Cuando llegaron las primeras sospechas sobre Iñaki Urdangarin hace diez años, aún no se hablaba abiertamente en la prensa de la Familia Real. Don Juan Carlos seguía siendo intocable y el ex jugador de balonmano vivía bajo el inmenso paraguas que se desplegó el día que contrajo matrimonio con su hija, la infanta Cristina, en octubre de 1997. Urdangarin desarrolló una creencia ciega de impunidad al convertirse en Duque de Palma de Mallorca. Con él no se atreverían. Se sintió también intocable, pero se equivocó. No es que don Juan Carlos se creyera inviolable, es que lo era. Él, sin embargo, no. Condiciones distintas y hoy condenas diferentes.
Nueve años después de su imputación en noviembre de 2011, Iñaki cumple sentencia de 5 años y 10 meses por el caso Noós en la prisión de Brieva (Ávila). El rey Juan Carlos, pese a no estar imputado ni procesado, ha sido “condenado”, tras la publicación de sus negocios opacos fuera de España, a abandonar el palacio de la Zarzuela, se ha trasladado fuera de España, y es protagonista de titulares escandalosos que empañan su histórico legado como impulsor y valedor de la democracia.
Versión de Urdangarin a unos íntimos, cuando ya estaba imputado y pendiente de juicio por su implicación en el caso Noós: él hizo lo que estaba harto de ver, que en casa tenía al mejor de los maestros, vamos. El comentario llevaba el Borbón y Borbón de apellido. Desde su solitaria celda habrá conocido la condena del telediario de su suegro rey, su salida del palacio de la Zarzuela y escuchado las voces que hablan a la BBC en vísperas de una citación judicial. Fabulemos que Iñaki reflexiona estos días en la cárcel abulense: “Señor, yo a Brieva; S.M, a Abu Dabi”.
Si se alegra sería muy torpe porque el daño a la Institución es profundo y la infanta Cristina ha sido y es una de las grandes beneficiadas del apoyo que ha recibido de la Casa, incluso en los momentos más difíciles y desesperados. Ahora, esto no va de “y tú más”. Recuerdo esa frase recurrente de Iñaki durante su declaración ante la Audiencia Provincial de Palma en el juicio Noós que pronunciaba cada dos por tres, cuando el fiscal Horrach apretaba, y en la que aseguraba no haber dado un paso sin contar con los asesores de la Zarzuela. La infanta Cristina, por su parte, contestaba también con repetidos “no lo recuerdo”, “no me consta”, “yo confiaba en mi marido” en su posterior declaración ante el mismo tribunal.
Que Iñaki Urdangarin lo está pagando caro es obvio; él y su familia. Las imágenes de su último permiso penitenciario el pasado julio son testimonio vivo de su degradación física. Es como si hubiera cumplido los años de tres en tres. Entiendo que en su cabeza también han debido cambiar muchos conceptos y algunas prioridades. No es para menos. Recuerdo también su cara de pavor contenido, la palidez de su rostro y la mirada perdida cuando bajó la rampa de los juzgados de Palma de Mallorca para declarar ante el juez José Castro aquella mañana de febrero de 2012. No sería la última. Lo tuve a menos de un metro. Era un zombi con traje oscuro y corbata a rayas que se detuvo desorientado ante los medios una vez hizo aquel paseíllo de la vergüenza con toda España pendiente de él. La Audiencia Provincial de Baleares lo condenó en febrero de 2017 por prevaricación, malversación, fraude, tráfico de influencias y dos delitos fiscales. La infanta Cristina fue condenada a una multa de 265.000 euros como responsable a título lucrativo, en la trama Noos, y absuelta como cooperadora necesaria de los delitos fiscales cometidos por su marido entre los años 2007 y 2008.
Don Juan Carlos no ha sido ni siquiera imputado (ahora se dice investigado) y tampoco conocemos su versión de los hechos. La Fiscalía del Tribunal Supremo investiga su papel en unas supuestas comisiones millonarias por la adjudicación de las obras del AVE La Meca-Medina a un consorcio de empresas españolas en Arabia Saudita. En una carta publicada este viernes en el digital ‘El Confidencial’, don Juan Carlos asegura que esos dineros son una donación. ¿Estrategia de defensa? Si se trata de un regalo no hay blanqueo de capitales. Sí podría resultar delito fiscal. Todo turbio y poco regio. Admito mi decepción, pero la presunción de inocencia es necesaria para no perder el norte en este asunto, como en todos, y después llegar hasta el final.
Personalmente, creo que la inviolabilidad cegó al rey Juan Carlos como si no hubiera un mañana, pero resulta que sí. Y ese mañana es hoy. Como Iñaki, también se equivocó. El pasado 3 de agosto comenzó a cumplir su condena particular, obligado a abandonar la Zarzuela. Si hubiera dejado su residencia- también sede de la Jefatura de Estado- cuando abdicó en 2014 quizá se hubiera evitado este bochorno. Como hombre era y es muy libre de hacer lo que más le apetezca; como Rey, no. S.M. lo sabe. Un gran Rey durante muchos años que dio todo por España y cuya presunción de decencia quedó abatida como aquel elefante en Botsuana en la primavera de 2012. Alguien que lo conoce muy bien desde hace tiempo y ha compartido momentos privados, que no íntimos, me aseguraba esta semana: “El Rey se equivocó, sobre todo, de mujer” y no se refería a la Reina Sofía.