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En los barrios ricos hay más vida

El camachuelo mexicano es un pajarillo originario de México y el oeste de EE UU. Un estudio mostró hace años cómo los camachuelos urbanos se estaban diferenciando de los rurales. Los que viven en ciudades como Tucson (Arizona) tienen un pico más duro y largo que sus parientes del cercano desierto de Sonora. Con este pico se las apañan mejor para hacerse con las pipas de girasol de los comederos que los humanos han colocado por los parques de ciudad. Pero los cambios en el pico han alterado a su canto, lo que afecta a su emparejamiento sexual. Este es uno de los centenares de ejemplos de lo que las ciudades están haciendo con el curso natural de la evolución.

Investigadores norteamericanos han recopilado todo lo que la ciencia sabe sobre el impacto de las ciudades en las especies. Apenas ocupan el 3% de la superficie del planeta, pero en las urbes vive más de la mitad de la población humana y el porcentaje crecerá en el futuro. Con casi 200 estudios analizados, han podido determinar qué procesos de los que intervienen en la evolución de la vida son los que más peso tienen en la ciudad.

“Hay muchos rasgos de la ciudad que afectan a la evolución, como la construcción de edificios y carreteras que fragmentan el paisaje, la contaminación en el aire, la lumínica o la sonora, los cambios en la temperatura o la disponibilidad de agua, así como el incremento de la abundancia y diversidad de especies invasoras”, dice el biólogo especializado en entornos urbanos de la Universidad de Toronto Mississauga (Canadá) y coautor de la investigación, Marc Johnson.

El mosquito ‘Culex molestus’ es una subespecie del doméstico que ha surgido en el metro de varias ciudades

En la naturaleza, las especies evolucionan con cambios en la frecuencia de las formas en las que se puede manifestar un gen (alelos) en una población. Entre los distintos procesos que afectan a esa tasa de cambio están la aparición de un gen beneficioso por mutación, la deriva genética o el flujo de genes entre poblaciones. Pero los procesos más conocidos son los de la selección natural y sexual.

Según publican en Science, la deriva genética parece el proceso más importante en entornos urbanos. Por diversos factores, como el aislamiento en pequeñas poblaciones, en una misma especie se puede producir al mismo tiempo una reducción de la diversidad genética dentro de una misma población en paralelo a un aumento de la diferenciación genética entre las distintas poblaciones de esa especie. Y en las ciudades hay poca tierra y mucho cemento, bosques aislados en forma de parques y otras barreras que facilitan el aislamiento.

“Hay claras evidencias de que las viejas ciudades tienden a tener mayores efectos sobre la evolución de las poblaciones. Y esto se debe a que las zonas más viejas de la ciudad han tenido un mayor periodo de tiempo para acumular cambios en respuesta a la urbanización”, añade Johnson. Y se viene a España para poner un ejemplo: “La ciudad de Oviedo ha evolucionado durante cientos de años. Un grupo de investigadores mostró que las salamandras han permanecido aisladas en los patios de la catedral y el convento durante 1.100 años. Así que han evolucionado hasta ser genéticamente diferentes de las poblaciones que viven en las zonas más nuevas de la ciudad”, cuenta.

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Las distintas poblaciones de salamandras que viven en Oviedo tienen diferencias genéticas entre sí y con las rurales.

Uno de los autores del estudio de las salamandras urbanas, publicado este mismo año, es el antiguo investigador de la Universidad de Oviedo y ahora consultor ambiental, David Álvarez. “Hay animales que vienen a la ciudad por muchos motivos, mejor temperatura, ausencia de depredadores, mayor disponibilidad de comida…”. Es el caso, por ejemplo, de los zorros urbanos de Zúrich (Suiza) o los linces rojos que ahora se pueden ver en urbanizaciones de Los Ángeles (EE UU).

“Otros animales quedan atrapados al crecer la ciudad. Es el caso de estas salamandras. El muro que separa el monasterio de San Pelayo del patio de la catedral [del siglo IX] ha provocado que las salamandras de ambos lados del muro lleven siglos sin mezclarse”, comenta Álvarez.”. Las dos poblaciones presentan diferencias en sus genes. Aún más llamativo, los pequeños anfibios son una especie de testigos de la historia de Oviedo: “Los ejemplares de la catedral se parecen más a las que habitan en otras zonas de la ciudad que las del convento. La razón podría estar en la Revolución de Asturias de 1934. “Dinamitaron el muro de la catedral y no lo reconstruyeron hasta una década después”, recuerda Álvarez. Todo ese tiempo, las salamandras catedralicias estuvieron expuestas al flujo genético de las salamandras del exterior.

Los camachuelos mexicanos (hembra arriba) urbanos han desarrollado picos más duros.

En principio, la diferenciación genética de poblaciones de una misma especie no tiene porqué acabar en la formación de dos especies diferentes. Pero, esta evolución separada sí es un requisito previo. Aunque estos procesos suelen necesitar de miles, cuando no millones de años, en las ciudades pueden darse fenómenos acelerados de separación.

El caso más famoso quizá sea el del mosquito del metro de Londres (Culex pipiens molestus), una subespecie del mosquito doméstico (Culex pipiens). Estudios genéticos han demostrado ya su separación. Además, a diferencia de sus primos de la superficie, el subterráneo no chupa la sangre ni hiberna. “Lo más sorprendente es que el molestus no reconoce al terrestre como de su propia especie, por lo que no se aparean y han divergido genéticamente hasta lo que se podría denominar especies incipientes”, mantiene Johnson. Los últimos estudios lo han detectado también en los túneles de los metros otras ciudades europeas y los metropolitanos de Chicago y Nueva York.


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