Volvió esa música mágica que cada vez se escucha menos en la tele porque hay que pasar los anuncios de los que tanto pagan por estar en la Champions, pero que en el estadio suena a obertura de una excepcional obra de arte. Y lo hizo a lo grande en París, la Ciudad de la Luz, la Torre Eiffel, los Campos Elíseos y su Tour, Roland Garros y Nadal, y el Parque de los Príncipes y su PSG.
Hemos hablado muchas veces de lo que pesa la historia en esta competición y cómo el Real Madrid se siente en ella como pez en el agua por mucho que pasen las temporadas y cambien los jugadores, entrenadores y presidentes, y cómo esos pequeños detalles pesan mucho en esta competición tan ajustada. Y también solemos tener en el recuerdo a un PSG al que este escalón de octavos le resultaba difícil de superar, tal vez porque la competición de enero en Francia viene muy mezclada con la Copa de Francia, que te lleva a jugar en lugares alejados del gran fútbol y en terrenos muchas veces en condiciones difíciles, y que no permite respirar con tranquilidad ni a entrenadores ni a jugadores de los clubes llamados grandes.
Si a eso añadimos que el PSG solía llegar a estas fechas con el campeonato muy resuelto, se diría que todo ello rebajaba la tensión en las filas parisinas o, tal vez al contrario, la subía tanto que bloqueaba a sus jugadores para mostrarse en su auténtico valor en la gran cita europea.
Pero me da que después de haber visitado el último escalón de la Champions con aquella final perdida contra el Bayern de hace un par de temporadas, el PSG empieza a creer mucho más en su verdadera capacidad de ser protagonista y poder aspirar a todo. Si a eso le suman que dispone de un excelente entrenador, un gran plantel de jugadores y que en las noches de Champions (y en las de los partidos contra el Olympique de Marsella, claro) ese estadio ya veterano ruge como no lo hace nunca, se sobrepone al elitismo del que muchas veces se le acusa, se vuelve mil por mil popular, por 90 minutos pero popular, y muestra su capacidad de intimidar y llevar en volandas a sus jugadores… todo ello da un rival temible como bien pudo comprobar el Real Madrid.
Seguramente el gran problema del PSG ha sido en esta última temporada el conseguir equilibrar la estructura de su equipo sobre el terreno de juego y no porque Pochettino no sea capaz de hacerlo, todo lo contrario, sino porque los jugadores que tienen en su línea de ataque son todos de movilidad y esa virtud acaba siendo su principal tara.
¿Se podría decir que la falta de ritmo de Neymar tras dos meses de lesión le permitió a Pochettino equilibrar su línea de medios con el trabajo y la percusión de Di María? Es posible y seguramente en la vuelta del Bernabéu podremos ver cómo se dispone el once de París si despliega toda su pléyade de atacantes (no veo cómo no va a hacerlo porque los grandes jugadores están hechos para los grandes partidos) y cómo responde ante este nuevo reto. Si tienen espacios para correr, se diría que los Mbappé, Neymar, Messi y compañía se pueden sentir muy cómodos y amenazadores.
El caso es que en estas noches de martes y miércoles de Champions se esconden muchos logros y decepciones magnas. La cosa es que a la sombra de esta banda sonora tan vistosa, y por mor de este calendario apretado, te puedes encontrar jugando un partido trampa en el que no haya ni Champions ni balón de estrellas ni árbitro internacional y que en medio de la confusión te aparezca en equipo como el Levante que lucha por sobrevivir en Primera y se lleve los tres puntos.
Y eso no hay glamour que lo arregle.
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