Alicia García-Herrero, en 2016 en Shanghái.Marcio Machado (Getty Images)
El viaje a Taiwán de Nancy Pelosi, tercera autoridad de Estados Unidos, ha deteriorado a marchas forzadas la ya delicada relación entre las dos mayores potencias militares. China ha reaccionado con maniobras militares a gran escala en torno a la isla autogobernada de 23 millones de habitantes que considera parte inalienable de su territorio, y con la congelación de la cooperación con Washington en diversas materias. Alicia García-Herrero, investigadora en el centro de estudios Bruegel y economista jefe para Asia-Pacífico de Natixis, asegura en una entrevista telefónica que Pekín no tiene ninguna intención de que el conflicto derive en un enfrentamiento militar, “al menos hasta que Xi Jinping sea reelegido como presidente”. Esta economista española de 54 años residente en Taipéi cree que la represión durante los últimos años del movimiento prodemocrático en Hong Kong marcó un punto de inflexión para parte de la sociedad taiwanesa, que hasta entonces veía el modelo de la antigua colonia británica como un posible ejemplo a seguir.
Pregunta. ¿Puede la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de EE UU desembocar en un conflicto internacional?
Respuesta. El riesgo de conflicto militar es, en este momento, bajo. China ha elegido de manera bastante audaz una respuesta que combina los aspectos económicos —prohibición de que Taiwán importe ciertos productos agrícolas—, políticos —sobre las relaciones bilaterales con EE UU— y militares, que conllevan maniobras con fuego real y el lanzamiento de misiles en siete zonas que rodean la isla. Pekín ha medido mucho que esos ejercicios parezcan más potentes en la China continental de lo que quizás están siendo en realidad.
P. El presidente Xi Jinping ha reiterado que el objetivo de la reunificación “debe ser completado”. ¿Cree que ese es el gran reto que se ha marcado para su legado?
R. Sí, lo ha dicho claramente y le creo. Tiene dos retos que justifican su permanencia en el poder, objetivos que, él dice, no son alcanzables en solo dos mandatos. El primero es Taiwán —desde su llegada al poder se eliminó de los planes quinquenales y de los congresos el adjetivo de reunificación “pacífica”—, pero no tiene incentivos para correr esos riesgos antes de ser reelegido. El segundo es conseguir que el PIB per cápita alcance los 20.000 dólares en 2035.
P. ¿Cómo afecta a Xi esta escalada de cara a la celebración del XX Congreso del Partido Comunista Chino en otoño, en el que se prevé que sea reelegido?
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R. Es una cita clave para él y tres factores le crean ruido: Ucrania, la nueva ola de covid en China y Taiwán. Pekín ha tenido que calcular mucho su respuesta a la visita de Pelosi para no caer en un conflicto militar. Aun así ha asumido un nivel alto de riesgos. Sin embargo, lo que ocurra a partir del Congreso de noviembre es imprevisible. Xi no puede dar una imagen de debilidad, pero tampoco llegar ya inmerso en una guerra con EE UU. El presidente está haciendo encaje de bolillos para quedar bien con los nacionalistas, pero no traspasar una frontera que podría tener un coste político, económico y social muy elevado para China.
P. Taipéi ha denunciado que las maniobras suponen un bloqueo de facto de la isla. ¿Qué efectos puede tener sobre el comercio y la economía mundial dada la importancia estratégica de Taiwán como exportador de semiconductores?
R. No veo que por el momento se haya producido ese bloqueo de facto. Pekín quiere dar señales de que ese bloqueo es factible, pero es el primer interesado en que no ocurra, porque China es el primer importador de semiconductores de Taiwán. El Gobierno taiwanés tiene la intención de calmar los ánimos en la isla, pero hacia el exterior trata de adelantarse al posible problema de un verdadero bloqueo. Todo el mundo quiere saber si la situación va a agravar todavía más la inflación global, pero los barcos comerciales siguen saliendo y solo ha habido algunos retrasos en vuelos.
P. ¿Cómo ha recibido la sociedad y la clase política taiwanesa el viaje de Pelosi?
R. En su gran mayoría muy bien, aunque no sabemos cuántos son los silenciosos. La población taiwanesa ha evolucionado, antes había muchos más unionistas, gente mayor que tenía lazos con China, pero cada vez son menos. Los jóvenes están claramente en contra de la reunificación, también la sociedad en su conjunto, especialmente desde la victoria de Tsai Ing-wen, que genera un claro respeto. La presidenta decidió aceptar la visita de Pelosi y la sociedad ha entendido que no va a haber muchas más oportunidades de que Taiwán se deje ver, que el mundo entienda la situación en la que está. Tras el inicio de las maniobras chinas, ha habido más ciudadanos —pescadores, gente del sector agrícola— que han empezado a pensar que la visita puede acabar siendo costosa.
P. ¿Qué efectos económicos y políticos tendrá la cancelación por parte de China de las relaciones con EE UU en asuntos militares, de medio ambiente y cooperación judicial?
R. Hay que ver cómo reacciona Washington, si trata de calmar las aguas o insiste en que los ejercicios militares son inaceptables. Una cosa es lo que China dice y otra lo que hace. Es una moneda de cambio.
P. En el último lustro, Taiwán ha perdido el reconocimiento como Estado independiente de casi una decena de países. Solo mantiene plenas relaciones diplomáticas con 13 de los 193 miembros de la ONU, siendo probablemente Paraguay, Honduras y Guatemala los de más peso. ¿Cómo puede afectarle en el futuro?
R. Es una pregunta que he llegado a formular al ministro de Exteriores taiwanés. A los ojos de EE UU y Europa, no sería un problema que llegara el momento de que esa cifra se redujera a cero, pero permitiría a Pekín ir a Naciones Unidas a abrir la caja de pandora de preguntar ‘¿qué es Taiwán?’.
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