El turismo es una de las mayores industrias globales. Supone una décima parte tanto del PIB como del empleo mundiales, según datos de la Secretaría de Estado de Turismo. Y, en España, líder del sector, más todavía: esta fuente de ingresos aporta el 11,7% del PIB nacional y el 12,2% de la población activa tiene empleos que dependen del turismo. Es, por tanto, un potentísimo motor económico que, sin embargo, ya antes de la crisis sanitaria se hallaba en revisión gracias a un compromiso con la ONU, en busca de un modelo más sostenible y con mejor incidencia en la población local y contra la desigualdad. La irrupción de la pandemia, de alguna manera, ha acelerado esa transformación, colocando en el punto de mira de los viajeros aquellos destinos que pudieran garantizar un patrimonio cultural y natural bien conservado, no masificados, lugares a los que, en definitiva, la gente pudiera acudir con una sola idea rondando sus cabezas: disfrutar de un mayor bienestar.
Fue en la localidad asturiana de Taramundi, en 1985, donde abrió sus puertas el primer hotel rural de España; Asturias fue pionera hace cuatro décadas impulsando un turismo dinamizador de zonas rurales y no masificado. Y retoma ese espíritu, en sus avances en la senda de la sostenibilidad. Dos concejos asturianos, Somiedo y Onís, han sido escogidos, entre otros destinos nacionales, por el Ministerio de Turismo para promover las bondades del turismo sostenible. En el caso de Somiedo, en su elección destacan sus ecosistemas de montaña, la recuperación del oso pardo y la conservación de la ganadería tradicional, como armas ambas para la atracción del visitante.
Sobre Onís señalan que es “una propuesta diferenciadora para la creación de un destino que fomente la movilidad sostenible, que promueva la cultura y productos locales, a la vez que proteja la biodiversidad, y minimice su huella ecológica”. Una iniciativa a la que le reconocen el poder de “generar alternativas económicas que eviten el abandono del medio rural”.
Porque a eso aspira la redefinición del turismo: a servir a los intereses de la población local sin aumentar la huella medioambiental, a aportar opciones y desarrollo sin alterar para siempre el modo de vida y las costumbres del lugar. De hecho, el pasado agosto, Asturias lideró tanto el número de viajeros (62.673) como de pernoctaciones en alojamientos rurales (294.104), duplicando casi esa cifra la del siguiente en la tabla.
Asturias ha hecho suyo el paradigma del único turismo de presente y de futuro posible, un turismo de bienestar, respetuoso con el medio ambiente y no masificado, y que sirva para conservar el patrimonio natural y cultural, dando relevancia a bienes tales como la gastronomía. Así lo estipulaba el plan estratégico que se aplicó entre 2016 y 2019 y que logró que a cierre de ese último ejercicio el turismo, sin los prejuicios usuales en otros lugares, supusiera un 10,77% del PIB del Principado. Unos planes estratégicos cuya actualización, en pro de este camino, se está trabajando ahora mismo.
Porque lo que fue provechoso antes ya no puede serlo más. Si, con una población global de 7.700 millones de personas en 2017 había 1.322 millones de turistas internacionales, la ONU calcula que para 2030 esa cifra alcanzará los 1.800 millones. Ante este aumento demográfico se prevé una demanda de energía un 50% mayor y un 40% más de extracciones de agua, una presión sobre los recursos naturales que puede agravar sin duda los efectos del cambio climático y alterar definitivamente la fisonomía del planeta.
Ante el panorama que dibuja esa expectativa la ONU instó en enero de 2019 a los Estados a comprometerse en el desarrollo de modelos de turismo distintos, más innovadores y modernos, más respetuosos con el medio ambiente y con los autóctonos y basados en la calidad de las experiencias, y no solo en un continuo aumento exponencial del número de visitantes (en 2018, España recibió a 82,6 millones de turistas extranjeros).
Un sector, el turismo español, al que se le achacaba la dependencia del modelo de “sol y playa” o de mercados como Reino Unido, Francia o Alemania (el 50% de los viajeros provienen de ahí), la estacionalidad o que casi una quinta parte de las plazas hoteleras se concentraran en ciertas urbes, camina ya sin abandonar su liderazgo mundial hacia los objetivos marcados por la ONU en pro de la sostenibilidad. “El turismo debe ser un instrumento para la conservación del importantísimo patrimonio natural y cultural que posee el país. Se debe abordar el reto de la transición ecológica e impulsar a nuestra industria turística hacia un modelo que preserve y recupere los valores sociales y ambientales, valores en los que se fundamentará su competitividad”, reza el informe de la Secretaría de Turismo, que también afirma que debe ser una valiosa herramienta para frenar la despoblación del mundo rural.
Ese cambio estratégico en Asturias que debe favorecer la prosperidad de los vecinos sin alterar su modo de vida debe producirse atendiendo a muchos campos, cumpliendo con varios hitos. Debe pasar por, como dice el chef José Andrés, apoyar la producción local, su consumo y su visibilidad exterior, así como por dotar de valor añadido gastronomía e incluso ese tradicional sol y playa españoles; por propiciar experiencias en que podamos volver a sentirnos parte de la naturaleza, a aprender de ella, como indica Elsa Punset, y olvidar esa falsa idea de estar fuera o por encima de lo natural, que ha llevado a la insalubridad y el hacinamiento urbano; por prestar atención a formas de ocio y deporte que produzcan bienestar y por aprender a viajar, como apunta María Acaso, como vía para no solo sentir placer sino hacernos más capaces de disfrutar del momento presente y manera de adquirir conocimientos. Tal como lo describe la Organización Mundial del Turismo, dependiente de Naciones Unidas, el turismo ha de constituirse como un arma más contra la pobreza, la desigualdad, el cambio climático y por un desarrollo sostenible.
Source link