“El riesgo de una nueva oleada de atentados en Europa es importante”


Solo en Francia, hasta 2022, saldrán de prisión unos 150 yihadistas que han cumplido ya su condena, aunque su peligrosidad potencial siga siendo enorme. Forman parte de lo que el especialista en el islam Hakim El Karoui y el historiador Benjamin Hodayé llaman la “generación Siria” en el libro recién publicado en Francia Los militantes de la yihad. Retrato de una generación. En él analizan los perfiles de 1.460 yihadistas de Francia, el Reino Unido, Bélgica y Alemania, de los países europeos más afectados por este fenómeno (España era el siguiente de su lista). Son hombres, pero también mujeres que, entre 2010 y 2019, se radicalizaron hasta tal punto que quisieron —no todos lo lograron— unirse al Estado Islámico o perpetrar atentados en sus países de origen. Indagan en las raíces de esa deriva extremista en unos jóvenes nacidos casi todos en una Europa —el yihadismo es un “problema nacional”, europeo, subrayan en entrevista en París— cuyos valores rechazan hasta tal punto que quisieron acabar con ellos.

La cuestión es fundamental porque, aunque Europa se encuentra ahora en una fase “latente o de cruce de caminos” hacia una nueva forma de amenaza extremista, aún por definirse del todo, “la amenaza no ha desaparecido”, como demuestran los atentados de finales de 2020 en Francia. “Hay un riesgo muy importante de una nueva oleada” terrorista, advierte El Karoui en entrevista en París junto con Hodayé con periodistas de medios que forman parte del grupo LENA. Conocer lo que provocó las oleadas previas puede ayudar a frenar o incluso prevenir nuevos embates. Aunque sea muy difícil.

El Karoui y Hodayé trazan quiénes son esos yihadistas marcados por el surgimiento del Estado Islámico y su promesa de un califato, de un “proyecto estatal y de sociedad” diferente que fue un elemento clave y de su “gran capacidad de atracción tanto para hombres como mujeres”, esto también inusual. Lo que más les ha sorprendido, cuentan, es la “increíble homogeneidad” de la “generación Siria”, a pesar de sus diferentes nacionalidades.

“El fenómeno yihadista en Europa se inscribe en un contexto de precariedad, de separación territorial, de discriminaciones y de angustia existencial de una generación en busca de referentes”, explican. Pero sería un error caer en el determinismo. “Hay tal homogeneidad que podríamos decir que los jóvenes musulmanes de barrios pobres de periferia, de una cierta edad y de un cierto nivel socioeconómico, son todos potencialmente yihadistas. Pero si revertimos el determinismo, vemos que son extremadamente pocos los que se convierten en yihadistas”, menos del 0,5% de los alrededor de seis millones de musulmanes que se estima viven en Francia.

La cifra es con todo lo suficientemente preocupante como para que se realicen más esfuerzos de prevención. En este debate, se esgrimen a menudo cuestiones sociales como la falta de programas de inclusión en las barriadas periféricas donde históricamente se aglomeran los inmigrantes —”demasiada concentración migratoria bloquea la integración, y lo sabemos”, recuerdan— y se aboga por legislar más, como hace el presidente francés, Emmanuel Macron, con su proyecto de ley contra el “separatismo islamista” actualmente a debate en la Asamblea Nacional. Pero para El Karoui y Hodayé, habría que prestar más atención a otro elemento clave que creen a menudo subestimado: “La importancia del fenómeno religioso y la importancia del salafismo” para los yihadistas.

“Uno de los principales errores ha sido no considerar que el yihadismo es un problema de religión”, subraya El Karoui, que apuesta por el término “salafo-yihadismo” y que considera imprescindible que los musulmanes se involucren en la lucha contra estas derivas de las que ellos son, recuerda, las primeras víctimas.

“El hecho de que la mitad de los yihadistas han pasado por el salafismo y que los que no lo han hecho a menudo han sido reclutados por quienes sí habían pasado por el salafismo muestra la dimensión no solo religiosa, también ideológica. Hablamos de un proyecto global, pero fundado sobre una cierta lectura del islam y de la confrontación en general con Occidente y en particular con las sociedades en las que viven estos jóvenes”, señala El Karoui. Por eso, insiste, “hay que usar el argumento religioso, porque los argumentos del adoctrinamiento son religiosos, así que hay que oponer otros también religiosos”.

El Gobierno francés impulsa en estos momentos una “carta de principios” democráticos que deberán aceptar en el futuro los imanes que quieran predicar en el país. Una idea interesante y positiva para la mayoría de musulmanes europeos, pero que “no va a tener impacto alguno en los jóvenes tentados por la radicalización” advierte El Karoui. “El islam republicano no es atractivo para ellos, porque no responde a las mismas demandas, a los mismos interrogantes. No tiene ninguna dimensión de reivindicación identitaria con intención de ruptura o enfrentamiento. Así que no es ese el islam que les va a resultar atractivo”. Lo que sí podría interesarles, continúa, es hacerles ver que hay “otra lectura” de los mismos textos religiosos que ellos han interpretado en clave extremista. “Es un verdadero combate ideológico que hay que realizar allí donde acuden estos jóvenes, donde se informan sobre el islam. Y no es en la mezquita, es ante todo en las redes sociales y en la socialización cercana, con los amigos”, añade.


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