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El Tour de Francia de todos los caprichos

Como un rey mago que abre las cartas de los niños buenos y les prepara sus regalos, y atiende a todos sus caprichos, así Christian Prudhomme ha dibujado el Tour de Francia de 2022 para contentar a los nuevos niños buenos del ciclismo, que tanto complacen a la afición. Y así lo presenta este jueves en París.

Para Filippo Ganna y Remco Evenepoel, y para comenzar, una contrarreloj de 13 kilómetros; para los daneses y los belgas, los maestros del viento, un puente de 18 kilómetros, el Báltico a la izquierda, el Mar del Norte a la derecha, y todos los vientos, y la costa de Ópalo, Calais y Dunkerque, mar del Norte de nuevo, canal de la Mancha, a donde se llega un martes tras pasar tres días en Dinamarca. Para los permanentes y anhelados duelos entre Van der Poel y Van Aert, 18 kilómetros de pavés, en 11 tramos, hasta el pozo minero abandonado de Arenberg, por Roubaix. Para Alaphilippe y otros reyes de los repechos, la subida a la Ciudadela de Longwy, en la frontera con Luxemburgo, las cuestas de Lausana y de Mende. Para Egan Bernal y los nostálgicos, la subida al inmenso Granon (2.413 metros, casi a la altitud de su Zipaquirá), 35 años después de la primera y única vez que se ascendió, y la memoria de Chozas; para los holandeses, saliendo de Briançon, el Alpe d’Huez del falso abrazo de 1986 entre Hinault y LeMond diseñado por Bernard Tapie, el magnate recién fallecido que llevó al ciclismo los pedales automáticos de los esquíes Look y el sentido del show que ya no le abandona; para los viejos, que echarán de menos al padre Tourmalet, dos veces el Galibier y un Aubisque; para Roglic, el muro de Péguère, llegando a Foix; para Valverde, Peyragudes y su aeródromo de James Bond, a mitad de camino del Peyresourde, donde el murciano creyó redimirse en 2012, en su regreso tras su sanción; para Mas, Landa y los vascos, el Hautacam por encima de Lourdes que coronó a Indurain en 1994 y lo hundió en la miseria dos años más tarde.

Para Tadej Pogacar, la contrarreloj del último sábado, 40 kilómetros por tierra abrasadas hasta las reliquias de San Amador en el monte de Rocamadour. Y también para el ganador de los dos últimos Tours su subida a la ya superlativizada Super Planche des Belles Filles (siete kilómetros al 9% y últimos 800 metros en pista de tierra al 24%), la cuesta de su primer Tour y el desvanecimiento de Roglic.

Para Pogacar, el nuevo dios del ciclismo, todo. Y, alrededor, su corte: Egan, ganador del último Giro; Roglic, que se impuso en las dos últimas Vueltas; Jonas Vingegaard, el símbolo de la nueva Dinamarca, segundo en el último Tour…

“Todo tiene muy buena pinta”, dice Pogacar. “Está muy bien lo de la Planche, Alpe d’Huez [una ascensión que no conoce: la última vez que estuvo el Tour fue en 2018]… Hasta el pavés es un desafío que me motiva, un tipo de ciclismo que nunca he experimentado… Pero yo no pienso en marcar la historia, no me preocupa el futuro, yo corro día a día, solo pienso en aprovechar el momento”. El esloveno, de 23 años, ha recibido ya hasta la bendición tan gloriosa del Eddy Merckx tan avaro en sus elogios, que le asignó en persona, en una cena en Italia, el título de nuevo Merckx al día siguiente de que el esloveno, de 23 años, ganara el Giro de Lombardía, el último monumento del año. Ya ganador de la Lieja en abril, al imponerse en Bérgamo, Pogacar se convirtió en el primer ciclista desde Merckx que ganaba dos monumentos y el Tour el mismo año. Son las grandes perlas de una temporada de número uno en la que también ganó la Tirreno, el Tour de los Emiratos, tres etapas de un Tour marcado por su superioridad y una medalla de bronce en la carrera olímpica, batido por centímetros en el sprint por la plata por Van Aert.

El ciclismo, ya entrado en la tercera década del siglo, celebra la apoteosis del ciclista global, el fenómeno que vale para todo, y todo lo hace a lo grande, y el Tour quiere ser su gran bazar, el paraíso del consumidor ávido, el gran corte chino, y el de la afición, que encontrará en su edición de 2022 (del 1, viernes, al 24 de julio, domingo, de Copenhague a París) etapas para todos los gustos.

Como se podría decir, más que una novela con su creación de personajes, su trama que se va enrevesando, sus párrafos lentos, sus diálogos rápidos, su conclusión desalentadora y su filosofía barata, una selección de microrrelatos; más que una sucesión de etapas, una colección de clásicas. Una al día. Ciclismo de consumo rápido y recuerdo permanente. “Dedicado a los nuevos campeones, a ese tipo de muertos de hambre guiados tanto por el sentido del espectáculo como por la llamada del maillot amarillo”, dice el rey mago Prudhomme. “Y las fronteras se hacen porosas entre los que ven el Tour como una clásica al día, sin pensar en el mañana, y los que piensan en los Campos Elíseos”.

El diputado general de Bizkaia, Unai Rementeria, a la derecha, charla con Tadej Pogacar en la presentación de París.

La salida de Copenhague, por encima del paralelo 55 (París se encuentra en el 49), a más de 1.200 kilómetros de la capital francesa, es la más septentrional de la historia de la grande boucle. Es la 24ª ocasión en la que el Tour parte del extranjero. La primera vez fue en 1954, con salida de Ámsterdam, y la 25ª llegará en 2023, cuando parta de Bilbao (en el paralelo 43, la salida más meridional desde territorio no francés) como recordó el diputado general de Bizkaia, Unai Rementeria, con su presencia en la presentación del Palacio de Congresos de París.

Y un Tour de Francia femenino

Entre 1984 y 2009 se disputó una suerte de Tour de Francia femenino, llamado oficialmente La Grande Boucle porque ASO, el dueño de la marca Tour, no vio interesante implicarse en su organización. Aquella grande boucle hizo grandes a Jeannie Longo y a la española Joane Somarriba, que la ganó tres veces en la primera década del siglo. Doce años después de su desaparición, y en plena primavera espléndida del deporte femenino, ASO se lanza por fin a la organización de una versión femenina de su Tour, que constará de ocho etapas, de domingo a domingo, y comenzará justamente el 24 de julio con una etapa en los Campos Elíseos, pocas horas antes de que lleguen los hombres a disputar la última etapa de su Tour. De allí, las mujeres, 22 equipos de seis ciclistas cada uno, saldrán a conquistar el Este en un recorrido de 1.029 kilómetros.

Si el recorrido de la 109ª edición del Tour de hombres, nacido en 1903, es una tienda de regalos, el primer Tour femenino es una colección de símbolos. Desde la salida en los Campos Elíseos hasta el final en la tan bien llamada Super Plancha de las Niñas Hermosas (Planche des Belles Filles), pasando por la región de Champagne (Reims y Épernay, una etapa similar a la que hizo grande a Alaphilippe en el Tour del 19), por caminos entre viñedos sin asfaltar, y subiendo y bajando los Vosgos, con paso obligado por el Balón de Alsacia, el primer puerto ascendido por el Tour masculino, en 1905.

Más de un siglo más tarde, las mujeres acceden al derecho a competir con dorsal por las mismas carreteras en la misma competición, y lo harán bajo la dirección de otra mujer, la exciclista francesa Marion Rousse. “Era obligatorio que el Tour femenino lo dirigiera una mujer y ninguna mejor que Rousse, la gran embajadora del ciclismo en Francia”, dijo Prudhomme en la presentación, y recordó que Rousse había sido campeona de Francia en 2012 y desde entonces se había convertido en una de las grandes voces del ciclismo como comentarista y analista primero en Eurosport y después de France TV. “Y, además”, añadió Prudhomme, “es directora del Tour de Provenza desde 2019″.

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