La Unión Europea ha dado este viernes un paso más en su intento por limitar los recursos económicos de Rusia para financiar la guerra contra Ucrania. Tras meses de sanciones sobre sectores estratégicos de Moscú, compensadas en gran medida por el alto precio de venta de los hidrocarburos, los Veintisiete han acordado la imposición de un tope de 60 dólares sobre el precio máximo al que el gigante euroasiático puede vender sus vastísimas reservas petroleras. La medida constituye un golpe —uno más— sobre la principal fuente de divisas del régimen de Vladímir Putin. Pero está lejos de ser el definitivo.
El límite sobre el precio máximo al que Rusia puede vender no es tanto una medida para los países de la Unión —que ya habían acordado no comprar más crudo ruso desde el próximo lunes—, sino una forma de reducir las ganancias de Moscú en sus ventas de crudo a países como China o la India, que en los últimos meses han aprovechado la oportunidad de mercado que les brinda la toxicidad del crudo ruso en Occidente. Que ese flujo se mantenga es fundamental para Occidente, para evitar un nuevo terremoto en los precios del crudo a escala global: sin la oferta rusa en la ecuación, no hay suficiente producción para abastecer toda la demanda.
Aunque ni China ni la India han secundado el tope europeo —a la que sí se sumará el resto de miembros del G-7, el grupo de las siete mayores potencias del mundo—, el paso dado este viernes por los Veintisiete también tiene implicaciones sobre las exportaciones fósiles rusas a ambos países. La razón: muchas de las armadoras y aseguradoras que participan en esos envíos están radicadas en países que sí aplicarán la medida. Con todo, algunos observadores del mercado, como el banco de inversión estadounidense JP Morgan creen que, en un futuro, Rusia podrá utilizar sus propios buques para transportar el crudo a Asia, sorteando así el límite. No será una empresa fácil: no se construyen barcazas transportadoras de la noche a la mañana y la gran mayoría de las que operan hoy lo hacen bajo jurisdicciones occidentales o de países satélites de Europa y EE UU.
Occidente se mueve entre el deseo de dar pasos enérgicos, para asestar el mayor golpe posible al Kremlin, y la mesura, para evitar dispararse un tiro en el pie. En ese punto intermedio está el acuerdo alcanzado este viernes, a mitad de camino entre las propuestas de máximos de los socios más duros con Rusia —con Polonia a la cabeza, que ha logrado varias revisiones periódicas del tope para asegurarse de que queda al menos un 5% por debajo de los precios del mercado— y el pragmatismo de las grandes capitales —que, lideradas por Berlín, aspiraban a hacer el menor daño posible al siempre complejo rompecabezas de los mercados energéticos globales—.
Que siga fluyendo
La máxima que emana del texto, que no se conocerá íntegramente hasta el domingo, es clara: que el petróleo ruso que antes llegaba a Europa siga fluyendo hacia las economías emergentes, pero a un valor tasado para evitar que Moscú siga obteniendo dinero a manos llenas. En ese juego de equilibrios va, también, el propio interés del bloque: cuanto más crudo ruso desaparezca del mercado global, mayor será también el riesgo de que el precio de esta materia prima esencial para el funcionamiento de sus economías se dispare. Y con la inflación dando las primeras señales de relajación desde máximos, no parece el momento más recomendable para que eso suceda. La primera reacción del mercado parece tranquilizadora: el petróleo Brent, el de referencia en Europa, ha cerrado la sesión con una caída algo superior al 1%.
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Rusia —que, con una cuota mundial cercana al 10%, es el segundo mayor exportador de crudo del planeta tras Arabia Saudí— lleva meses vendiendo a un precio notablemente más bajo que el de mercado para tratar de atraer nuevos compradores, entre ellos China y la India. La rebaja en el petróleo de los Urales, como se llama la mezcla rusa, ha llegado a rondar el 50% respecto al Brent, la referencia en Europa. Es este un descuento que ha sido fundamental para que el Kremlin pudiera seguir colocando un producto que en las capitales occidentales se ha convertido en tóxico desde la invasión de Ucrania. Y para que el mercado petrolero global en su conjunto no entrase en una espiral turbulenta de consecuencias imprevisibles. La mezcla de Urales ronda hoy los 67 dólares por barril, a caballo entre los 60 del tope finalmente acordado y los 70 dólares propuestos en un principio. El empuje de Polonia y de los países bálticos ha sido fundamental para endurecer un poco más esa cifra. También para asegurarse una revisión periódica que permita verificar que el mecanismo está cumpliendo su propósito.
Un vistazo somero a la balanza comercial rusa permite entender por qué la UE y, en general, Occidente, han puesto en su punto de mira los combustibles fósiles. A pesar de que los volúmenes vendidos han caído con fuerza desde la invasión, los precios disparados —sobre todo, en el caso del gas— han compensado en gran medida el hachazo. Según los últimos datos del centro de estudios CREA, de corte ambientalista, desde el pasado 24 de febrero Moscú lleva ingresados más de 122.000 millones de euros por esa vía: 67.000 por el petróleo, 52.000 por el gas natural y 3.000 por el carbón. Hasta octubre, los ingresos públicos rusos son un tercio más altos que en el mismo periodo del año anterior.
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