El trasiego no cesa la mañana del sábado en la carretera que conduce al castillo de Balmoral, en Escocia. Allí murió hace dos días Isabel II y, desde entonces, ahí descansa su cuerpo antes de ser trasladado a Edimburgo, la mañana del domingo. “Este castillo era su residencia favorita; cuando estaba aquí no solo encontraba paz y descanso, sino que actuaba como una persona más: iba a pícnics, paseaba…”, explica Mary MacNaught, de 70 años. Lo sabe porque vive muy cerca de Balmoral, “a escasas millas”, apunta. “Amaba estas montañas”, continúa con voz dulce y pausada la mujer, “aquí hacía planes como los que hacemos nosotros, no como en Londres”.
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Llega a la puerta del castillo acompañada de su marido, Bill, de 85 años: “Podemos decir que éramos vecinos [de la reina]. Venía a nuestro pueblo, al igual que otros miembros de la realeza: exceptuando los años de pandemia, siempre venía a los Juegos de Braemar [Braemar Gathering] porque le gustaban los deportes de las Tierras Altas”. Llegan con un ramo de flores y mientras hablan, buscan el lugar idóneo donde depositarlo. Dudan entre la verja de entrada, custodiada desde el interior por policías y militares, o la pared aledaña. También portan una bolsa del Jubileo de Diamante de la monarca, que se celebró hace una década ―este año se conmemoró el de Platino, cuando se cumplieron 70 años de su reinado ―. “[La de 2012] Fue una fiesta muy bonita: hubo gaiteros, bailes, comida… Fue un momento muy feliz. Ahora estamos tristes. Iba a ocurrir algún día, pero no esperábamos que fuera tan pronto”, retoma la mujer. Al igual que la pareja, a lo largo de la jornada varios centenares de personas se han acercado a este normalmente tranquilo enclave, en plena campiña escocesa.
“Ayer [por el viernes] vinieron algunas personas, pero hoy es masivo y no dejan de llegar”, afirma uno de los responsables de la seguridad, que lleva en las puertas del castillo desde primera hora del viernes. Además de laborable, ese día la intermitente lluvia desanimó a muchos a acercarse. Nada que ver con la soleada jornada del sábado, en la que los autobuses, cargados de visitantes, no dejan de llegar a Balmoral. Por razones de seguridad y de organización, los ciudadanos que querían despedirse de Isabel II no podían acceder a la zona en sus coches, que debían aparcar en Braemar o en Ballater, dos pequeñas localidades a 12 y 14 kilómetros de Balmoral, respectivamente. “Muchos de ellos no van a poder llegar”, preveía antes del mediodía el agente.
Louise Gospel, de 40 años, se ha montado en el autobús en Ballater: “Solo hemos tardado 20 minutos”. Acude con sus tres hijos: Emma (11), Phillip (8) y Harry (6). “Estamos tristes; era muy importante”, dice con cierta timidez el pequeño, que también lleva flores: “Son de nuestro propio jardín”, cuenta más resuelto, “esta mañana las hemos escogido y cortado para traérselas”. También son de la zona, de Aboyne. “Es muy triste. Sobre todo para nosotros que somos de aquí. La Reina tenía un vínculo con nosotros”, agrega la madre.
Miembros de la familia real ante los ramos de flores en homenaje a la reina a la entrada de Balmoral, este sábado. Scott Heppell (AP)
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De repente, la Policía corta el puente que da acceso a la puerta del castillo: “Van a salir algunos royals de la residencia”, dice escuetamente. Algunos familiares de la monarca se han quedado velándola en la residencia y se disponen a acudir a una misa en la cercana Crathie Kirk. Poco después, seis vehículos negros pasan a toda prisa: “No se ponga en medio que no paran”, bromea un hombre desde la fila, que graba y toma fotos de la comitiva formada por todos sus hijos de Isabel II, excepto el rey Carlos III, y algunos de los nietos: la princesa Ana, con Zara Tindall; el príncipe Andrés, con sus dos hijas y el príncipe Eduardo con otro de sus hijos. Media hora después, regresaron y, para deleite de los visitantes, salieron de los coches y se pararon ante la ofrenda floral que no dejaba de crecer a las puertas de Balmoral.
Con una camiseta de la selección brasileira y un ramo de flores con la bandera de Reino Unido y Brasil llega la familia Campidelli: Jefferson, de 46 años, Solange (46) y Giovanna (14). Viven en Aberdeen desde hace dos años. “Era una mujer muy especial. No solo para Reino Unido, sino también para todo el mundo”, dice la joven, que se reconoce más fan de Guillermo que del actual rey. “A la gente no le gusta tanto Carlos. Muchos no le han perdonado la infidelidad [a Lady Di con su actual esposa, Camila]”, agrega el padre bajando un poco la voz. Y agrega: “Es afortunado: ha empezado a trabajar con 73 años”. Ese chascarrillo es el único atisbo de leve crítica hacia la monarquía. “Ahora nadie dice nada. Ni siquiera los que se declaran republicanos”, matiza una periodista británica que escuchaba la conversación.
“La reina nos ha gustado siempre”, zanja Solange Campidelli: “Desde que nacimos hemos vivido con ella. Ha sido una mujer poderosa, independiente, cercana… Una inspiración”. Define el momento como “muy especial, sobre todo aquí en Escocia”. De hecho, la mayor parte de los que han acudido a despedir a la reina son de la zona. Edimburgo queda a unas dos horas y media del castillo, cuya carretera de acceso es estrecha y, en algunos tramos, sinuosa. De hecho, la noche del viernes las autoridades escocesas emitieron un comunicado recordando a la gente que el lugar “no es el más seguro para estar cuando oscurece debido a la escasa iluminación de las vías”.
“Espero poder llegar a tiempo. Me gustaría despedirme de ella aquí”, anhela Tania, de 34 años, desde la parada del bus de Ballater. Queda poco para que anochezca y para que el cuerpo de la reina sea trasladado a la capital de Escocia. El domingo, sobre las 10, sus restos se llevarán por carretera al Palacio de Holyrood. Al día siguiente, una solemne procesión, con presencia de Carlos III y otros miembros de la familia real, la dejará reposando en la catedral de St. Giles, donde habrá una vigilia que durará hasta el martes, según ha confirmado el Palacio de Buckingham en un comunicado. La compañía de arqueros reales serán los encargados de velarla hasta que el martes 13 el cuerpo viaje a Londres, donde continuarán las exequias. “Los que no lleguen podrán venir después a dejar flores en Balmoral”, confirman los responsables de seguridad de la zona. La reina ya no estará allí, pero Balmoral permanecerá para siempre como uno de los sitios favoritos de la monarca; un lugar donde Isabel II fue feliz.
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