Orgulloso finalista de la última Champions, el Paris Saint-Germain no pudo dominar al decadente United, que asomó apocado su cabeza por la ribera del Sena. Los ingleses llegaron deprimidos hasta que los animó el PSG, que es el mismo equipo inconsistente de siempre, por más que Tuchel se esfuerce en darle un orden. Rashford acabó con el espejismo ajustando junto al palo el tiro del definitivo 1-2.
Llueve sobre París. Los días grises se han precipitado en la capital francesa como heraldos de mal agüero, sabiendo como es sabido, que a Neymar lo pueden distraer las saudades del trópico. Pero Neymar, siempre impredecible, se presenta eléctrico en el Parque de los Príncipes. Listo para debutar en la Champions. Pálido y ojeroso el semblante, brillante el cerebro, más potente que nunca a su edad, 28 años, la flor de la vida de un futbolista. El PSG parece un equipo ramplón hasta que Neymar recibe la pelota. Con Verratti y Paredes de baja, el brasileño se retrasa, reclama protagonismo, y se transforma en el mejor mediocampista del equipo, tan dotado para marcar los ritmos de cada acción como los mejores volantes imaginables.
Neymar se adueña del partido durante los minutos iniciales. Hasta que Bruno Fernandes, que está en todo, le arrea una patada inolvidable y le recuerda que el United está en París. La patada vivifica a Neymar, que vuelve a pedir la pelota y siembra el caos entre los interiores rivales, desesperados porque mientras él los atrae lanza a Di María y a Mbappé a sus espaldas. Así llegan las primeras aproximaciones del PSG. Un tiro de Kurzawa a la salida de un córner y un remate de Di María desde fuera del área.
Pero no es suficiente. Tal y como está de colectivizado el juego en el fútbol contemporáneo, cada día es más complicado que un solo genio desequilibre a 11 operarios. Operarios tímidos, sin fe, es lo que parecen los futbolistas del United, sin duda afectados por el largo declive que padece el club. Solo los anima el inquieto Bruno Fernandes, hombre resuelto, animoso. El United apenas resiste haciendo faltas y pegando pelotazos que dividen la pelota indefectiblemente. Los ataques del equipo inglés son cochambrosos, pero, para asombro de sus propios ejecutantes, surten efecto. Un pase frontal de Shaw a Martial destempla a Diallo, que derriba a su oponente. Bruno Fernandes —tras una parada anulada por el árbitro— metió el penalti.
El 0-1 exhibe la penuria del PSG, incapaz de ofrecer con Danilo una salida limpia del balón, presa de la confusión de Mbappé, que en lugar de desmarcarse como un nueve parece querer reproducir las aventuras de Neymar sin tener su criterio ni su ingenio. El United lleva el partido a su terreno de fricción.
El PSG solo se recupera con un gol en contra. Neymar bota un córner y Martial lo cabecea a las mallas. Tuchel asiste al espectáculo con aire incrédulo. A su lado, Solskjaer mete a Pogba por Téllez y desmonta su línea de cinco zagueros. El cambio sobrepasa al PSG, definitivamente descompuesto.
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