La memoria es algo frágil, caprichoso, necesario. Elías Barahona pensaba que el mejor secreto era el que nunca se revelaba. Y durante décadas, el silencio y el olvido fueron sus principales armas de supervivencia. Pero hay historias que merecen ser contadas. Que aunque se entierren en viejos archivos y trate de borrarse su rastro, tarde o temprano terminan saliendo a la luz.
Es 1980, en plena guerra civil en Guatemala. Una multitud de líderes indígenas, campesinos y estudiantes toma la Embajada de España para protestar por las matanzas cometidas por el Ejército. La policía irrumpe en el lugar. A sangre y fuego, pero en el sentido más literal y doloroso de la palabra: provocan un incendio en el que fallecen quemadas 37 personas. El único dirigente social que sobrevive es secuestrado del hospital y asesinado al día siguiente. Barahona fue testigo presencial dentro de las oficinas del Gobierno ese día.
34 años después, el 2 de octubre de 2014, un hombre en silla de ruedas con una camisa azul pálida, el pelo canoso y amplias gafas toma juramento frente a un tribunal en Guatemala que juzga los hechos de aquel día, una de las peores masacres de la historia del país. Se trata de Barahona, alias El Topo. Detrás, una mujer joven, Anaïs Taracena, amiga personal de Barahona y cineasta en ciernes, documenta todo con una cámara. Ese mismo día, graba una entrevista con él en su casa. Dos semanas después, El Topo fallece. En ese momento Taracena decide recuperar la increíble historia de su amigo, que en 2021 se convirtió en un documental: El silencio del topo.
Barahona fue maestro, periodista y poeta. Y aún antes, colaborador del Ejército Guerrillero de los Pobres, una organización izquierdista insurgente de Guatemala. Consiguió lo que parecía imposible: se infiltró en el Gobierno como jefe de prensa de Donaldo Álvarez Ruiz, el ministro del Interior durante el régimen del general Fernando Romeo Lucas García (1978-1982), antecesor del dictador José Efraín Ríos Montt y señalado como uno los mayores responsables de las violaciones de los derechos humanos en Guatemala. Álvarez Ruiz está hoy en busca y captura, considerado un criminal de guerra culpable de masacres y la represión más brutal durante aquellos años. Desde dentro, El Topo conseguía enterarse de qué disidentes políticos, activistas o guerrilleros se encontraban en su diana y les avisaba del peligro que corrían para que pudieran huir del país. Como una versión guatemalteca de Oskar Schindler, el empresario austriaco afiliado al partido nazi que logró salvar a más de mil judíos del Holocausto.
El equipo durante el rodaje del documental ‘El silencio del topo’EL SILENCIO DEL TOPO
“Entre 1980 y 1983 son los años más sangrientos. Se cree que fue nada más en el período de Ríos Montt, pero él le da una continuidad a lo que ya estaban haciendo Lucas García y Donaldo Álvarez Ruiz. Ellos empiezan las políticas de tierra arrasada”, explica Anaïs Taracena, una tarde de diciembre de 2021 por videollamada desde Ciudad de Guatemala. “No hay estimaciones de a cuánta gente salvó Elías, pero yo creo que fueron decenas. Todo era muy clandestino. También dependía mucho de la interpretación, había quien lo veía como una amenaza en vez de un aviso”.
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Su sistema era complejo e intrincado. A veces dejaba un papel pegado en el banco de un parque con los nombres, que un socio suyo recogía. Otras, se arriesgaba más y lo colaba por debajo de la puerta de quien fuera que estuviera en riesgo. Intentó no dejar rastro de su paso por el gabinete de Álvarez Ruiz, no daba declaraciones ni se dejaba fotografiar. Aun así, muchos de sus antiguos compañeros y amigos lo veían como un traidor. Y su historia cayó en el olvido.
Exilio
A principios de los ochenta, la situación se hizo insostenible y Barahona se vio obligado a exiliarse. Recién divorciado, había conseguido la custodia de sus hijas, de 12 y 15 años en aquel entonces. “Nos dijo que su vida corría peligro, y que si queríamos irnos con él o quedarnos. Le teníamos mucho apego y decidimos irnos”, dice la pequeña, Paty, hoy de 54 años. Durante 16 años se movieron por toda Centroamérica. Hoteles, refugios, casas de amigos y de compañeros del exilio.
“Había una ola de represión, los ochenta fue una época de sangre en Guatemala. Morían muchas personas, asesinaban a periodistas, a estudiantes, y claro, tú, de pequeño, no entiendes totalmente qué sucede, pero ves que hay mucho peligro. Era bastante duro y triste, como si hubieras perdido a tu familia totalmente sin saber hasta cuándo, no podíamos tener comunicación. Tenía un poco de miedo. Pero confiábamos mucho en él”, sintetiza Paty.
Residieron mucho tiempo en Nicaragua, un país ilusionado entonces por las promesas de la revolución sandinista, el lugar perfecto en esos momentos para El Topo. “Mi padre era corresponsal para medios extranjeros. Siempre lo recuerdo muy pensativo y tenso”, rememora. Las dos hermanas sabían que algo pasaba, pero no fue hasta años después cuando empezaron a entender lo que había hecho en Guatemala, a partir de artículos de prensa o de las declaraciones que dio. En casa, apenas hablaba. “No quería poner en riesgo a nadie”.
Elías Barahona, en primer plano. Detrás, un retrato del periodista ‘Maco’ Cacao, asesinado por los militares en 1980.GUILLERMO CACAO
Barahona era hijo de una familia campesina muy pobre, “que pasó hambre y eso le marcó”, según su hija. A ellas les hablaba de injusticias, desigualdad y pobreza. “Siempre fue consecuente con sus ideas. En su etapa terminal él quería declarar en el juicio de la Embajada de España. Yo le dije que no, que estaba muy mal, pero me respondió que era su deber y su obligación. Me quedé fría porque pensé que no iba a aguantar. Al mes siguiente falleció, y aun así se mantuvo firme para dar esa información”.
El silencio del topo
A la cineasta Taracena el tema le tocaba de cerca. Su padre, un historiador guatemalteco, también tuvo que exiliarse en los años 80. Ella creció en Costa Rica y más tarde consiguió una beca para estudiar Ciencias Políticas en Francia, el país de su madre. Allí conoció a David Barahona, el hermano de Elías. “Había un grupo de guatemaltecos exiliados que se habían quedado en Francia, y yo los conocía a todos. Quería hacer algo audiovisual y filmé a David. Hice un cortometraje que se llama De tripas corazón [2011]”. Él le puso en contacto con Elías cuando Taracena regresó a Guatemala. Poco a poco se hicieron amigos y un día ella le propuso grabar una entrevista.
“Elías no era una persona fácil para nada, había realmente que estar muy en confianza para poder hablar de eso. Toda la vida cuidándose de qué decir”, rememora. A Taracena le llamaba especialmente la atención el perfil de Barahona: “No es la típica persona que la izquierda reivindica: él no era comandante, no fue alguien que tomó las armas ni fue a la montaña, colaboró desde su posición de periodista y tuvo esa labor de infiltrarse. De hecho, hubo mucha gente como él. Casi nunca se habla de eso y son personas que se jugaron la vida”.
Realizar el documental se convirtió en toda una odisea. Cuando empezó a bucear en los archivos, se encontró con que apenas se conservaba material en las hemerotecas grabado entre 1980 y 1985, los años de principal represión. Los documentos se habían perdido, o alguien los había eliminado. Pasó horas husmeando, tratando de dar con videos y fotos en los que apareciera Barahona o Donaldo Álvarez Ruiz. Fue casi un trabajo artesano.
Reencuentros
Uno de los hechos que hicieron que El Topo se exiliara fue el asesinato a manos de militares del periodista Marco Antonio Maco Cacao, un amigo cercano, el 5 de julio de 1980. Eso pesó siempre en su memoria. Tanto que el 20 de julio de 2009 le escribió un homenaje en un blog. Treinta y un años y un día después de esa muerte, un 6 de julio de 2011, Guillermo Cacao, el hijo de Maco, se topó con las palabras de Barahona haciendo una búsqueda de su padre en internet.
“Mi papá y Elías eran grandes amigos, íbamos a reuniones a su casa”, narra Cacao por teléfono desde Guatemala. “Recuerdo poco a Elías. Cuando asesinan a mi papá, yo tenía 7 años, pero su nombre redundaba en la casa, en la mente. Cuando vi el blog le escribí, pero nunca me contestó”. Guillermo, sus hermanos y su madre también salieron al exilio, amenazados. Taracena le contactó cuando empezó a hacer la película. “El nombre de Elías vuelve a hacer click en mi cabeza. Ella había entrevistado a la hija de Elías, Paty, y ella le habló de mi papá. Yo nunca había vuelto a saber de ellos, pero ella es más grande que yo y recuerda bastante de las reuniones. Me encontró en redes sociales y comenzamos a platicar”.
Marco Antonio ‘Maco’ Cacao entrevista a Donaldo Álvarez Ruiz, el ministro del Interior entre 1978-1982), en una imagen de archivo.Guillermo Cacao
Cacao aceptó participar en el documental: “Perder a mi padre fue lo más doloroso que he tenido en la vida, pero quiero que se señale a la gente que usó recursos del Estado para asesinar a la gente. No es grato, no son historias bonitas, pero el pasado nos hizo como somos. El documental es muy importante para mantener la memoria histórica de este país. Las nuevas generaciones no saben lo que pasó”, dice.
Importante y peligroso. Tanto que todavía no se ha estrenado en Guatemala, donde la directora planea alquilar una sala de cine y organizar un pase privado. Tampoco puede verse de forma libre en internet. Solo se ha presentado en festivales. Todavía hay mucho miedo a las posibles represalias, explican todos los entrevistados. Y, sobre todo, a un nombre propio: Donaldo Álvarez Ruiz, que sigue libre y prófugo de la justicia, que le busca por crímenes de lesa humanidad.
“Algunas personas dicen que está en Estados Unidos”, explica Paty. “No es lo mismo que sepas que falleció a que sepas que tiene mucha familia en Guatemala y que todavía puede generar daño. Muchas de las cosas que sucedieron fueron lideradas por él. Muchas veces no tienes chance de hablar y de pronto amaneciste muerto y no se sabe que pasó. Por eso a veces la gente calla, sigue habiendo temor.
Los datos le dan la razón. Entre 1960 y 1996, más de 200.000 personas fueron asesinadas y 45.000 desaparecidas en Guatemala, de acuerdo con el Informe de Esclarecimiento Histórico, que demostró que un 93% de los crímenes de guerra fueron cometidos por el Ejército. Muchos de ellos quedaron condenados al olvido. Ahora un documental que recupera la vida de un hombre que en realidad era un topo ha llegado para abrir grietas entre el silencio.
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