Dice el guía que los chinos salían “como ratas” de sótanos como este. El guía no sabe, se lo imagina en realidad. El incendio fue hace casi 100 años y él ni había nacido. Pero le hace gracia la imagen, chinos saliendo como ratas del sótano, llamas rojas. Se ríe y los visitantes le acompañan, ahogando carcajadas desganadas. Quizá están cansados. Una pareja se saca unas ‘selfies’ con unos machetes que han descolgado de la pared. Una chica agarra un cuchillo de metro y medio y posa, preparada para atacar.
Un par de fotografías evocan el incendio de la Chinesca, el barrio chino de Mexicali. Ocurrió en mayo de 1923 y devastó casas enteras. Las imágenes son lo único que queda del fuego, el último trozo de memoria. El guía, Arturo Villaseñor, 69 años, todo chistes, todo bromas, todo simpático, dice que fue por una pelea entre bandas rivales, una, los chinos, otra, unos contrabandistas de opio de San Francisco. Algo hicieron los primeros que enfadó a los segundos, dice. Así que prendieron fuego al barrio, tradición asentada en Mexicali, que ha visto arder su barrio chino varias veces desde entonces.
Chata y alargada, Mexicali es una ciudad de 600.000 habitantes en la frontera entre Baja California y California, México y Estados Unidos. Nació en 1903, nadie le puso nombre. El guía dice que un coronel la bautizó años más tarde, juntando dos palabras, México y California. Igual que su ciudad hermana en Estados Unidos, Calexico, pero al revés. El guía dice que es un caso único de etimología fronteriza. En el mapa, Mexicali parece un trozo de brócoli.
La ciudad creció al amparo de la producción de algodón y el turismo del vicio durante la época de la prohibición en Estados Unidos, en la década de 1920 y principios de la siguiente. La Chinesca se erigió en la referencia lúdico comercial de la frontera. Los gringos sedientos de güisqui cruzaban la línea para calmar sus ansiedades; los campesinos chinos que trabajaban en el campo llegaban allí; los que prosperaban abrían allí sus negocios; los que querían ir al teatro, a tomar té o al casino, paraban en el barrio.
El sótano de los machetes y los cuchillos -de los nunchakus, las katanas, los machetes tipo sai, armas afiladas, brillantes, nuevas, ajenas al tono añejo de las explicaciones del guía- es el tercero del tour de la Chinesca. Como el resto, es un sótano fake, un recuerdo falso. Los cuchillos sirven para la foto, pero nunca estuvieron allí cuando la Chinesca fue la Chinesca. Igual que los dibujos del horóscopo chino que pintaron en las paredes de otro sótano o unas literas que mandaron hacer para recrear una sensación: cientos de jornaleros, comerciantes, trabajadores chinos durmiendo bajo tierra en Mexicali, lugar de calores infernales.
Son el plato de fuerte de la visita, los sótanos. La sociedad mexicalense los descubrió después del incendio de 1923. Una red de túneles, cuevas y sótanos que servían de burdeles, casinos, albergues y fumaderos de opio. Una ciudad debajo de la ciudad. El doctor en geografía James R. Curtis, apasionado de las urbes fronterizas, dice que incluso encontraron un túnel que salía de allí y llegaba a Calexico. Quizá para contrabandear licor.
Durante la visita no se ven todos los sótanos, solo una muestra, cuatro o cinco. Hace unos años, un comerciante del centro, Rubén Hernández, empezó a organizar recorridos por las viejas cuadras de la Chinesca. Arreglaron los sótanos, armaron una página en Facebook, se fue corriendo la voz. Ahora hay visitas todos los fines de semana.
Rubén Hernández se hace llamar Junior Chen. Su tatarabuelo llegó al valle de Mexicali a principios de siglo pasado, atraído por la boyante economía fronteriza. Empresarios americanos habían llevado las aguas del río Colorado al valle y en pocos años las hectáreas cultivadas de algodón se contaban por decenas de miles. Muchos de los campesinos eran chinos emigrados, mano de obra barata en la época. El valle se rentaba por parcelas y los campesinos que podían tomaban sus pedazos; los que no, se dedicaban a trabajar para los demás. Llegaron también chinos acaudalados del otro lado de la frontera. En 1882, el Gobierno de Estados Unidos había aprobado la Ley de Exclusión China, que prohibía la llegada de nacionales al país. Temerosos de sufrir las iras patrióticas de sus vecinos, muchos emigraron a México, esperando a que las cosas se calmaran. Para 1926, al menos 5.900 chinos vivían en Baja California, más que en ninguna otra región del país. Aunque la mayoría empezaron en el campo, muchos se instalaron en la Chinesca poco después, abriendo tiendas, hoteles y restaurantes.
Igual que Mexicali, la Chinesca creció mucho en pocos años. Entre mediados y finales de la década de 1920, el barrio contaba varios templos de oración, al menos dos teatros, tres casas de té y 28 asociaciones con instalaciones propias. También tenían un manicomio. Curtis dice que “los chinos lo construyeron para sus compatriotas que, privados de compañía femenina, enloquecieron cuando vieron a una mujer china en el escenario del teatro”. El académico cuenta que compañías de ópera de Cantón actuaron varias veces en los teatros de la Chinesca.
Hoy, visitar el barrio es constatar su propia desaparición. Asistir en vivo al desprecio por el pasado. En un país donde un grupo de empresarios ha anunciado la construcción de 18 chinatowns a lo largo y ancho del territorio, un barrio chino subterráneo, centenario, se deja morir. Caminar la Chinesca es constatar la decadencia del centro de Mexicali, pegado a la barda fronteriza, a Calexico; del propio barrio chino, abandonado, sucio, decrépito.
Y no es extraño. O es una actitud que enlaza más bien con una vieja tradición de amor-odio entre ciudadanos chinos que vinieron a buscar vida a México y ciudadanos mexicanos que contestaron con el cuchillo entre los dientes. En 1889, México firmó un tratado con China para atraer mano de obra al norte del país. Llegaron muchos y prosperaron. Pero en pocos años las muestras de odio hacia la comunidad china se contaban por decenas. El académico Manuel González Oropeza, de la UNAM, enumera varias de ellas en un extraordinario artículo. Va un ejemplo: “En 1924 se organizó en Baja California el Comité Pro Raza, que propuso la expulsión de todos los chinos. En ese mismo año se formó el Comité Antichino de Sinaloa, cuyo presidente, Agustín Larios, propuso la expedición de una ley que obligara a los chinos a habitar determinados barrios en cada ciudad…”. El cenit de todo aquel odio fue la masacre de más de 300 chinos en Torreón en mayo de 1911.
Por supuesto, el racismo contra la comunidad china en el país trasciende al abandono de su viejo barrio en Mexicali. Arturo Villaseñor, el guía, apenas habla de esto. Cuenta la historia de la Chinesca de sótano en sótano, como los guías buzos de Acapulco narran historias de piratas a los turistas que toman las barquitas de fondo de cristal en la bahía. No se trata de entender nada, sino de pasar un rato agradable.
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