Un fantasma recorre, de nuevo, el Reino Unido. El pesimismo ante una economía en declive. Ya ocurrió otras dos veces a lo largo de su historia. Al final de la larga época victoriana, cuando Estados Unidos o Alemania alcanzaron su desarrollo industrial y pusieron fin a su ventaja competitiva. Y después de la II Guerra Mundial, cuando la nación aliada que protagonizó la victoria sobre el nazismo apenas lograba levantar cabeza mientras Europa Occidental resurgía con fuerza de sus cenizas. “El Brexit ha congelado el crecimiento. Ahora estamos obligados a hacer mucho más, simplemente para mantenernos en pie. Pero nos resulta imposible crecer, porque sencillamente no hay personal. Lo único que puedo hacer es retener a toda costa a los que ya tengo y, lógicamente, aumentar su sueldo para que no me los quiten”. Sergio Dionisio, de 44 años, es un portugués que en 2006 comenzó en Londres su aventura empresarial. Eran los últimos coletazos de la década gloriosa del Nuevo Laborismo de Tony Blair, a la que puso freno la crisis financiera de 2008. La innovación y el desarrollo de nuevas habilidades laborales impulsaron esos años como un cohete la productividad del país.
StarPlus Services, la compañía de Dionisio, crecía cada año entre un 40% y un 50%. Comenzó con tareas de limpieza y mantenimiento de oficinas y edificios administrativos. Hoy controla la gestión integral de muchos de esos complejos, tanto en Inglaterra como en Escocia. “El problema está en que para extender el negocio recurrí a subcontratas. Y esas empresas me anulan contratos de la noche a la mañana, porque son incapaces de reclutar al personal necesario. Algo tiene que cambiar, porque como las cosas sigan así nos encaminamos al desastre”, se queja.
Sergio Dionisio, propietario de StarPlusServices, en su oficina de Londres
No sería del todo correcto culpar en exclusiva al Brexit de la situación económica que atraviesa el Reino Unido. La pandemia, la crisis de las cadenas de suministro, la guerra de Ucrania o la inflación acelerada —con el encarecimiento del precio del dinero— han afectado también a muchos otros países. Pero la salida de la Unión Europea y la renuncia a su Mercado Interior ayudan a explicar, o agravan, problemas británicos especialmente agudos y genuinos como: la escasez de mano de obra, la débil productividad registrada desde hace más de una década, la falta de inversión empresarial, el estancamiento de los salarios, el retroceso en la apertura de su comercio internacional o el deterioro de unos servicios públicos que se ha traducido en una oleada de huelgas como no se vivía desde hacía medio siglo.
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Dos datos irrefutables. El Reino Unido es el único país del G-7 —las siete economías más avanzadas del mundo— que no ha recuperado el nivel anterior a la pandemia. De hecho, según la OCDE, es el único que ha decrecido desde finales de 2019 ―el último dato disponible, el del pasado noviembre, apunta a un 0,1% de crecimiento―. Y desde marzo de ese mismo año, con los cálculos realizados por el Centro para la Reforma Europea (un centro de pensamiento británico pro-UE, pero con una visión crítica de sus instituciones) en base a los trabajos de la Oficina Nacional de Estadística, el mercado laboral británico ha perdido 460.000 trabajadores procedentes de la Unión Europea, que no ha podido compensar con los apenas 130.000 que se han incorporado a su economía de otras zonas del mundo. Todos aquellos de los que Dionisio podía disponer al momento, casi con un chasquido de dedos.
“Creo que este problema tiene dos caras muy distintas”, explica Paul Johnson, director del Instituto de Estudios Fiscales, y una de las voces más requeridas siempre en el debate público británico, por una objetividad y honestidad que se echan en falta en un clima altamente polarizado. “Hay industrias que, claramente, no requieren de una alta capacitación laboral, como las plantas de procesamiento de alimentos, la recolección de frutas y verduras o el sector de la hostelería. Durante mucho tiempo, han dependido de mano de obra importada para su funcionamiento. No es una cuestión de formación, o de desarrollo de habilidades. Es más bien una cuestión de disponibilidad”, responde Johnson al argumento un tanto tramposo que comparten tanto el Gobierno conservador como la oposición laborista.
Ambos rehúyen la petición de los empresarios para que flexibilicen la concesión de visados de trabajo, porque en época preelectoral no quieren agitar el fantasma de la inmigración. Tanto el primer ministro, Rishi Sunak, como el líder de la oposición, Keir Starmer, prometen que suplirán todas esas carencias a base de formar a los desempleados británicos. “Tenemos una población muy envejecida. Si queremos los mismos servicios de los que hemos disfrutado hasta ahora, vamos a tener que importar mano de obra. En realidad, la relación entre inmigración y economía es muy coherente, pero rara vez se expone como es debido”, argumenta Johnson.
El Brexit y la inestabilidad política
¿Qué fue antes? ¿La inestabilidad política trajo el Brexit o fue su consecuencia? En cualquier caso, de los expertos consultados por para esta crónica, Johnson es el que más claramente señala la relación entre la “italianización” del Reino Unido, en relación con las continuas crisis de gobierno, y su declive económico. “La inestabilidad política ha jugado un papel. Y está muy relacionada con el Brexit. Ya sabemos lo mal que lo hizo Italia durante mucho tiempo, y tuvo mucho que ver con su deterioro político (…). Teníamos problemas estructurales de largo plazo, pero si uno echa un vistazo a 2015 y 2016, las cosas estaban comenzando a mejorar. Hasta que llegó el referéndum [sobre la salida de la UE]. Llevábamos unos años de crecimiento económico pobre, pero parecía que el comercio y la inversión comenzaban a repuntar, hasta que el referéndum los derribó de un plumazo”, señala el economista.
Males viejos y males nuevos, la suma necesaria para una tormenta perfecta. Junto a ese deterioro de la estabilidad política —dentro del país, pero también en sus relaciones con el resto del mundo, especialmente con Bruselas—, la consecuencia más palpable del Brexit es el deterioro del comercio exterior. “Nos lo ha complicado todo. En papeleo y en tiempos de demora. Y en costes, por supuesto. Todo se ha agravado”, manifiesta José Sol, de 50 años. Llegó hace trece al Reino Unido con ganas de comerse el mundo. Pocos pueden presumir de ser el cortador oficial de jamón pata negra en el Royal Enclosure, el recinto reservado a los miembros de la familia real inglesa y a sus invitados en las legendarias carreras de caballos de Ascot. Su negocio de importación de los jamones españoles de mayor calidad, Spanish Ham Masters, y el espectáculo que despliega cada vez que él o sus cortadores se ponen manos a la obra, ha cautivado a clientes de alto nivel adquisitivo de todo el país.
“Hace unos años”, continúa este empresario español, “pedía un jamón a España y lo tenía a la semana siguiente. Ahora, en primer lugar, muchas empresas españolas han renunciado a enviarlo porque no tienen sus papeles de exportación en regla. Estoy obligado a pedir palés enteros para que sea rentable. Y el tiempo de espera es mucho más largo. En total, todo el proceso se ha venido a encarecer un 60%. Y no es culpa únicamente de la pandemia o la guerra en Ucrania”, se queja Sol.
José Sol, propietario de Spanish Ham Masters, bromea durante su trabajo para las carreras de Royal Ascot.
“La apertura comercial del Reino Unido [que mide la capacidad de un país para transferir bienes y servicios con el resto del mundo, a través de la ratio entre importaciones y exportaciones y el PIB] ha caído notablemente respecto a otros países”, señala Sophie Hale, economista principal de la Resolution Foundation, uno de los centros de pensamiento británicos con orientación más progresista, volcado sobre todo en analizar la desigualdad. Su estudio reciente, The Big Brexit, apunta a una caída del 8% de la apertura comercial entre 2019 y 2021. El peor dato de todas las economías avanzadas del mundo. “Está claro que no había ningún motivo que nos llevara a pensar que la pandemia iba a afectar al Reino Unido más que a cualquier otro país. Ahora, todo comienza a ser más claro, disipados los efectos del coronavirus. Entre las razones para que la economía del país esté funcionando muy por debajo de las del resto, el Brexit es un claro factor, como ya lo era antes de la pandemia”, señala Hale.
Salarios y servicios públicos
Si el salario medio de los trabajadores británicos hubiera seguido creciendo al nivel anterior a la crisis financiera, ha calculado el equipo de economistas de Resolution Foundation, obtendrían ahora unos 334 euros más a la semana, y cerca de 17.000 euros más al año. El ministro de Economía, Jeremy Hunt, anunció a finales del año pasado recortes en inversión pública. Formaban parte del plan fiscal de urgencia para recuperar la credibilidad del Reino Unido, después de la debacle que ocasionó la subida histórica de impuestos del fracasado Gobierno de Liz Truss. Esa reducción implicaba que los salarios reales no recuperarían su nivel de 2008 hasta 2027. Casi dos décadas de congelación, especialmente agravada para los empleados públicos, sometidos a una tensión laboral cada vez más insoportable.
La oleada de huelgas que sufre el país ―enfermeros, ambulancias, transporte público, servicio postal, profesores o servicio de aduanas― responde exclusivamente a la reclamación de subida salarial de unos empleados públicos cuyos sueldos reales suponen un 4,3% menos que los que tenían antes de 2008, sumado a una inflación actual del 9,3%.
El elefante en la habitación
Empresarios, ciudadanos y expertos han comenzado a hablar clara y abiertamente del tiro en el pie que supuso el Brexit. Dos terceras partes de los británicos, según las encuestas más recientes, son ya partidarios de celebrar otro referéndum para reconsiderar la decisión de abandonar la UE. No se ponen de acuerdo en la fecha, porque la división y la visceralidad que introdujo ese debate entre los ciudadanos lleva a muchos de ellos a querer esperar unos años y que las heridas cicatricen.
Sin embargo, son los políticos los que se niegan a hablar del asunto. Sortean como pueden el elefante en medio de la habitación que el resto ve con absoluta claridad. El Gobierno conservador no deja de prometer que explotará al máximo las “libertades conquistadas” con la salida de la UE, sin aclarar a qué se refiere. Los laboristas, en cuya memoria sigue viva la deserción de casi un 30% de sus votantes, que sucumbieron al populismo antieuropeo de Boris Johnson, se han rendido a la supuesta evidencia. No dejan de repetir, comenzando por su líder y candidato, Keir Starmer, que están fuera de la mesa tanto un reingreso en la UE, como una vuelta a su Mercado Interior o a su espacio común aduanero, o la recuperación de la libertad de movimiento de personas que permitió la llegada durante años de trabajadores comunitarios.
“Pero queremos una relación con la UE muy diferente a la que tiene el Gobierno actual. Queremos un acuerdo entre socios, no un enfrentamiento continuo. No queremos explotar constantemente la división para obtener ventajas políticas internas”, resalta Nick Thomas-Symonds, el portavoz de Comercio Exterior del Partido Laborista. “Lo que decimos ahora es que, para recuperar el control [del país], lo importante ahora es centrarse en mejorar la vida de la distintas regiones del Reino Unido y lograr que el Brexit realmente funcione”. Esa es la estrategia del laborismo, al que las encuestas auguran una victoria cómoda en las próximas elecciones. Para eso, sin embargo, faltan casi dos años. Mientras, tanto el Gobierno como la oposición se limitan a repetir mantras similares —responsabilidad fiscal, apuesta por la innovación, economía verde, nivelación de la riqueza entre regiones— sin aportar ninguno de ellos una visión completa de sus aspiraciones futuras.
El Gobernador del Banco de Inglaterra, Andrew Bailey, daba esta semana ciertas señales de optimismo ante la Cámara de los Comunes. El Reino Unido parece haber doblado la curva de la inflación, que, como en el resto de Europa, ha comenzado a bajar, y la recesión anunciada para 2023 y parte de 2024 puede ser más suave de lo que la institución monetaria previó en un principio. Consuelo pasajero para un país cuyos males económicos estructurales, como el dinosaurio del cuento de Monterroso, seguirán ahí cuando despierte de la pesadilla del Brexit.
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