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El último reducto blanco de Sudáfrica

A mitad de camino entre Pretoria, capital de Sudáfrica, y Ciudad del Cabo, en plena meseta semidesértica de Karoo (provincia de Cabo del Norte), tras abandonar la autopista para entrar en vías secundarias, escasamente mantenidas, y puentes de una sola dirección, se alcanza la carretera R369 que divide en dos a la población de Orania, junto al río Orange, en la que habitan 2.000 personas. No hay vallas, ni una puerta fuertemente custodiada, ni siquiera los habituales sistemas de seguridad eléctricos de los barrios de blancos de las ciudades sudafricanas. La carretera flanqueada por una tierra árida cambia radicalmente y empieza a cubrirse de plantaciones de árboles de nuez picón y de barrios con amplias casas o adosados, al ir entrando en la localidad de Orania.

“Hemos hecho un estudio para contar los camiones que respetan la señal de stop que debería obligarles a bajar la velocidad. Hace unos meses una chica fue arrollada, y si no hubiera sido por el equipo médico de Orania habría muerto porque la ambulancia llegó dos horas después”, se lamenta Joost Strydom, director ejecutivo del Movimiento Orania, que cuenta con 6.000 miembros en todo el mundo, con un apoyo especial del Tirol del Sur (Italia), de los flamencos en Bélgica, en Holanda, de la representación diplomática sudafricana en Indonesia, en EE UU y en Rusia.

Strydom conduce con prudencia una furgoneta en la que traslada a turistas y curiosos que vienen a conocer el fenómeno de la única localidad sudafricana en la que no puede residir ninguna persona que no sea afrikáner, hable el idioma y comulgue con la ideología religiosa y conservadora de sus orígenes, basada en el calvinismo. Los afrikáners o bóers, un grupo étnico de origen holandés, llegaron a mediados del siglo XVII al Cabo de Buena Esperanza (Ciudad del Cabo). Se concentraron en Sudáfrica y Namibia, y combatieron a los británicos. A través del Partido Nacional, se mantuvieron en el poder durante 40 años.

El lugar “menos racista”

“Orania es el lugar menos racista de Sudáfrica”, dice convencida Cara, una estudiante de veinte años que, como les ocurre a los que quieren ir a la universidad ha tenido que dejar el lugar al que llama “verdadero hogar”. Es una afirmación que de forma insistente repite cualquier persona con la que entables conversación. Es la necesidad de que, por haber decidido preservar su cultura e identidad evitando mezclarse en un país que reconoce oficialmente 11 comunidades con sus respetivos idiomas, no se les tache de racistas. Y lejos de ser un mantra para defenderse de las ideas preconcebidas y los prejuicios, respetan al que no es como ellos, pero no quieren compartir su existencia y cotidianidad.

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Peter Bishoff, director de un centro de Formación Profesional que forma a un centenar de alumnos (de los que solo el 10% tiene a sus familias en Orania) en fontanería, electricidad, construcción y cuidado de la casa, compara la necesidad de preservar la identidad de cada estado de la Unión Europea con las 11 minorías del país sudafricano. “Somos una minoría en el país y por eso hemos creado un lugar donde somos mayoría. Es la única forma de protegernos y de tomar nuestras propias decisiones, queremos vivir en un lugar donde somos mayoría. Es como cuando la gente de Madrid decide por sí mismos”.

Trabajadores de la construcción edifican una nueva casa en Orania el pasado 31 de mayoYESHIEL PANCHIA

Treinta años después del nacimiento de Orania, 2.000 personas, con una edad media de 32 años, construyen todo lo que una comunidad necesita para vivir en 8.000 hectáreas (la previsión es que pueda llegar a albergar a 30.000 personas). Funcionan con su propia moneda, el ora, que cambian en su banco local, mientras los rands, la divisa sudafricana oficial, vayan dando beneficios en una entidad. Pero para entender esto hay que remontarse a los últimos años del apartheid. “Cuando propusimos la idea de un territorio para afrikáners era el momento de la resistencia y no se podían plantear coger una pequeña parte del país. Ellos lo controlaban todo y estaban dispuestos a luchar para mantenerse en el poder”, explica Carel Boshoff, hijo del fundador de Orania, yerno de Hendrik Verwoerd, considerado el “arquitecto del apartheid” y actual director del centro de investigación Die Vryheidstigting (Fundación Libertad).

“La que se llamó transición blanda, con la imagen de [Nelson] Mandela como una especie de oso de peluche global haciendo las paces con todo el mundo, hizo que muchas personas comprendieran los cambios revolucionarios que se produjeron durante la siguiente década”, apunta Boshoff para referirse a las “políticas racistas” del presidente Thabo Mbeki a través, por ejemplo, del empoderamiento económico negro, y ahora de Cyril Ramaphosa con “la apropiación sin compensación de las tierras”.

Boshoff está moderadamente satisfecho de haber demostrado que “con integridad y trabajo duro” los sudafricanos pueden cuidar de sí mismos, y asegura que los problemas del Congreso Nacional Africano (CNA) con la corrupción han demostrado que “Orania es necesaria y posible”.

“Auto-propiedad, asumir la responsabilidad de tu propio futuro, no esperar a que el Gobierno o quien sea te ayude respecto a tus circunstancias, sino hacerlo tú mismo”, es la receta que Gawie Snyman, alcalde independiente de Orania —no se permite la vinculación a partidos políticos en los comicios—, proclama desde un amplio despacho en el que insiste en que les es más fácil explicar la razón de la existencia de Orania a los periodistas negros porque ellos entienden “el tribalismo africano en el que se basa”.

La decisión de tres vecinos

Al margen de la constante actitud a la defensiva rebajada por la amabilidad y una simpatía extrema hacia el foráneo, nadie duda de los pilares de Orania: una sociedad conservadora religiosa en la que la defensa de su identidad cultural y lingüística está por encima de cualquier otro planteamiento. Para formar parte de la comunidad hay que presentar la documentación que acredite que no tienes antecedentes penales ni haber consumido drogas. Y serán tres vecinos de Orania, formados para ese cometido, los que den el último visto bueno antes de entregar el Verblyfsreg (“derecho a residir”).

Gawie Snyman, Gawie Snyman, alcalde independiente de Orania, fotografiado el pasado 1 de junioYESHIEL PANCHIA

“En Sudáfrica vamos hacia el federalismo aunque el CNA no lo quiera. No podrán controlarlo”, señala Carel Boshoff, tras analizar la crítica situación económica del país que, según su opinión, lleva hacia un estado cada vez más disfuncional. “La estrategia de Orania es la no confrontación, somos parte de la solución, no del problema”, afirma convencido de que las próximas generaciones de afrikáners no tendrán que responder por los vínculos históricos del país respecto al apartheid.

Una de las contradicciones que es posible palpar en Orania está en lo alto de una colina, sobre la que puede verse un territorio cuya población crece un 10% al año y que sin recibir nada del Estado pese a pagar sus impuestos tiene un presupuesto, procedente de donaciones y de tasas locales, que durante los últimos cinco años ascendió a 183 millones de rands (11,43 millones de euros). Allí, en la colina, las estatuas que nadie quiere en el resto de Sudáfrica han encontrado un hogar. Desde Kruger, líder de la resistencia bóer contra los británicos, a Hendrik Verwoerd, que dirigió el país desde 1958 a 1966, o B. J. Vorster, que ocupó el mismo cargo hasta 1979 reforzando la segregación racial y promoviendo detenciones y condenas de prisión como la cadena perpetua de Mandela.

“Nosotros nos mezclamos cuando salimos de Orania, pero aquí debemos preservar nuestra cultura e identidad”

Magdaleen Kleynhans, empesaria de Orania

“Ellos son el pasado, para lo bueno y para lo malo, no renegamos de ellos pero nuestro presente y futuro es esta figura, al que llamamos ´El pequeño gigante´. Pequeño como nosotros, pero que se arremanga la camisa para trabajar duro”, apunta Strydom. Este pequeño gigante, que aparece en la bandera y la divisa, es el símbolo del esfuerzo en Orania. A la mañana siguiente es también Strydom el que abre la puerta de la casa museo de Verwoerd, quizás el lugar que más remueve la conciencia al visitante. Dentro, los cuadros, bustos, regalos, fotografías y una enorme bandera de la Sudáfrica del apartheid ocupan un lugar que se llena de polvo.

Magdaleen Kleynhans, empresaria propietaria del centro de llamadas Senbel que emplea a 60 personas, lleva 11 años en Orania. “Aquí los niños viven una vida en libertad porque pueden andar a todas partes, tienen estabilidad y se sienten seguros. Están orgullosos de lo que son porque saben de dónde vienen”, explica al rechazar categóricamente que al salir a estudiar fuera o cuando viajan por Sudáfrica o al extranjero se sientan desubicados. “Nosotros nos mezclamos cuando salimos de Orania, pero aquí debemos preservar nuestra cultura e identidad. En Orania aprendemos a tolerar y lo moral se basa en el respeto a los otros”.

Es casi imposible que al cruzarte con alguien en Orania no te salude, es una especie de conexión para evitar que nadie quiebre. En la biblioteca pública, Elisa Elmarie, de 86 años, también responde con una espontánea simpatía al mostrar que el 60% de los 21.000 volúmenes que tiene son en inglés y el 40% en afrikáans. “Como en cualquier cultura son las historias de amor, por ejemplo, las de [la escritora sudafricana] Sarah du Pisanie, las más solicitadas”, y entre risas añade: “Aquí, en Orania, me siento a salvo”.


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