El descontento va en aumento en la sociedad colombiana. La reforma tributaria impulsada por el presidente Iván Duque, el proyecto con el que pretendía cincelar su nombre en piedra, suma cada día más detractores, pese a que la mayoría de los expertos la consideran necesaria. Centrales obreras habían convocado un paro nacional para este miércoles, al que se sumaron organizaciones civiles, en contra de la subida de impuestos, pero una agresiva tercera ola de covid ha venido a complicar la situación aún más. Las principales ciudades han regresado al confinamiento cuando hace un mes se tenía la sensación de que lo peor de la pandemia ya había pasado. En este contexto, con los hospitales al borde del colapso, incluso algunos de los más críticos con Duque creen que no resulta sensato echarse a la calle. El caso es que en Colombia se ha puesto caro hasta protestar.
Duque, al que le queda un año en el cargo, atraviesa una situación compleja. Presentó una reforma a sabiendas de que tendrá muchas piedras en el camino. La duda ahora es si con esas podas que tendrá que aplicarle para que sea aprobada en el Congreso logrará el 2% del PIB, la recaudación de impuestos más ambiciosa de los últimos 30 años. Varias fuerzas políticas, sobre todo las que representan a los sectores más escorados a la izquierda dentro de la coalición del candidato presidencial Gustavo Petro, incluso se proponen hundirla del todo y le reclaman que la retire por inoportuna. Ese era el legado del presidente, su piedra de toque. Sería la primera reforma en Latinoamérica motivada por la crisis del coronavirus. Con ese dinero evitaría, además, que la deuda soberana se convierta en un bono basura. Un balón de oxígeno ante los mercados.
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El problema es que ese proyecto, que Duque califica de social porque supone, entre otras, una renta básica permanente para los más vulnerables, cuenta cada vez con menos apoyos políticos. El propio partido del presidente, el Centro Democrático, una formación conservadora, ha propuesto rebajarla. El partido, que defiende que la reforma es necesaria, asume que esta no llega en el momento indicado y no quiere acudir a las elecciones de 2022 con la tremenda carga que supondría apoyar una medida tan impopular.
“El Gobierno está en una situación difícil”, opina Yann Basset, profesor de Ciencia Política en la Universidad del Rosario, en Bogotá. “Una reforma tributaria en pandemia y a un año de las elecciones es demasiado. Duque está perdiendo el control de la agenda mucho más rápido de lo que él pensaba”. Basta con resaltar las críticas de su mentor, Álvaro Uribe, la figura sobre la que ha gravitado la política colombiana en las últimas dos décadas. Uribe, el líder indiscutible del Centro Democrático pese a su renuncia como senador por sus problemas con la justicia, contó en una entrevista en Blu Radio que la semana pasada llamó por teléfono a Duque para mostrarle su contrariedad con la reforma. Más que por el contenido, por el momento, tardío en su opinión, en que se está promulgando. Un personaje de talante brusco, acostumbrado a hacerse oír, aseguró que esta vez no se le prestó atención cuando alertó de que el proyecto dañaría al partido. Dijo estar de acuerdo en la política social del presidente y su diagnóstico sobre las mermadas finanzas del país, pero no cree que este fuese el camino correcto.
La parálisis de la tributaria, a la que los analistas comienzan a dar por muerta en las tertulias, a pesar de que apenas comienza su camino en el Congreso, se cruza con un repunte de contagios por la covid-19. Esta semana se registró la jornada más mortal desde el comienzo de la pandemia, con 465 muertes. Las ciudades más importantes del país han vuelto a los toques de queda, los confinamientos y la ley seca. Bogotá, una ciudad que parecía empezar a volver a la normalidad, al menos la normalidad pospandemia, ese concepto que apenas estamos experimentando, volvió a enclaustrarse. El repunte coincide con el retraso en el plan de vacunación. El objetivo de Duque de vacunar este año al 70% de la población (35 millones de habitantes), a este ritmo es inalcanzable.
La situación ha puesto en entredicho el paro nacional convocado para el miércoles que, algunos sectores sociales, confiaban en que volviese a servir de mecha para prender las protestas que azotaron el país a finales de 2019. El grueso de la oposición a Duque, sin embargo, no fuerza la máquina y pide a la gente que se quede en casa. La alcaldesa progresista de Bogotá, Claudia López, considera que marchar en este momento “es un atentado a la vida”. Sergio Fajardo, un candidato centrista, llamó a buscar otras alternativas de protesta.
La pandemia ha golpeado la economía colombiana con violencia. En los momentos más duros, los vecinos de las barriadas populares colocaban trapos rojos en las ventanas para pedir ayuda. No tenían qué comer. Los edificios se tiñeron de ese color. El país sufrió una caída del 6,8% del PIB en 2020, el mayor desplome desde que se tienen registros, y el paro, acostumbrado a ser alto, llegó en su peor momento al 21,4%.
Las encuestas de opinión apuntan a que dos tercios de la población desaprueba la gestión del presidente. La tributaria parece esfumarse, a menos que Duque de un golpe de timón y consiga más apoyos. El desconcierto lo ha aprovechado Gustavo Petro, perdedor en la segunda vuelta ante Duque en 2018 que ahora es el favorito para ser el próximo presidente, para enterrar el dilema entre salud o reforma tributaria. El exalcade de Bogotá y exguerrillero del M19, que mantiene su respaldo a la jornada de protestas, escribió en Twitter: “En aras de la salud de Colombia, les propongo retirar la reforma tributaria”.
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