Llamarle “era” puede ser exagerado, pero como andamos embelesados con lo de las etiquetas grandilocuentes pues algo extraordinario se convierte pronto en “histórico” y un comportamiento reiterado muta a “era” sin pudor alguno. Así las cosas, tampoco es para darnos golpes de pecho. Solo no se encariñen con el concepto porque lo de hoy es que las eras duren menos que un telediario. Sirven, eso sí, para situar sorpresas y malestares.
Si hasta cuando el papa Francisco tuitea una bendición los enojados de ocasión le caen a palos con un “y quién eres tú para andarme bendiciendo”, que los simples ciudadanos se escupan sin que casi medie provocación es ya lo de hoy. ¿Que no me gusta como piensas? A tundirte a palos. ¿Que no estoy de acuerdo con lo que dices? A tundirte a tuitazos. ¿Que no me agrada como te ves? A tundirte a memes. ¿Que no me place tu existencia? A tundirte a palos, tuitazos y memes, que aquí no escatimamos. Lo malo con el furor por el insulto es que de tanta incontinencia, comienza a perder chispa lingüística.
Permítanme unos ejemplos.
Al presidente de México le ha dado por meter en el mismo saco calificativo de fifís, conservadores y neoliberales, a todos los que considera sus adversarios (desde medios de comunicación, uno que otro periodista, algún empresario distraído y hasta ciertas mentes pizpiretas). Y dada la frecuencia con la que el presidente colorea con tales epítetos a sus contrarios y dado que goza casi diario de una tribuna desde la cual ejerce esa comunicación asimétrica propia de sus apariciones matutinas ante la prensa, pues ya logró infectar la agenda lingüística del respetable. El otro día en el mercado, un astuto comerciante distinguió con un espacio de exhibición particular y un precio más elevado a los que destacó con sendo letrero como “mangos fifís”. Y sí, estaban más grandes y cachetones que los otros. ¿Será que cuando el presidente habla de los fifís se está imaginando a un empresario grande y cachetón? Es pregunta, no comiencen con las conjeturas. Hace apenas unas semanas, una alterada conductora se incomodó porque no arranqué a tiempo cuando el semáforo se puso en verde, pasó a mi lado con poca indiferencia y se desgañitó con un ¡pinche conservadora, aprende a manejar! ¿Será que cuando el presidente habla de los conservadores recuerda a los que son lentos para acelerar? Es pregunta, ya les dije que no comiencen con las conjeturas. En fin, que la colonización de la agenda expresiva desde la tribuna máxima del país está teniendo estragos en la creatividad del insulto. Porque cuando todo es fifí, todos son chairos, todos son conservadores y todos los gansos se cansan, urge que comencemos a desempolvar el diccionario de sinónimos.
En la andanada contra la prensa en redes sociales y en la comentocracia horizontal, todos los periodistas son ya chayoteros. Y ese raudal arrastra sin distingo a todos los profesionales de la información y a todos los chayotes (que, hay que insistir en ello, son en origen una verdura inocente). No hay espacio para distinguir entre la prensa vendida y la que no, porque los matices no caben en los insultos. Las mujeres que denuncian acosos son feminazis y las que abogan por la despenalización del aborto, son, además, asesinas. Si el rifirrafe de ocasión dura más que una línea de tiempo digital, entonces las señaladas serán tildadas también de lesbianas, mal atendidas en sus deseos sexuales y viejas, que para el insultador en turno todo cabe en un mismo epíteto sabiéndolo escupir con saña.
Hay voces que han insistido en que debe ser el propio presidente quien comience a moderar la descalificación. Y sí, él es el descalificador en jefe. Pero agrego que más bien todos debemos desprendernos de la obsesión con lo que sale del púlpito presidencial, no caer en la provocación inmediata, concentrarnos en los temas que importan, cultivar otros espacios de construcción social y no dejar de señalar lo que deba criticarse.
Y si nos vamos a seguir insultando, pues por lo menos refresquemos el espectro de epítetos.