la penúltima maniobra tramposa del duque de York, desesperado por salir del ostracismo al que le ha condenado su oscura relación con el millonario pedófilo estadounidense, Jeffrey Epstein. No hacía ni un mes que había pagado finalmente a Virginia Giuffre para poner fin al juicio por abuso sexual a una menor. Entre 8 y 14 millones de euros -la cifra definitiva no se ha hecho pública- de un acuerdo extrajudicial que acababa con una pesadilla pública, justo en el año en que se celebraba el Jubileo de Platino de la reina, pero se interpretaba en los medios británicos como una admisión extraoficial de culpabilidad. El Palacio de Buckingham despojó a Andrés de sus títulos militares y de sus patronatos reales, así como del uso de Su Alteza Real en los eventos públicos.
Las intervenciones de Carlos de Inglaterra, el heredero al trono, y de su hijo Guillermo, segundo en la línea de sucesión, han sido clave para imponer en torno a Andrés un muro que contuviera futuros daños de imagen a la monarquía británica. Ambos convencieron a Isabel II, en noviembre de 2019, para que apartara de los actos de representación pública de la corona al duque de York, después de la catastrófica entrevista que concedió a la periodista Emily Maitlis, en el programa Newsnight de la BBC. Andrés apareció como un aristócrata soberbio y alejado de la realidad, que intentaba justificar su amistad con Epstein después incluso de fuera condenado por abusos sexuales, y que presentó excusas peregrinas e increíbles para negar su presunta relación sexual con Giuffre. Por eso fue un golpe bajo para Carlos y Guillermo que su hermano y tío asumiera un papel central en la ceremonia religiosa dedicada a su padre, Felipe de Edimburgo, que reunió en Westminster a toda la realeza europea, incluidos los reyes Felipe VI y Letizia. Ambos habían accedido a regañadientes, según cuentan los cronistas reales de los medios británicos, a que Andrés viajara con su madre hasta la abadía desde el recinto de Windsor, donde ambos residen puerta con puerta. Pero era el decano de la abadía quien, en teoría, debía llevar a la monarca hasta la silla que había dispuesta para ella en primera fila de la nave central. “No se rompió ningún protocolo. No hay norma alguna que impida que la monarca se ayude de uno de sus hijos para caminar”, explica William Hanson, uno de los expertos en etiqueta y protocolo más consultado por los medios del Reino Unido. “Pero desde una perspectiva de imagen pública, creo que esa escena distrajo la atención de lo que se suponía que era un propósito muy serio: conmemorar la vida del duque de Edimburgo”, dice Hanson.
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Es un modo sutil de acusar al duque de York de reventar el acto. Otros, como Dan Wooton, el ex director del diario The Sun que, en la línea de los periódicos del magnate Rupert Murdoch, opina con buena información, pero con agresividad, sobre todo lo que ocurre en la Casa de los Windsor, han expresado sin matices su irritación: “¿Es el príncipe Andrés realmente tan cretino y conspirador como para permitir que su madre ponga en riesgo su impecable reputación, para contribuir a la ilusoria fantasía [de su hijo] de regresar a la vida pública?”, se preguntaba Wooton esta semana en las páginas del Daily Mail. “Tristemente, la respuesta es que sí, sin ninguna duda”, zanjaba él mismo su pregunta retórica.
Pero ni Wooton ni el institucional diario The Times, que atribuye a Isabel II la decisión de que su hijo favorito la llevara del brazo, deslizan el menor reproche hacia la monarca. Es Andrés, sugieren ambos, quien ha aprovechado la sentimentalidad crepuscular de su madre para intentar esquivar la severidad de la reina frente a su comportamiento, para preservar la institución de la monarquía. “La gente olvida que la reina tiene una profunda fe cristiana. Arrojar a la intemperie a su hijo favorito iría en contra de su creencia en el perdón y sería algo completamente ajeno a ella. Mientras sea la monarca, Andrés estará protegido”, explica Ingrid Seward, directora de la revista Majesty y autora de una de las biografías más rigurosas de Felipe de Edimburgo.
Apenas un 12% de los ciudadanos británicos, según el tracking (sondeo regular) que mantiene la empresa YouGov, tiene algún sentimiento positivo hacia el príncipe que combatió en la Guerra de las Malvinas y durante un tiempo fue el miembro más popular de la realeza británica. Su imagen pública ha quedado destrozada después de que los ciudadanos conocieran los escabrosos detalles de su relación con Epstein. Nada parece indicar que a primeros de junio, cuando tengan lugar los actos centrales del Jubileo de Platino, Andrés ocupe un papel central en ninguna de las ceremonias. Puede aparecer, sugiere The Times, en el servicio religioso que tendrá lugar el 3 de junio en la Catedral de San Pablo. Pero será el momento en que la familia real aparece en el balcón de Buckingham, durante los actos del Trooping The Colour (la celebración oficial del cumpleaños de la reina), cuando se compruebe finalmente hasta donde llega la protección maternal de Isabel II.
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