Se pensaban que queriéndonos estábamos manchando el mundo / pero tú y yo sabíamos que lo que hacíamos era limpiarlo”. Elvira Sastre (Segovia, 1992) es púdica y privada y, al mismo tiempo, llena el polideportivo WiZink Center de Madrid y estadios en Colombia, México o Argentina. Recurre a los consejos de su abuela en la novela Días sin ti —que ganó el Premio Biblioteca Breve—, pero sus poemarios han ido retratando su vida. De “amar con la misma fuerza y falta de pudor con la que se folla”, ha pasado a contar su proceso de autorreflexión: “He conocido a alguien, / soy yo. / Voy a darme una oportunidad”. Acaba de publicar Madrid me mata (Seix Barral), una biografía urbana en la que habla más de sus perros que de sus novias. La entrevista es en su casa. Vive con Miranda, su pareja, y con Viento y Berta, dos perros rescatados que no dejan de reclamar su cariño.
¿El éxito es llenar estadios o saber estar sola?
Profesionalmente los logros los comparto con el equipo. El éxito está ligado a conseguir cierta estabilidad mental. El día que me siento en paz es un éxito.
¿Por qué le cuesta estar en paz siendo joven y libre?
Soy una tía muy sensible. Hay cosas que me afectan mucho. Trabajo en terapia, a través de la literatura, para conseguir calma, que es de mis emociones favoritas, aunque lo haya aprendido hace poco.
Dice que es sensible y pone un “tía” delante.
Trabajo para aceptar mis luces y mis sombras. De pequeña veía las noticias y lloraba, pero me gusta estar conectada con la realidad.
Tiene 29 años, trabajo bien remunerado, pareja, una vocación cumplida… ¿Está conectada con el mundo?
Soy consciente de mi suerte. Lo he hablado con mi psicóloga. Temo vivir encerrada en mi círculo de amigos. Veo los problemas laborales. Algo me obliga a no desconectar, aunque mi realidad sea otra.
¿Por qué va a terapia?
Sentía que la poesía era suficiente para gestionar mis emociones, pero llegó un momento en que sentí que había cosas que me estaban costando. No me ha pasado nada traumático, por suerte. Pero quería estar mejor.
¿Y?
Ahora, ante las reacciones de familiares o amigos pienso de dónde le puede venir eso a la gente. A veces entiendo que no tienen que ver conmigo.
¿Pensaba que todo tenía que ver con usted?
Tenía una actitud defensiva. Pensar que todo el mundo está en tu contra es adolescente. Luego te das cuenta de que cada uno tiene sus problemas y ni tienen que ver contigo ni tienes por qué hacerte cargo de ellos. Me cuesta poner límites. Ahí es donde aparece el sufrimiento. Si alguien de mi entorno está mal, me cuesta aceptar que no puedo conseguir que esté bien.
Le cuesta poner límites, pero los pone escribiendo. Su nuevo libro, Madrid me mata, cuenta su vida. Pero se muestra poco.
Tardo en hablar de temas dolorosos. Pero todo acaba saliendo. La poesía es donde no pongo límites.
Empezó a escribir como desahogo.
Era adolescente. Experimentaba el primer amor imposible e idealizado. Como era algo que no podía pasar, soy muy imaginativa, y a veces dramática, sentí necesidad de escribirlo.
“Las etiquetas te encierran. Me gustan las mujeres. No he tenido relaciones con hombres, pero no sé si mañana puede pasar”, dice Elvira Sastre.Enrique Escandell
Siempre habla de ese amor platónico, pero no lo concreta.
Un adolescente siempre busca algo que no sabe qué es. Abracé esa búsqueda. Venía de leer a Bécquer y veía amor en todas partes.
¿Por qué era imposible?
Porque era una cosa mía, unilateral.
¿Una actriz?
No. Una persona mayor, me sacaba un montón de años.
¿Una profesora?
Sí.
¿Lo llegó a saber?
Bueno, me confesé porque no podía más. Y ella me dijo que no podía ser, evidentemente.
¿Siguió viéndola en clase?
No la tenía de profe. Hubiera sufrido mucho. Solo la veía por los pasillos. Fue una idealización total.
Qué maravilla que reuniera el valor de confesarlo.
Sí, ¿no? Lo necesitaba. Es un poco lo que pasa en la poesía. Yo lo suelto y ya que cada uno…
Su primer poemario fue 43 maneras de soltarse el pelo. Se lo soltó.
Desde luego. No me he vuelto a confesar así.
Ha vivido su sexualidad sin conflicto. Pero no la definiría como abiertamente lesbiana.
En mi casa no supuso ningún problema. Y sé que eso es excepcional. Pero no me gusta autolimitarme, ya lo hago en muchos otros aspectos de mi vida.
¿Declararse lesbiana es autolimitarse?
Las etiquetas te encierran. Me gustan las mujeres. No he tenido relaciones con hombres, pero no sé si mañana puede pasar. No tiene que ver con el miedo. Para mí es todo tan libre y tan natural que no entiendo por qué tengo que presentarme con una etiqueta. Enseño hasta donde quiero. Y a veces hasta donde sé porque hay mucho de mí misma que está por hacer.
Tendrá amigos a los que les habrá costado más poder sentirse libres.
A casi todos. Muchos han tenido problemas en casa por su sexualidad. Pero me molesta tener que decir que he tenido suerte porque considero que debería ser lo normal, no una suerte. Tampoco es que llegara a casa y dijera que me gustan las chicas. Dije que tenía novia. Pero igual que hubiera dicho que tenía novio. No sentí la necesidad de decir “me gustan las mujeres” igual que una mujer heterosexual no dice “oye, me gustan los hombres”. ¿Por qué lo tendría que decir yo?
Habla de un mundo ideal.
Así me educaron mis padres. Cuando dije que tenía pareja, la respuesta de mi madre fue: “No dejes de lado a tus amigos”.
Habla de madres que enseñan a ser uno mismo y de madres que enseñan a ocultarse, pero escribe más sobre su padre.
Es verdad. Ella me lo dice. Pero es que él me acompañaba a la biblioteca de pequeña. Es maestro de Lengua. Soy muy parecida a mi padre. Y por eso la necesito más a ella, que es la que cuando hay que hacer algo, lo hace.
¿Le sirven los consejos de sus padres?
Sí. Pero mi padre tiende a la sobreprotección. Le cuesta reconocernos como adultas.
Habla de hombres que cuidan. ¿No son las mujeres las cuidadoras?
Sí. Pero mi padre es muy cuidador con su madre. Puede que porque no llegó a conocer a su padre, que murió cuando mi abuela estaba embarazada.
Sale en su novela. Va dejando huellas de su vida.
Mi abuela tuvo que trabajar mucho. Su objetivo era que sus hijos estudiaran y lo consiguió: son los dos maestros. Todo lo que hizo se lo están devolviendo.
Ha heredado ese agradecimiento: cinco páginas de dedicatorias. Ni rebeldía, ni enfado…
Los gestiono en otros escenarios.
Y comparte esa intimidad ante un estadio lleno.
Venía de escribir en un blog lo que no podía confesar. Sentía que, cuando lo publicaba, ya no era mío. Pero si me lo guardaba, no lograba el desahogo. Creo que es importante hablar de esa tristeza. Y si dejo huecos cualquiera se puede meter en ellos y conectar.
Pasa de ser críptica a escribir “Contigo los sentidos se reducen a tres: besarse, follarse y correrse”.
Son poemas de jovencita. Hay épocas más complicadas sobre las que he tardado años en escribir. Y luego han salido casi como un vómito. En un escenario te expones, pero no ves las caras. No me cuesta.
Y dice que es tímida.
La primera vez, en el Café Galdós de Madrid, lo pasé mal. La mano me temblaba. Pensé: “¿Qué necesidad tengo de hacer esto?”. Poesía voy a escribir siempre, es una necesidad. Pero el mundo de los recitales depende de la etapa que atravieso. Si estoy regular, me cuesta. Los escenarios están idealizados y no son fáciles. Te aplauden cientos de personas, pero te vas sola, con tus problemas. Lo vivido se queda en un ruido. Me gusta llegar a casa con mis perros.
Habla más de ellos que de sus parejas.
Puede que sí.
Miranda Maltagliati es su mánager y su pareja. Su abuela Sote, la Dora de Días sin ti, le aconsejaría no meterlo todo en el mismo bote.
Mi familia la ama. Llevamos cinco o seis años. Tiene una personalidad supercuidadora y me protege mucho.
¿Qué hacía antes de trabajar con usted?
Trabajaba en publicidad. Terminó su contrato y coincidió que yo necesitaba ayuda porque me tiraba el día respondiendo e-mails. A los meses organizó una gira por Latinoamérica brutal. Le dije: “No busques más”. He crecido con ella.
¿Siempre ha trabajado con sus novias? Lo hizo con Adriana Moragues.
No es más arriesgado trabajar con una pareja que con un amigo. Ahora que tenemos una tienda de camisetas, trabaja en ella nuestra amiga María.
¿Camisetas como la que llevaba la periodista Ana Pastor: “Cualquier lugar es mi casa si eres tú quien abre la puerta?
Sí. Para que otros hagan el merchandising, lo hacemos nosotras. No tienes por qué conocerme para llevar una.
¿Se la enviaron a Ana Pastor?
Qué va. Compra mucho. Y cuando se la puso en El intermedio, se agotó.
¿Qué dicen sus padres del negocio?
Mi madre no quería que fuera una mujer-anuncio. Pero es difícil vivir de la cultura. Me busco la vida. Y si en ese proceso consigo generar puestos de trabajo, pues mejor. Creo que hay gente que entra por un libro y otra por una camiseta. La cuestión es que la poesía llegue a todas partes. Hoy mi padre lleva mis camisetas.
¿Hoy para ser poeta se debe ser activista?
Casi para existir. Aunque tampoco puedes exigir a los artistas que se posicionen. A veces esperas que alguien salga del armario porque sabes que eso ayudaría y no te paras a pensar que a lo mejor esa persona tiene una realidad que no le permite hacerlo. ¿Hasta qué punto debe esa persona destrozar su vida para favorecer a un colectivo? Hay causas en las que creo y aprovecho las plataformas que tengo para defenderlas.
¿Cuáles son?
La adopción de animales. Si preguntan cómo me veo en el futuro, respondo que con perros.
¿Más que con hijos?
Ese es el sueño de Miranda. Me gustaría, pero me apetece más ser abuela que madre. Es complicado. Si te dedicas a tus hijos, mal, si no, también mal. Entiendo que la maternidad es también una renuncia a parte de una misma y no estoy en ese punto. No ahora.
“Descubrí que una vida sana y estable es lo que necesito. Soy diabética desde los 12 años y vivo anclada a la rutina”, informa la poeta.Enrique Escandell
¿Por qué los perros son tan vitales para usted?
A mis padres les daban miedo. Mi madre decía que cuando tuviera casa ya tendría. Y cuando llevaba tres años en Madrid, pensé que el piso era de alquiler pero era mi casa. Ahora mi padre llama y pregunta: “¿Qué tal mis amigos?”.
¿Hasta qué punto ha pesado en su éxito ser progresista, guapa, joven o lesbiana?
Puedo gustar a quien no tiene el prejuicio de escuchar a una mujer joven. Ser mujer y joven me ha dificultado entrar en la poesía sin prejuicios.
¡Pero si ha estado superarropada por García Montero y Benjamín Prado!
Son hombres que cuidan. Benja me ha ayudado mucho. Pero en general te miran con suspicacia. En un congreso de la lengua, en Argentina, los hombres mostraban muy poca curiosidad por lo diferente. El 80% del público eran mujeres, pero las dos primeras filas estaban ocupadas por hombres mayores. Decidí leer un poema feminista. Pensé, lo van a escuchar. Me voy a hacer oír. Y fue una pasada. Hay un vídeo con la ovación.
Alecciona también escribiendo: “El pájaro que vuelve a casa es el que vuela”.
Lo hablo en terapia. He tenido relaciones muy tóxicas y para mí el amor o es bueno o no es amor.
Da libertad, pero busca a “alguien que entienda lo que quiero decir cuando me quedo callada”.
Sí. Es complicado entenderme. Por eso Miranda, que está a mi lado, es una bendita.
“No quiero hacerte el amor, quiero deshacerte el desamor”. Tiene camisetas para rato.
[Risas] Igual ya no tengo que escribir nada más.
Habla de aprender a asumirse en el cambio. ¿Qué cambios la han transformado?
El proceso emocional y psicológico que comencé yendo a terapia. Empezó con una ruptura bastante fea que me llevó a cambiar de costumbres, trabajo, amistades… Con el tiempo me he reconciliado con algunas partes con las que volqué mi rabia y no tenían culpa.
Está en La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida.
Y el aprendizaje más reflexivo en Adiós al frío.
Autoconocimiento y una biografía ¡con menos de 30 años!
Descubrí que una vida sana y estable es lo que necesito. Soy diabética desde los 12 años y vivo anclada a la rutina. Al final, la salud física y la emocional no distan tanto.
Después del dolor ha escrito que el amor rejuvenece. ¿Respira por la herida?
Aprendo de ella. Y no la tapo.
Hace decir a una protagonista: “Cuando era maestra no castigaba a los niños que se equivocaban”.
Eso es mi padre. No castigaba, preguntaba por qué. De pequeña me ponía de los nervios.
Y ahora sus personajes repiten esos consejos: “No te enfades con tus padres”.
Me he enfadado muchísimo con ellos. Tenía necesidad de salir de Segovia y eso me costó broncas. Creo que les daba miedo. Si le preguntas a mi madre, te dirá que acabo haciendo lo que me da la gana siempre.
¿Desde cuándo tiene independencia económica?
Desde los 23 o 24, cuando empecé a hacer recitales.
¿No ha trabajado de camarera o de algo que no tenga que ver con lo suyo?
No. Por eso tengo la obsesión de estar en contacto con la realidad.
¿Tiene algún familiar desaparecido? ¿Por qué metió la Asociación de la Memoria Histórica y la República en su primera novela?
No. También tengo un poema a la abuela de una lectora que tenía alzhéimer y la mía no tiene. No me hace falta haber perdido a nadie para ponerme en la piel de quien lo ha sufrido. Vi un documental sobre las maestras de la República y pensé: ¿esto por qué lo hemos perdido?
¿Cómo se perdona?
Creo que hay que identificar el daño. Soy mucho de repasar la herida. A lo mejor tarda más en curarse, pero encuentro cosas en las heridas. También hay cierta idealización del perdón. No hay que perdonarlo todo. Si es alguien que no quieres y el rencor te ayuda a tenerlo lejos, creo que es algo que hay que mantener. En las relaciones uno asume cosas que son del otro.
“He aprendido que cuando uno se deja llevar se reencuentra”. ¿En eso consiste ser libre?
Lo descubrí en Madrid. Al final, la vida son elecciones constantes. Y al rechazar algo y coger otra cosa, es cuando te conoces. Madrid está idealizada. No es para todo el mundo. Pero a mí me ha dado mucho. Y, si lo pienso, no me ha quitado nada: aquí están mis amigos y he creado mi familia. Siempre que salgo estoy pensando en volver.
¿No le apetece conocer otras ciudades?
Es como lo de los hombres y las mujeres. Mi elección hoy está aquí.
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