Fray Ángel Ramón, en la cocina de la hospedería de monasterio de Santo Espíritu de Gilet (Valencia), el pasado jueves.Mònica Torres
El protagonista de El nombre de la rosa, Guillermo de Baskerville, se enfrenta a varios de los conflictos internos por excelencia del ser humano, entre ellos, el ego. El erudito Umberto Eco, que ambientó su debut en la ficción en una abadía del siglo XIV atenazada por una ola de crímenes, escribió ese personaje desde los cánones de la novela policíaca. Y fue desde el género desde donde la orden franciscana volvió con fuerza al presente de la cultura popular. El policíaco ayudó a que no resultara un sacrilegio ver a los frailes pensar y sentir, enfrentarse a sus tentaciones y aprender de sus sombras.
Cuando el cine convirtió en 1986 a Sean Connery en la imagen indisociable del detective franciscano, hacia tiempo que Fray Ángel Ramón había enviado la carta que cambió su vida: “A los bachilleres de Ciudad Real nos llevaban a ver el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe (Cáceres). Era un viaje programado que se hacía todos los años. Yo no sé qué sentí al estar allí… A los franciscanos los vi de lejos, no tuve contacto, pero al volver a casa les escribí una carta. Su respuesta llegó en el momento adecuado y ahí empezó mi andadura en la orden”. Unas décadas después, este fraile tímido y bondadoso se ha convertido en el franciscano más popular del momento: su canal de recetas en YouTube supera los 15 millones de visualizaciones. Con su permiso, dos televisiones de Argentina y Perú emiten sus recetas en abierto.
Es fraile y es youtuber de éxito. “¿El ego? Es un peligro al que todos nos enfrentamos. Por naturaleza, soy una persona que se siente bien ajeno a la atención. A veces viene a comer gente a la hospedería y reclama mi presencia y he de decir que me cuesta siquiera subir a saludar”, responde a EL PAÍS. Sobreponiéndose a su personalidad “con el mejor espíritu”, no pocos programas de televisión han requerido de esa presencia que Fray Ángel Ramón agradece: “ciertamente, tras la progresiva desaparición de las restricciones por el coronavirus, la hospedería está funcionando de maravilla. Este era también un poco el objetivo, aunque cuando empezamos creíamos que llegaríamos a unos cientos de personas… no a cientos de miles”.
La hospedería forma parte del monasterio del Santo Espíritu de Gilet, en el Camp de Morvedre. El fraile ha pasado durante las últimas décadas por otras casas franciscanas de Extremadura y Andalucía, ha sido ganadero, agricultor y profesor, pero fue aquí, en Valencia, donde encontró su lugar en la cocina: “Llegué en 2008 como vicemaestro de novicios, formándoles en las labores de la huerta. Al tiempo tuvimos que externalizar el asunto de las comidas. Se encargó a una empresa de catering. Y no es solo que no lo hicieran a nuestro gusto, es que la cocina para los franciscanos es algo que tiene que ver con nuestros afectos”. Hace 10 años se puso el delantal por primera vez y, desde entonces, todo ha cambiado para él y para los religiosos con quienes convive: “Los frailes necesitamos expresar nuestros sentimientos y la mesa, ese momento juntos, es uno de los lugares más privilegiados para desplegar nuestra fraternidad”.
Esa es “la base de la cocina franciscana”, dice Fray Ángel Ramón. Con videos que rozan el millón de reproducciones en YouTube, la receta de este éxito parte “del respeto a las cosas que nos han sido dadas”. Por supuesto es una cocina de temporada, pero sobre todo es una cocina de aprovechamiento -la entrevista se realiza un lunes, donde, en esta época del año, predominan los gazpachos manchegos “con lo que nos ha sobrado de pollo y conejo del fin de semana, cuando hacemos paella”-. “Me alejo de la complejidad y de todo lo que oculta la belleza de lo sencillo. Cuando me siento a la mesa no quiero verme ante una creación mía, sino de la naturaleza. Me gusta ver que la carne, las cebollas o los ajos no han dejado de ser el regalo de la naturaleza que es”, afirma.
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SuscríbeteMonasterio de Santo Espíritu en Gilet (Valencia), en una imagen de los franciscanos.
La sencillez también se transmite a la producción de los videos. “Los graba con su propio móvil la compañera que atiende en la hospedería. Se lo enviamos a un joven en Sevilla que los edita. Él entiende de estas cosas”. En origen, la idea era hacer un pequeño curso online de cocina franciscana: “Queríamos ayudar a que la gente aprendiera a cocinar con cosas básicas, de cuchara, pero llegó el confinamiento y, bueno, pensamos que estaría bien compartir algunas recetas”. Su público era conocidos de la comarca o gente que conociera el monasterio, “pero esta atención… no podíamos esperarlas”. Una audiencia que es especialmente activa desde Latinoamérica, donde la orden franciscana tiene una larga historia y una amplia presencia: “Es gratificante leer tantos mensajes que llegan desde Estados Unidos a cualquier otro país americano. Aunque, sinceramente, lo que más ilusión me hace es que gran parte de nuestra audiencia en España son personas de más de 65 años. Pensar que les estamos acompañando, a menudo en su soledad, que nos comparten mensajes diciéndonos cómo cualquier aliño, cualquier truco, les hace reencontrarse con recuerdos de infancia, de sus abuelas y madres… esos mensajes me mantienen en pie frente a la cámara”.
La carrera online de Fray Ángel Ramón, lejos de estar condicionada por el algoritmo de YouTube, depende de las decisiones de un gobierno general y provincial: el de los franciscanos. Como ya ha sucedido varias veces a lo largo de su vida, “es probable que tenga otro destino”. “En estos tiempos, en no pocos monasterios hay escasez de frailes para encargarse de algunas tareas. Si en cualquier nueva distribución deciden contar conmigo en otra casa, como he hecho hasta ahora, me iré. Todo lo que empieza tiene que acabar en algún momento”, agrega. Si sucede, se despedirá como lo hace de esta conversación y como lo hace en tantos de sus videos, compartiendo el saludo de su orden que, en definitiva, es aquello que está logrando transmitir en su canal de recetas: “paz y bien”.
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