La revolución del Brexit también ha acabado por devorar a sus propios hijos. El equipo de enérgicos asesores que se aglutinó en torno al primer ministro británico, Boris Johnson, para impulsar la salida del Reino Unido de la UE, pero sobre todo para dar un vuelco populista a la política del país, ha tirado la toalla. El hombre al que se atribuyen, en justicia, los grandes aciertos de Boris Johnson, y también sus recientes fracasos, Dominic Cummings, había confirmado este viernes a la BBC que abandonaría el Gobierno en diciembre, como ya lo había dejado escrito un año antes en su blog. La presión de sus muchos enemigos en el Partido Conservador ha sido más fuerte que su obstinación, y el asesor estrella del primer ministro e ideólogo del Brexit se dejaba fotografiar a última hora del día saliendo de Downing Street con una gran caja de cartón en la que llevaba sus pertenencias personales. Una maniobra para saltar del barco antes de que le arrojaran otros.
La batalla interna del Gobierno británico había arrancado 24 horas antes, con la renuncia de otro aliado histórico de Johnson. Lee Cain (39 años), hasta ahora director de Comunicación del primer ministro, había sido designado a principios de esta semana para ocupar el poderoso puesto de jefe de Gabinete. Pero a última hora del miércoles presentó su dimisión, en lo que se vio como una maniobra de éxito de los conservadores convencidos de que Johnson debía soltar lastre y alejarse de los fanáticos del Brexit. Ese mismo fanatismo, que critica un sector en el que estaría la pareja del primer ministro y exasesora tory, Carrie Symonds, ha provocado una gestión desastrosa de la pandemia, que ha colocado al Reino Unido a la cabeza de los países europeos más afectados. El siguiente objetivo de esta rebelión interna, finalmente conseguido, era Cummings.
La tormenta desatada es más reveladora de las debilidades del primer ministro que de las fortalezas de uno u otro bando. Cain, que se ha comprometido a aguantar en su puesto hasta finales de diciembre, no era solo un hombre de máxima confianza de Cummings, sino un estrecho puntal de la trayectoria de Johnson en los últimos años. Como el propio periódico tabloide del que fue periodista, el Daily Mirror, tradicionalmente defensor de la causa laborista, es un reflejo del vuelco ideológico que ha vivido el Reino Unido. Si el diario tuvo que hacer equilibrios para defender la permanencia en la UE sin ofender a unos lectores de clase popular más bien inclinados hacia el Brexit, Cain se lanzó a la batalla con armas y bagajes y llegó a disfrazarse de gallina para acosar a David Cameron y otros políticos conservadores por su “cobardía” a la hora de hacer frente a la Unión Europea.
Cain hizo campaña en el referéndum de 2016 codo a codo con Johnson. Trabajó para él durante su etapa como ministro de Exteriores. Le acompañó en la travesía para arrebatar a Theresa May el liderazgo del Partido Conservador. Y ha agitado estos meses el enfrentamiento del Gobierno con el cuerpo de altos funcionarios reacios a cualquier cambio.
No supo, sin embargo, captar algunas señales. Del mismo modo que fue incapaz de calibrar el límite de la lealtad de su jefe. Cuando Johnson eligió recientemente a Allegra Stratton para ser la cara amable de Downing Street como portavoz del Gobierno, la experiodista de la BBC puso como condición depender directamente del primer ministro y saltarse el mando de Cain. Para evitar roces -en el más puro estilo Johnson, siempre deseoso de que todo el mundo le quiera-, pretendió elevar a su aliado y amigo al puesto de jefe de Gabinete. En unas horas estalló la revuelta y se multiplicaron las maniobras internas para impedir que se consumara esa designación. “Ha sido un privilegio trabajar como asesor para el Sr. Johnson durante los últimos tres años, y ser parte de un equipo que le ayudó a conquistar el liderazgo del Partido Conservador y asegurar la mayoría conservadora más amplia de las tres últimas décadas. Igual que ha sido un honor recibir la propuesta de ser el nuevo jefe de Gabinete”, decía Cain en su comunicado de dimisión. Un modo de recordar los favores prestados y de dejar en evidencia a Johnson en su marcha atrás.
La salida de Cummings ha sido acogida con alborozo por muchos conservadores, hartos de los supuestos malos modos y despotismo con que les trataba el equipo de Johnson. El consenso general atribuye a Symonds, la actual pareja de Johnson, el golpe de gracia a su rival. “Es una oportunidad para reorganizar el Gobierno y poner énfasis en los principios y valores que debemos proyectar como conservadores”, ha dicho el diputado conservador y presidente de la Comisión de Relaciones Parlamento-Gobierno, Bernard Jenkin.
Cummings ya puso en serios aprietos al Gobierno el pasado marzo, cuando se saltó las severas normas impuestas durante el primer confinamiento para irse con su mujer y su hijo a la residencia campestre de sus padres en Durham, a 400 kilómetros de Londres. No solo se negó a dimitir, sino que justificó públicamente haberse saltado las reglas que Downing Street exigía al resto de ciudadanos. El episodio derivó en una investigación policial que acabó siendo archivada, pero dejó la sensación general de que había unas restricciones para el equipo de Johnson y otra para el resto de los británicos.
Un primer ministro acorralado
La oposición laborista ha exprimido públicamente el caos en el equipo de Johnson. “Esto es patético. Millones de personas se habrán despertado esta mañana para rascarse la cabeza y preguntarse qué diablos está pasando”, ha dicho el líder de la izquierda británica, Keir Starmer. “En medio de esta grave pandemia se dedican a despellejarse entre ellos tras la puerta del número 10 de Downing Street. Es hora de que tiren todos del mismo lado y se concentren en la tarea que tienen delante”.
Johnson ha tenido que dedicarse en las últimas horas a tapar las grietas del hundimiento. Su decisión de dejar partir a Cummings y a Cain ha irritado a esa legión de defensores del Brexit que le acompañó hasta el Gobierno para cambiar el rumbo de la historia, y que resultan cada vez más incómodos a los conservadores tradicionales y a un primer ministro acorralado. David Frost, el hombre que lleva en estos momentos las riendas de las negociaciones contra reloj con la UE y que también forma parte del polémico grupo de aliados de Johnson, todavía no se ha pronunciado sobre su futuro. En los próximos meses se comprobará si el Gobierno tenía un problema a la hora de comunicar sus decisiones, o si Johnson ha empezado a comprender que son esas mismas decisiones las que deben acompasarse a un Partido Conservador que no está con ánimo de aventuras ni excentricidades.
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