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El rescate al límite de la dama del Sáhara

Una cría de gacela dama (Mhorr), con su madre, en las instalaciones del CSIC en Almería en diciembre de 2019.

El fuego cruzado del conflicto del Sáhara y la caza indiscriminada de los trabajadores del ferrocarril a Nuadibú (Mauritania) llevaron al límite, hace 50 años, a los avestruces de cuello rojo, óryx, áddax (antílopes) y gacelas del desierto. El investigador y conservacionista José Antonio Valverde, conocido como el padre de Doñana por promover la protección del parque nacional andaluz, un capitán del ejército español y un fotógrafo idearon entonces una insólita operación de rescate de los últimos ejemplares de gacelas dama (también conocidas como mhorr), un ungulado africano que puede alcanzar los 75 kilómetros por hora, pero que fue incapaz de eludir las matanzas con armas automáticas y todoterrenos. Desaparecieron de su entorno natural. La única decena de ejemplares que sobrevivió gracias a aquella quijotesca operación se refugió en Almería. Medio siglo después, sus descendientes y los de otras dos especias (dorcas y cuvier) son ya cuatro millares y se han reintroducido en Túnez, Marruecos y Senegal. Uno de los grandes retos ha sido manejar la obligada endogamia al contar con una exigua población para la reproducción.

Valverde, biólogo y naturalista, ya había participado en expediciones de investigación en África. Pero fue en el Sáhara, en 1970, donde se quedó prendado de la gacela mhorr, un antílope, según describe en sus memorias, de “deslumbrante color blanco y castaño, increíblemente esbelto y elegante”.

La desaparición de la especie era inminente y no había tiempo para idear una operación a largo plazo. El biólogo supo que el capitán español Julián Estalayo, destinado en el destacamento de Daora en el Sáhara Occidental, albergaba una decena de ejemplares de gacelas dama y negoció con él su adquisición para trasladarlos a España y crear un refugio.

Ejemplares de gacela ‘mhorr’, en las instalaciones de Almería 50 años después de la operación de rescate.CSIC-EEZA (Europa Press)

Manuel Mendizábal, entonces director del Instituto de Aclimatación de Almería (hoy denominado Estación Experimental de Zonas Áridas, EEZA, del CSIC), ofreció sus instalaciones, cuyas características climáticas y de aridez eran similares a las del desierto del que procedían los animales. A la empresa se unió el naturalista, periodista y fotógrafo Antonio Cano, amigo de Valverde y que arrancó el actual Centro de Rescate de la Fauna Sahariana, ubicado en la finca de La Hoya.

La Diputación de Almería asumió los costes de mantenimiento y el Ejército puso a disposición del grupo un avión Douglas DC-4 para trasladar a los ejemplares. En 1971, llegaron las primeras refugiadas. En cuatro años sumaron 19 ejemplares.

El plan de acogida se convirtió de inmediato en un programa de cría en cautividad que asegurara la supervivencia de la especie y permitiera recuperar un grupo suficiente para reintroducir los ejemplares en el lugar al que pertenecían. La investigadora Mar Cano, hija del fotógrafo y fallecida en 2015, logró con éxito los objetivos y amplió la labor a otras especies en peligro de extinción: A las mhorr (Gazella dama mhorr) se unieron dorcas (Gazella dorcas neglecta), gacelas de Cuvier (Gazella cuvieri) y muflones arruí (Ammotragus lervia sahariensis), procedentes de Smara, El Aaiún o Dajla.

Los programas han conseguido salvar de la extinción a las especies

Teresa Abáigar, investigadora de la EEZA-CSIC

El plan dio resultado y en 14 años se pudieron reintroducir en África los primeros ejemplares fruto de la cría en cautividad en Almería, un programa al que se han adherido otros centros españoles. La investigadora de la EEZA-CSIC, Teresa Abáigar, asegura ahora, pasados 50 años de aquella aventura ecologista, que “los programas han conseguido salvar de la extinción a las especies”.

Pero el plan aún tiene que afrontar dificultades y amenazas. La primera, conseguir que ejemplares criados en cautividad y sin depredadores, puedan sobrevivir en el entorno que fue suyo. En este sentido, Abáigar explica: “Intentamos intervenir lo menos posible y, cuando se hace una reintroducción, se propicia una adaptación progresiva a otro tipo de alimentación, a otro espacio y a una organización social que dependa de ellos y no de nosotros”.

La bióloga añade que también es un reto que aprendan a identificar a sus depredadores tras años de vida en un entorno inofensivo. Hasta ahora se han reintroducido, principalmente, en reservas protegidas, pero eso no ha evitado algún encuentro con chacales. Sin embargo, sus mayores depredadores siguen siendo las personas: “El problema principal es la caza furtiva”.

Suelta de una gacela mhorr en el Sáhara occidental.

Otra de las dificultades es la limitación de espacio. La finca de Almería, de 20 hectáreas, cuenta en la actualidad con unos 400 ejemplares y, según Abáigar, “ahora está ya, prácticamente, al límite de su capacidad”. A eso se añaden las dificultades propias de la cría, como la prevención de enfermedades.

Pero el reto fundamental desde el origen era recuperar una especie a partir de un número tan reducido de ejemplares, que condenaba el rebaño a la endogamia. Sin embargo, una investigación de Eulalia Moreno, del CSIC, en colaboración con Aurora García-Dorado, de la Universidad Complutense de Madrid, y Eugenio López-Cortegano, de la Universidad de Edimburgo, ha determinado que el manejo de esta limitación se ha convertido en una ventaja al “favorecer la selección natural para mantener una buena supervivencia juvenil en las gacelas de Cuvier y mhorr”.

Según la investigación, publicada en Heredity, del grupo Nature, aunque siempre se espera que las poblaciones más pequeñas muestren una menor aptitud y potencial de adaptación, la experiencia en el centro almeriense ha demostrado que esas limitaciones pueden minimizarse “permitiendo cierto nivel de apareamiento aleatorio y de selección natural o realizando reintroducciones en la naturaleza lo antes posible”.

La principal meta siempre debe ser aumentar todo lo posible el tamaño de la población manteniendo la mayor variabilidad genética, pero también hay que dar oportunidad a que la selección natural actúe en mayor o menor grado

Eulalia Moreno, investigadora del CSIC

Los programas de cría en cautividad de especies amenazadas comienzan en la gran mayoría de las ocasiones con un tamaño de población muy pequeño; no pocas veces, con menos de 10 individuos, como es el caso de tres de las cuatro especies del centro de Almería, según explica el CSIC. En estas condiciones, la mayor preocupación de los gestores de dichos programas es minimizar la pérdida de diversidad genética de la población y evitar al máximo la endogamia, que normalmente hace a los individuos más vulnerables. Según Moreno, este estudio muestra que en dos de las cuatro especies que se gestionan en la EEZA, Cuvier y mhorr, el manejo de la endogamia “ha favorecido la purga de algunas variantes genéticas perjudiciales, lo que ha contribuido a mantener una buena supervivencia de las crías de estas dos especies y, probablemente, a permitir la subsistencia de las poblaciones”.

En este sentido, la investigadora explica: “En las poblaciones de especies amenazadas, sobre todo si se gestionan a través de programas de cría en cautividad, la principal meta siempre debe ser aumentar todo lo posible el tamaño de la población manteniendo la mayor variabilidad genética, pero también hay que dar oportunidad a que la selección natural actúe en mayor o menor grado y hay que tener en cuenta que la elección sistemática de parejas reproductivas con mínimo parentesco reduce las posibilidades de purga por selección natural de muchas variantes perjudiciales”.

Los resultados del trabajo también muestran que la eliminación de variantes perjudiciales en las poblaciones debe ocurrir de manera lenta y progresiva, para evitar el colapso que acarrearía un incremento rápido y elevado de la consanguinidad.

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