La economía de Egipto suele ser una cuestión de perspectivas. Como una de esas pruebas visuales a base de dibujos que te llevan a ver una forma u otra en función del ángulo y de la distancia desde la que los miras. A lo lejos, por ejemplo, es fácil ver en ella un robusto peso pesado, que, sin embargo, desde cerca se convierte más bien en un dopado cruasán de gimnasio que alardea de tren superior mientras su base languidece.
Estos contrastes se han acelerado desde que Egipto y el Fondo Monetario Internacional (FMI) iniciaron hace un lustro un romance que ha evolucionado hasta una de las relaciones más profundas entre el organismo y un país africano de los últimos años. En 2016, el FMI concedió a El Cairo un préstamo de 12.000 millones de dólares a cambio de un programa para enderezar su economía, lastrada por la inestabilidad causada por la oposición del régimen a realizar una transición democrática tras la revolución de 2011.
El ejército y su elevada implicación en la economía es uno de los grandes lastres
Desde la conclusión de aquel plan de reformas, en verano del 2019, Egipto ha eliminado graves desequilibrios macroeconómicos y estabilizado su situación financiera. El país recuperó el crecimiento económico, triplicó sus reservas de divisas, corrigió su balanza de pagos, bajó el desempleo, controló la inflación, logró superávit fiscal y mejor calificación crediticia, y unió los tipos de cambio. Para el FMI y el Gobierno, se trató de un éxito inapelable. Pero a pesar de los elogios cruzados y del buen aspecto que presentaban las grandes cifras del país árabe, los detalles mostraban unos logros de solidez y sostenibilidad mucho más cuestionables.
Porque el diablo yace en los detalles. Y en Egipto hay muchos. Su crecimiento no es inclusivo: la tasa de pobreza aumentó del 27,8% en 2015 hasta el 32,5% en 2018. Y los sectores que más han contribuido a este crecimiento son la industria extractiva, el turismo, la construcción y el canal de Suez, de los que el régimen se queda gran parte. El sector privado, fuera del gas y del petróleo, se ha contraído casi cada mes. La mayoría de la inversión extranjera la concentra el sector extractivo. La caída del desempleo se debe, en gran parte, a la caída de la población activa, y la mejora en la balanza de pagos, al aumento de remesas y turismo, no de exportaciones. El déficit comercial aún es mayúsculo. El superávit fiscal no incluye el pago de la deuda. Y el incremento de las reservas de divisas se ha logrado con préstamos, que han duplicado la deuda externa entre 2016 y 2020.
De hecho, al término de su programa, el FMI admitió que una de las grandes amenazas para Egipto era un cambio en las condiciones financieras globales. Y tres meses después se identificó el primer caso de coronavirus, cuya crisis dejó rápidamente al desnudo esta fragilidad. En marzo de 2020, Egipto sufrió una espeluznante fuga de capitales, en tres meses sus reservas de divisas cayeron un 20%, y algunas de sus principales fuentes de dólares, como remesas, turismo y gas natural, amenazaban con sufrir un severo revés.
Al rescate
La sacudida obligó al FMI a intervenir en mayo del pasado año con un préstamo de emergencia de 2.770 millones de dólares y en junio con otro de 5.200 millones para no echar a perder los logros del programa de 2016. Su intervención, sumada a la decisión del Gobierno de no imponer un cierre total de la economía y la suerte de que los contagios no se hayan llegado a disparar, ha facilitado que Egipto navegue la crisis mejor que la mayoría de la región. “Egipto no se ha visto muy afectado por la pandemia”, admite Alia El Mahdi, profesora de Economía de la Universidad de El Cairo.
El país fue uno de los pocos del mundo que crecieron (3,8%) en 2020, aunque no de una forma inclusiva. Y a pesar de la incertidumbre que generan la variante delta del virus y la lentitud en el plan de vacunación —solo en torno al 3% de la población ha recibido la primera dosis—, se confía en que la relajación de restricciones, en marcha desde junio, impulse el sector privado. Aun así, el número de personas empleadas en el primer trimestre de 2021 cayó un 2,4%, y la demanda interna sigue débil.
Además, una subida de los tipos de interés del dólar repercutiría en los costes de financiación de la deuda externa de Egipto y en su balanza de pagos al provocar una apreciación del la moneda estadounidense. La subida de los precios de la energía, a medida que se recupere la economía mundial, podría golpear a Egipto pronto, señala el economista Amr Adly, profesor en la Universidad Americana de El Cairo. El Mahdi también asegura estar pendiente de la evolución de la muy elevada deuda externa de Egipto, así como de la disponibilidad básica de agua, que genera cada vez más inquietud por la gran presa de Etiopía en el Nilo.
En este contexto, y cuando amaine la crisis, Egipto deberá retomar la senda de las reformas estructurales. Y aquí, de nuevo, existen discrepancias. Para organismos como el FMI y el Banco Mundial, la prioridad pasa ineludiblemente por las privatizaciones. Pero muchos creen que su agenda no afronta los problemas de fondo de la economía del país.
El primero, y en el que existe muy poco margen de maniobra, es un sistema de gobierno autoritario, opaco y con unas políticas económicas rentistas que prioriza el control de la economía por la clase dirigente frente al cambio, según notan algunos analistas. Y aquí el elefante en la habitación es el ejército y su expansiva participación en la economía, que representa una de las grandes trabas para aprovechar las reformas del último lustro y desatar el potencial económico del país.
Más allá, Egipto carece de un sector industrial potente y depende mucho de importar productos esenciales, así que crecer implica ahondar su déficit comercial y añadir presión sobre sus reservas de dólares. “Una cuestión a la que deben prestar más atención es al contenido y volumen de las exportaciones, que tienen que ver con la profundización industrial y la diversificación de la posición de Egipto en la división del trabajo [global]”, considera Adly, que también señala la política energética del país como otra cuestión fundamental que hay que mejorar.
El Mahdi coincide en la necesidad de apostar por sectores productivos que generen un crecimiento positivo, mediante políticas encaminadas a aumentar sustancialmente las exportaciones de manufacturas. Y una reforma a fondo del sistema educativo del país, que actualmente figura como uno de los menos exitosos y competitivos del mundo.
Source link