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El vudú, la chequera y el fichaje que parecía bueno

Lukaku e Ibrahimovic se encaran en San Siro la semana pasada.DANIELE MASCOLO / Reuters

“En Italia hay un momento mágico en el que se pasa de la categoría de gran promesa a la de típico tonto. Solo a pocos afortunados la edad les concede acceder a la dignidad de maestro venerado”.

La cita, del ensayista Alberto Arbasino, se refería exclusivamente a los escritores, pero funciona también como navaja suiza. Roma, sin ir más lejos, es la ciudad del mundo en la que uno puede pasar más rápido de ser un fenómeno a pertenecer a la dimensión de los coglioni. La política es un laboratorio extraordinario para ese penoso tránsito. Ahí están las encuestas sobre Renzi o Salvini para demostrarlo estos días en plena crisis de gobierno. También cualquier elemento del Movimiento 5 Estrellas elegido al azar. Pero la línea que separa ambos momentos biográficos es todavía más corta si uno debe justificar sobre la hierba el precio que pagaron por él.

En 1988 la Roma pensó que sería buena idea fichar a dos brasileños que revolucionarían el calcio. Renato Portaluppi, duodécimo y penúltimo hijo de una familia de Rio Grande de Sul, era extremo derecho y un playboy que llegaba del Flamengo. Se pasó la temporada en las discotecas del barrio del EUR y apenas lograba asomarse por la mañana a los entrenamientos en Trigoria con jaquecas fabulosas. Marcó tres goles y tuvo que volver a Brasil (hoy entrena al Gremio). Peor le fue al centrocampista Andrade, que cruzó el Atlántico con el aura de rayo, fue presentado como el nuevo Falcao, y acabó apodado en romanesco er moviola por lo plomizo que era. Incluso para el juego horizontal de Nils Liedholm, técnico de la época. La historia está llena de malas decisiones. A veces, convendría consultar más con el más allá.

La semana pasada, en el minuto 44 de la primera parte del derbi de la Madonnina en la Coppa Italia, Ibrahimovic y Lukaku se dieron un cabezazo. El belga aludió de forma nítida a un posible encuentro entre él y la hermana del delantero centro del Milan. Ibrahimovic, tirando de una dudosa hemeroteca, le soltó: “Llama a tu madre y ve a hacer esos ritos vudú de mierda”. La frase fue enseguida tomada como un insulto racista, algo difícilmente rebatible. Luego, el entorno de Ibrahimovic desempolvó la vieja historia para justificarle.

Farhad Moshiri, propietario del Everton, le ofreció la renovación a Lukaku en 2017. Pero el belga, explicó entonces el dirigente, la rechazó después de consultar con su madre, que habría hecho un rito vudú. Lukaku niega que la anécdota fuera cierta. Su entorno recuerda que, además, es católico. Más allá de un asunto que ha acabado en una sanción de solo un partido para ambos, la realidad es que acertó con el cambio de aires. Y que a más de uno le convendría consultar con las fuerzas ocultas para tomar una decisión así.

Ese mismo día Christian Eriksen le dio el partido al Inter con un libre directo impecable (2-1). El danés, centrocampista exquisito que cada verano debía suceder a Modric en el Real Madrid, fichó este verano por el Inter y se está arruinando la carrera. En el derbi fue decisivo, pero está claro que su visión de juego no era para un entrenador como Antonio Conte. Lo mismo le pasó a Bonucci en 2017, que se peleó con la Juventus, el equipo de su vida, y duró un solo año en el Milan para terminar regresando a casa arrepentido. O al mismo Ibrahimovic, que se marchó al Barcelona y, según él, malgastó la peor temporada de su vida viviendo como un colegial a las órdenes de Guardiola y conduciendo un Audi del club y no su Ferrari Enzo para ir a entrenar.

Les pasó a muchos. A Cassano, el jugador con más talento que ha visto la Serie A en décadas, se le apagó la luz tras pasar por el Madrid (debieron influir los 15 kilos comiendo la Nutella que le regalaba el club, según contó esta semana). O a Gaizka Mendieta, por quien la Lazio pagó una fortuna y nunca más fue aquel estupendo quarterback del Valencia. “Un dj de 90.000 millones de liras [48 millones de euros]”, lo llaman todavía en Roma, esa ciudad donde la línea entre ser una estrella y un pringado puede ser tan corta.


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