El papa Francisco se propuso a su llegada emprender reformas en grandes áreas de la Iglesia, también fuera de los muros del Vaticano. España, con una Conferencia Episcopal presidida entonces todavía por el cardenal Antonio María Rouco Varela, alejado del ideario de su pontificado, era uno de los objetivos inevitables de la agenda. Pasó algún tiempo hasta que se vieron los cambios, pero avanzan y el martes por la mañana apuntaló con tres nuevos nombramientos en Zaragoza, Burgos y Barcelona un proceso avanzado para transformar la cúpula de la Iglesia en España, presidida desde marzo por un hombre de su total confianza.
Las dos piezas clave que marcaron el cambio de rumbo fueron el nombramientos de Carlos Osoro -cardenal creado por Francisco- como arzobispo de Madrid en sustitución de Rouco Varela, y de Juan José Omella -purpurado también creado en este pontificado- como arzobispo de Barcelona y, el pasado 3 de marzo, también presidente de la Conferencia Episcopal Española en sustitución de Ricardo Blázquez. Dos movimientos que marcan la línea de Francisco y que han sido tomados como referencia para las sugerencias llegadas desde España ahora para los nuevos puestos. “Es evidente que el Papa busca obispos más cercanos a la gente, más pastores que teólogos. Puede que menos formados, pero más cercanos al sentir de la calle”, señala un miembro español de la curia vaticana.
Las desavenencias dentro de la Iglesia española no han terminado con los nuevos nombramientos. Un sector importante considera que ha sido tibia durante la pandemia y que falta liderazgo. Achacan al perfil de obispos y arzobispos que está nombrando el Papa esa falta de presencia en el debate público. Incluso en la oposición ocasional al Gobierno, tal y como se hacía en la época anterior. Omella puede no gustar a todos, pero ha impuesto un clima de sosiego entre Gobierno e Iglesia y ha logrado dejar su sello en la primera ola de cambios desde que llegó a la presidencia. Unos movimientos que visualizan el cambio de tornas.
Los tres cambios anunciados por el Vaticano continúan en la línea marcada en los últimos años. Dos de ellos parecen fichajes claros de Omella. En Barcelona, ha pedido un nuevo auxiliar -el elegido es Xavier Vilanova, procedente de la diócesis de Tortosa- para hacer frente al volumen de trabajo que tiene desde que el cardenal fue nombrado también presidente de la CEE. “No soy un Superman, necesito ayuda. Y no quería cargar todo este trabajo sobre las espaldas de los dos obispos que ya tengo, que lo hacen muy bien y así me lo dice mucha gente”, ha señalado Omella, con responsabilidades también en Roma como miembro de la Congregación para los Obispos. Un nombre en la línea de lo que Francisco ha querido para España, pero que no terminará de entusiasmar a los más ortodoxos. “Está nombrando un tipo de auxiliar distinto, sucedió también en Milán”, apuntan.
La influencia de Omella también puede percibirse en el nombramiento de Carlos Escribano, hasta ahora obispo de Calahorra, como nuevo titular de Zaragoza. Sustituye a Vicente Jiménez, que se jubila a los 76 años. El nuevo arzobispo de Zaragoza es el presidente de la Comisión para los Laicos, Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española desde marzo. Además, sucedió a Omella en la diócesis de La Calzada-Logroño, un dato que permite deducir la confianza que le tiene.
La sorpresa, sin embargo, ha llegado con el nombramiento de Mario Iceta como arzobispo de Burgos, una diócesis metropolitana, pero de menor influencia que Bilbao, donde estaba hasta la fecha. Podría considerarse como un freno a la carrera de un prelado relativamente joven y de gran formación, que ya estuvo en las quinielas para la presidencia de la CEE el pasado marzo. “Es algo extraño su paso a Burgos. Se esperaba que pudiera ir a Madrid, quizá en un futuro o a Sevilla [como sustituto de Juan José Asenjo, que ya ha enviado su carta de renuncia al cumplir 75 años], un puesto que conoce bien al haber sido vicario general en Córdoba”, señalan fuentes vaticanas. El movimiento de Iceta debe entenderse también como paso previo a la renovación de la Iglesia de Euskadi, que debería continuar con el relevo del obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla.
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