Las amistades peligrosas del príncipe Andrés continúan proyectando la sombra del escándalo sobre la familia real británica, justo cuando la institución atraviesa uno de los trances más delicados de su historia reciente tras los problemas de salud de la nonagenaria cabeza de familia. Si su camaradería con el pedófilo estadounidense Jeffrey Epstein lo había obligado ya a abandonar la vida pública en 2019, sus vínculos con el financiero David Rowland, un generoso donante del Partido Conservador, han disparado las suspicacias que desde hace años envuelven el ostentoso ritmo de vida del tercer hijo de Isabel II.
Según ha podido saber Bloomberg, Rowland, con un nutrido historial de alegaciones de evasión fiscal, se encargó de solventar una deuda de 1,5 millones de libras (unos 1,8 millones de euros) del duque de York con un banco fundado por él mismo. La proximidad entre ambos nunca ha sido un secreto: Andrés lleva una década ejerciendo de patrocinador oficioso de las aventuras empresariales de la familia Rowland, y tanto David como su hijo Jonathan asistieron a la multitudinaria boda de Eugenia, la segunda hija de Andrés y su exmujer, Sarah Ferguson.
El verdadero alcance de su conexión, sin embargo, adquiere ahora un cariz más preocupante para el prestigio de la monarquía y agrava la brecha ocasionada por su exposición a los constantes enredos del más díscolo de los descendientes de la reina de Inglaterra. En noviembre de 2017, cuando todavía desempeñaba tareas de representación, firmó con Banque Havilland, una entidad con base en Luxemburgo controlada por Rowland, un préstamo que, tan solo 11 días después, quedaría saldado gracias a la dadivosidad de Albany Reserves, compañía afincada en Guernsey (territorio británico, con jurisprudencia fiscal propia) de la que su amigo era director.
Tampoco era la primera vez que Banque Havilland abría la chequera para el segundo hijo varón de Isabel II. En 2015 había instaurado una cuenta con la que contrajo préstamos de unas 125.000 libras (unos 150.000 euros) cada tres meses, dinámica que acabaría multiplicando el total por 10, hasta que, dos años después, el duque solicitó 250.000 libras adicionales para “capital general y gastos vitales”.
Este último montante equivale a la partida que su madre le concede cada año, que se complementa con 20.000 libras de pensión de la Royal Navy, cantidades que, aunque considerables, palidecen ante inversiones como el chalet de 20 millones de euros en los Alpes suizos adquirido por el príncipe, precisamente, el año que había abierto la cuenta en Banque Havilland.
Como casi todo lo que atañe a las maniobras financieras de quien se dice que es el hijo favorito de la reina, el problema de base es que la desconfianza no solo incumbe a su opulento tren de vida, sino que reabre el debate sobre su laxo criterio para aceptar favores de personalidades de dudosa reputación. Rowland, que ha donado a los tories el equivalente a siete millones de euros, tuvo que rechazar en 2010 el cargo de tesorero ofrecido por el entonces primer ministro David Cameron, después de que sus ardides fiscales saliesen a la luz.
El principal activo del duque de York, como el de muchos miembros de la familia real, es fundamentalmente su pertenencia al clan Windsor, pero sus tribulaciones afectan directamente a la percepción de la corona. Su entorno, cada vez más acorralado por frentes como el proceso judicial en Nueva York por supuesto abuso sexual a Virginia Giuffre cuando era menor, discrepa y, en respuesta a las nuevas alegaciones, ha sentenciado que el duque “tiene derecho a privacidad para gestionar sus enteramente legítimos asuntos financieros personales”.
Pero la línea que separa los intereses privados de los públicos es difusa, como prueban documentos confidenciales a los que ha tenido acceso Bloomberg, que confirman que lo que había permitido el préstamo en primera instancia era su “potencial de negocio con la Familia Real”. Es decir, que ofrecía acceso preferente a una institución tradicionalmente obligada a una aséptica neutralidad, una tentación irresistible para Banque Havilland, que ignoró su máxima de no conceder préstamos de riesgo, como consideró al otorgado a Andrés. Lejos de hacerlo por altruismo, una nota interna reconocía que “la posición de su madre como soberana del Reino Unido debería facilitar acceso a fondos, si fuese necesario”.
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