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El Zócalo vuelve a rugir en el Día de la Independencia de México

El Zócalo vuelve a rugir en el Día de la Independencia de México

Más que un grito, esto parece el rugido de un león recién salido de su jaula. Miles y miles de personas, 130.000 según Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, han llenado hasta los topes el Zócalo capitalino para celebrar el Día de la Independencia de México. Han pasado ya 212 años desde aquel día en que Miguel Hidalgo tocó la campana de la iglesia del pequeño municipio de Dolores, en el Estado de Guanajuato, y dio comienzo la lucha por la independencia.

Después de dos años de pandemia en los que esta celebración se redujo al calor de la casa y la luz de la televisión, México celebra El Grito con más ganas que nunca. Este jueves, a lo largo de la tarde, la gente fue llegando (la mayoría sin mascarilla) a la plaza y a las ocho ya nadie podía moverse de su sitio: allí se quedaron para el resto de la noche. Entre los que ocuparon la plaza había un poco de todo.

Alicia Gutiérrez está aquí porque está Andrés Manuel López Obrador, su querido presidente. Ha venido con otros tres amigos, todos igual de fanáticos del mandatario. “Venimos desde que gobierna López Obrador. Es el presidente más querido, y con diferencia”, asegura orgullosa la mujer ante las miradas aprobatorias de sus tres compañeros. Su pasión la comparten muchos en la plancha capitalina esta noche, y a cada rato surgen cánticos en su apoyo. “¡Es un honor, estar con Obrador!” grita la gente.

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El cielo está nublado y pequeñas gotas caen del cielo sin que se pueda afirmar que está lloviendo. Aun así, paraguas, ponchos y capas hacen hoy del Zócalo un colorido mar de plástico.

No todos están aquí por el presidente. Jaime y Jaime Arturo (padre e hijo) han venido desde Toluca, en el Estado de México, y pronto se han convertido en el centro de atención de la plaza. Bueno, más que ellos, los enormes sombreros que portan sobre las cabezas. La gente les saluda y ellos les dejan el sombrero para que se hagan la foto. “Nos da igual el presidente que este”, dice Jaime padre, “venimos siempre por la nación”.

Todo el mundo lleva algo tricolor, aunque sea una diadema, la bandera enganchada al cinturón, el sombrero, el moflete recorrido por el verde, el blanco y el rojo, y los más austeros, un gran bigote negro de pega. A cada grito de “¡Viva México!” la gente estalla y la plaza tiembla. Y entonces entran los Tigres del Norte, venerados por unos pocos pero conocidos por todos. Por los altavoces suena La reunión y todos sacan sus móviles, graban, cantan, beben tequila y, aunque no hay espacio ni para levantar el brazo, bailan al ritmo de la música.

Miguel Ángel, vestido con un enorme poncho que le protege de la lluvia, ha venido con su mujer, Nancy, y su hija Pamela. “Antes veníamos siempre, pero desde que nació nuestra hija, lo celebrábamos en Coyoacán”, cuenta el padre. Desde que su hija se hizo más mayor, tienen como costumbre acudir al Zócalo. “Todos los años se llena, no puedes ni moverte”, indica Miguel. “Había ganas de volver, los años de la pandemia han sido complicados y nos gusta mucho volver a celebrarlo aquí”, cuenta Nancy.

Esta noche está especialmente dedicada a los mexicanos en el extranjero. César Armando y Melissa han venido desde Las Vegas, donde residen desde hace años, para celebrar El Grito con sus compatriotas. “Estamos muy emocionados”, cuentan, “es la primera vez que venimos aquí a celebrar el Día de la Independencia”. A su espalda se pasean un grupo de franceses, que han venido hasta la plaza acompañados de un amigo mexicano que baja la cabeza con cada grito de sus amigos. Han venido de turismo y a ver la celebración: “Nos han dicho que van a tocar bandas de música allí, el ambiente es increíble y creo que lo pasaremos muy bien”.

Entonces Los Tigres del Norte dejan de tocar, y las miradas se vuelven hacia la derecha, hacia el Palacio Nacional. Por sus pasillos suntuosos ya camina, solemne y con su mujer agarrada del brazo, el presidente de México. Andrés Manuel López Obrador saluda a los militares, agarra la bandera y sale al balcón. “¡Mexicanas, mexicanos, viva la Independencia!, ¡Viva Miguel Hidalgo y Costilla!…”, exclama eufórico el presidente. Y luego, cuando parecía que ya no había más, la política entró en sus gritos: “¡Muera la corrupción!, ¡Muera el racismo!, ¡Muera el clasismo!”. Y entonces pum, estallan los fuegos artificiales, la gente aplaude y los Tigres del Norte vuelven a llenar el Zócalo con su música.

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