El escándalo fue tremendo. Un exnuncio en Washington, Carlo Maria Viganó, acusó a finales de agosto de 2018 al papa Francisco de encubrir los abusos de un cardenal al que había desposeído de todos sus derechos y retirado de la vida clerical solo un año antes. El exdiplomático aseguraba que Francisco supo a su llegada, en 2013, de los desmanes con un adolescente de Theodore McCarrick y de las sanciones que pesaban sobre él, pero lo ignoró. Viganó pidió la renuncia del Pontífice y desató una tormenta que pilló con el pie cambiado a la Santa Sede. Un mes después, el 6 de octubre, el Papa encargó un informe sin límite de ningún tipo. Sustancialmente debía dilucidar qué grado de responsabilidad -o encubrimiento- tuvo la jerarquía católica y los tres papas que convivieron con el cardenal: Juan Pablo II, Benedicto XVI y él mismo. El informe, de 461 páginas, es el primer gran examen de conciencia de la historia del Vaticano en el tema de abusos y admite que todos conocieron de sus conductas por vías más o menos fiables, pero no se hizo nada definitivo hasta que en 2017 Francisco recibió la primera denuncia por abusos a un menor. “La Santa Sede actuó sobre la base de información parcial e incompleta. Desgraciadamente, se cometieron omisiones y subestimaciones, se tomaron decisiones que después se evidenciaron equivocadas”, reza el el texto firmado por el director editorial de la Santa Sede, Andrea Tornielli.
El secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, en 2019. En vídeo, Parolin detalla el Informe McCarrick.
El informe ha revisado todos los documentos relativos al caso en la nunciatura de Washington, en la Congregación para la Doctrina de la Fe o la Congregación de los Obispos, y se ha apoyado en 90 entrevistas. La investigación la ha pilotado la Secretaría de Estado y la conclusión es que pese a los rumores, acusaciones directas y la admisión de McCarrik de que había dormido en la misma cama con seminaristas, el religioso logró seguir avanzando en su imparable carrera dentro de la Iglesia sin que nadie hiciese nada durante tres pontificados. El documento también señala que Francisco, pese a haber escuchado las mismas acusaciones, no consideró que debía hacer nada más que sus predecesores hasta que llegó la primera denuncia por abusos a menores. El actual pontífice, pese a la vaguedad con que se tratan en el informe sus posibles encuentros con el nuncio Viganó en los que este, presuntamente, le advirtió de las conductas de McCarrick, es el papa que sale mejor parado.
La culpa de Juan Pablo II
Theodor McCarrick fue nombrado obispo auxiliar de Nueva York por Pablo VI en 1977. Pero los rumores y acusaciones sobre su conducta comenzaron con Juan Pablo II. En 1986 fue nombrado arzobispo de Newark por Juan Pablo II, sin que se este conociera ninguna de las acusaciones. Sin embargo, cuando el pontífice polaco quiso nombrarle arzobispo de Washington en 2000 y cardenal en 2001, ya tenía conocimiento de dichos “rumores” y se habían hecho “verificaciones a mediados de los noventa”. Las acusaciones hablaban de relaciones sexuales con adultos, también mencionaban que había intentado tener una relación sexual con un sacerdote de la diócesis de Metuchen (que lo había comunicado), localidad de Nueva Jersey de la que fue obispo, y que había dormido con seminaristas en una casa de la costa. Todo ello se completaba con cartas anónimas.
El 28 de octubre de 1999, según el informe, el cardenal arzobispo de Nueva York, John O’Connor, reunió todas esas acusaciones y se las mandó al nuncio de Washington, que poco después se las remitió a Juan Pablo II. Primero se tomaron en consideración y se frenó el nombramiento para evitar escándalos. Sin embargo, luego se decidió nombrarle arzobispo de Newark. La razón es que el papa polaco pidió información a cuatro obispos de Nueva Jersey, de los cuales tres confirmaron que había dormido con seminaristas, pero no fueron capaces de confirmar si había tenido relaciones sexuales con ellos. Fue “información inexacta”, según el informe. Además, el 6 de agosto de ese año, McCarrick escribió al Papa y le aseguró que no había tenido ninguna relación sexual con hombre ni mujer. Pero más tarde admitió que había dormido de forma “imprudente” con seminaristas, algo que a nadie le debió de parecer extraño. ¿Por qué Juan Pablo II siguió adelante con su decisión y omitió las denuncias?
El Papa, reza el informe, tenía una relación directa muy buena con McCarrick y eso debió de “tener un impacto sobre su proceso decisional”. “Juan Pablo II leyó la carta. Se convenció de que el arzobispo estadounidense decía la verdad, y de que las voces negativas eran, de hecho, solo voces, infundadas o no probadas”, señala Tornielli en el editorial del Vaticano. El informe, además, trata de explicar esta circunstancia asegurando que “puede ayudar a comprender el contexto de este período la experiencia personal vivida por el entonces arzobispo Wojtyla en Polonia, quien durante años había sido testigo del uso instrumental de falsas acusaciones por parte del régimen para desacreditar a sacerdotes y prelados”.
El conocimiento de Benedicto XVI
McCarrick adquirió todo el poder durante el pontificado de Juan Pablo II. Y cuando en 2005 resurgieron acusaciones de acoso y abuso de adultos, Benedicto XVI le “pidió rápidamente la renuncia al cardenal estadounidense, al que acababa de conceder una prórroga de dos años de su mandato”, recuerda la Santa Sede ahora. Es decir, le solicitó la renuncia, pero al tratarse de abusos a adultos no pudo o no quiso abrir un proceso.
Las acusaciones fueron en aumento. El nuncio en Estados Unidos de la época, Carlo Maria Viganó, trasladó a la secretaría de Estado las informaciones que tenía insistiendo en su gravedad. El entonces cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone, sometió el asunto directamente al papa Benedicto XVI. Pero de nuevo, al no constar víctimas menores de edad y estando ya jubilado McCarrick, Benedicto XVI decidió no abrir ningún tipo de investigación. De hecho, y esa es una de las motivaciones del informe, tampoco estableció ninguna sanción (Viganó dijo luego que Francisco las ignoró). Solamente la recomendación de renunciar a viajes y eventos públicos y comenzar una vida más apartada.
McCarrick, después de una larga carrera de impunidad, ignoró esas “recomendaciones” y siguió con su vida. “Se trató más bien de recomendaciones, dadas oralmente en 2006 y por escrito en 2008, sin mencionar explícitamente la voluntad del Papa. Fueron, pues, recomendaciones que, para ser puestas en práctica, presuponían la buena voluntad del interesado. Se toleró de hecho que el cardenal permaneciese activo y siguiera viajando y que llevase a cabo, aunque sin ningún mandato de la Santa Sede, varias misiones en diversos países, de las que a menudo se extraen informaciones útiles”, señala el Vaticano.
Lo que sabía Francisco
Las conclusiones del informe, pese a la precisión de muchas de sus pesquisas, es menos claro en este apartado. Viganó aseguró que se había visto con el Papa en junio y octubre de 2013 (pocos meses después de ser nombrado) y le puso al corriente de las acusaciones de abusos a un adolescente. Pero el informe dice que no hay ningún documento que lo sostenga y las pruebas sobre lo que dice “son objeto de amplia disputa”. La respuesta del Papa no figura en estas conclusiones. En cambio, según el mismo documento, el Pontífice sí recordó una breve conversación con el sustituto de la Secretaría de Estado Angelo Becciu (el cardenal ha quien ha desposeído recientemente de sus derechos por presuntos escándalos de corrupción) y no excluyó otro intercambio breve con el secretario de Estado, Pietro Parolin. Hasta 2017 nadie de su entorno le proporcionó las denuncias anónimas que corrían, aunque sí conocía de su existencia. “Se le dijo que había habido rumores y acusaciones sobre comportamientos inmorales con adultos antes de la nominación de McCarrick en Washington. Pero considerando que las acusaciones habían sido analizadas y rechazadas por Juan Pablo II, y bien consciente de que McCarrick había permanecido activo durante el pontificado de Benedicto XVI, el Papa Francisco no vio la necesidad de cambiar lo que sus predecesores habían establecido”, señala el editorial del Vaticano.
El documento termina recordando la única acción clara y severa en contra de McCarrick que se produjo en casi 40 años. En junio de 2017 llegó la primera denuncia por abusos a un menor durante los años 70. Francisco le pidió la dimisión del colegio cardenalicio y le retiró el sacerdocio.
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